Corrupci¨®n
La m¨²sica de fondo que resuena en sordina tras la bulliciosa campa?a de las elecciones municipales es la lucha contra la corrupci¨®n, que hunde sus ra¨ªces contaminantes en el suelo recalificado al servicio de la especulaci¨®n inmobiliaria. Ya s¨¦ que no toda la corrupci¨®n pol¨ªtica es de responsabilidad municipal, pues tambi¨¦n la Administraci¨®n central y las comunidades aut¨®nomas tienen evidentes responsabilidades en la materia. Pero, sin duda alguna, es en el ¨¢mbito municipal donde m¨¢s facilidades institucionales se dan para que brote sobre su suelo a recalificar la mala hierba de la corrupci¨®n.
Y ello por tres razones al menos. La primera es la financiaci¨®n clandestina de los partidos, presuntamente nutrida por la intermediaci¨®n municipal y auton¨®mica pero penalmente impune. La segunda es el d¨¦ficit de las Haciendas locales, que s¨®lo ingresan una octava parte de los impuestos generales (a excepci¨®n de los ayuntamientos vasconavarros, que perciben la cuarta parte de la presi¨®n fiscal). De ah¨ª que los ediles se las ingenien para extraer dinero de cualquier lugar, y la forma m¨¢s sencilla es recalificar el suelo p¨²blico o r¨²stico para reconvertirlo en suelo urbanizable: una forma perfecta de crear dinero de la nada como por arte de magia. Y la tercera raz¨®n es que la autoridad del alcalde es en la pr¨¢ctica discrecional, al no estar sometida a suficiente control. De ah¨ª que tienda a extralimitarse abusando de su poder, de acuerdo a la c¨¦lebre ecuaci¨®n de Klitgaard, que hace a la corrupci¨®n directamente proporcional al monopolio del decisor, a la discrecionalidad de la decisi¨®n y a la irresponsabilidad del decisor.
De modo que si un alcalde se corrompe es porque puede, y si no lo hace es porque no quiere. Y en cuanto uno trinca sin que pase nada, los dem¨¢s tienden a contagiarse de acuerdo al principio de emulaci¨®n. Pero las facilidades institucionales para corromperse no explican que la epidemia de corrupci¨®n se haya extendido por toda Espa?a como una met¨¢stasis. Para que el contagio se produzca hace falta algo m¨¢s que la licencia institucional, que constituye una condici¨®n necesaria, pero no suficiente. Y ese plus que incentiva el contagio es la existencia de un clima de impunidad tanto real como percibida. Un clima de impunidad real porque la financiaci¨®n ilegal de los partidos no figura en el C¨®digo Penal, y dada la mara?a legal y su consiguiente inseguridad jur¨ªdica, son muy pocas las sentencias de condena firme que logran obtenerse tras las imputaciones de corrupci¨®n. Y un clima de impunidad percibida porque la opini¨®n p¨²blica alberga un amplio margen de fatalismo y, por tanto, de tolerancia respecto a la corrupci¨®n.
Los tratadistas como Heidenheimer distinguen tres zonas de corrupci¨®n. Existe una zona blanca tolerada tanto por las ¨¦lites cualificadas como por las masas de a pie: por ejemplo, el impago del IVA. Luego hay una zona negra de corrupci¨®n clandestina para la que no hay tolerancia al ser condenada por ¨¦lites y masas: ejemplo, el soborno de los jueces. Y en medio hay otra zona gris, donde no hay acuerdo entre ¨¦lites y masas porque la tolerancia social es incierta, habiendo sectores m¨¢s permisivos, generalmente los menos informados, y otros en cambio m¨¢s intolerantes, que son los m¨¢s c¨ªvicos e ilustrados. Y el que las corrupciones concretas caigan en una u otra zona depende del clima de tolerancia o rechazo creado por la opini¨®n publicada.
El problema es que los climas de opini¨®n est¨¢n liderado por las ¨¦lites dirigentes: es el magisterio de costumbres de las minor¨ªas rectoras que demandaba Ortega. Pero a diferencia de los pa¨ªses n¨®rdicos, cuyas ¨¦lites son intolerantes con la corrupci¨®n, en los pa¨ªses latinos y cat¨®licos como Espa?a sucede al rev¨¦s. Entre nosotros las ¨¦lites sociales incurren con impunidad en pr¨¢cticas de corrupci¨®n: evasi¨®n de impuestos, doble contabilidad, lavado de dinero negro, acaparamiento de billetes de 500 euros... De ah¨ª que su mal ejemplo se propague desde arriba, autorizando a ediles y ciudadanos a dejarse contagiar con impotente fatalismo por la impune corrupci¨®n de sus ¨¦lites inciviles.
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