Matar la muerte
?M¨¢s de 12.000 personas iban a presenciar las actuaciones de dos toreros franceses y un colombiano! En Arles, un viernes 6 de abril que ni era festivo en Francia, ?Qui¨¦n lo hubiese imaginado hace unos a?os? Estas reflexiones me ven¨ªan mientras el gran anfiteatro romano se llenaba con esa peculiar febrilidad que acompa?a los alrededores de una plaza donde se va a celebrar una corrida. Aunque estos toreros no fuesen cualquiera: el maestro C¨¦sar Rinc¨®n que se desped¨ªa de la plaza, Juan Bautista, el ni?o de Arles, hijo del empresario, y el fen¨®meno Castella, a su vuelta a los ruedos tras tres meses de ausencia por una herida de gravedad. ?A qu¨¦ puede remitir esta expectaci¨®n?
En nuestro mundo occidental, donde no se quiere saber nada de la muerte, y donde incluso se sue?a con guerras donde la muerte no entre en juego, la supervivencia de la tauromaquia es una haza?a. Es ¨¦sta un arte de la verdad porque no ignora la muerte. Hay en la tauromaquia la puesta en escena de una fuerza bruta, ciega e incontrolable, la del toro bravo, a la que el maestro se enfrenta, y con la que va a producir una creaci¨®n art¨ªstica. Si el toro no ocupa ese lugar salvaje, la lidia no tiene sentido. Un toro enfermo, sin fuerza, no representa la posibilidad de la muerte. El asunto de la muerte est¨¢ presente para el espectador de la corrida de toros.
El objetivo de la lidia es el acto de matar al toro. Mi amigo Manuel Conde me contaba haber tenido la desgracia de asistir a la muerte de un torero, el banderillero Montoli¨²: "Desde entonces, cuando vuelvo, el ruedo retiene marcadas las coordenadas espaciales donde se produjo ese fat¨ªdico encuentro, que en vez de crear Eros hizo presente T¨¢natos. Cuando muri¨® Montoli¨² recuerdo que la plaza se llen¨® de nerviosismo, ?qu¨¦ hacer? Y por fin se suspendi¨® la corrida despu¨¦s del siguiente toro, que se lidi¨® cuando se hab¨ªa confirmado la noticia fatal. Se juega con la muerte para burlarla, si no se burla, el arte se hace imposible". El matiz irrespetuoso de la burla necesita precisarse. Si el otro no es digno de ser enga?ado uno se puede burlar de ¨¦l. El torero juega con la muerte para vencerla o para perecer, si se burla de ella no la toma en consideraci¨®n.
En Arles, asist¨ªamos fascinados a c¨®mo Sebasti¨¢n Castella en ning¨²n momento se distra¨ªa de la puesta a prueba de s¨ª mismo en su enfrentamiento con la muerte. Con su despaciosidad, con su arte, suspend¨ªa el tiempo y nos transmit¨ªa c¨®mo detenerlo es detener el momento de la muerte. Las seis magn¨ªficas estocadas de la tarde fueron la demostraci¨®n magistral de que matar al toro es matar a la muerte misma, matar al destino.
Este arte implica poder vencer la angustia de la muerte, el miedo de lo desconocido aqu¨ª representado por la fuerza bruta, sin remedio, del toro. Manolete, Curro Romero, se negaban a matar a un toro porque ¨¦ste les hab¨ªa mirado. Era un toro que sab¨ªa. ?Un saber sobre el deseo inconsciente del torero? "El irrompible n¨²cleo de la noche" que yace a la sombra de uno mismo.
?A qui¨¦n mata el torero cuando mata al toro, jug¨¢ndose la vida? Existe una diferencia entre suicidarse y jugarse la vida. Se podr¨ªa decir que el torero mata esa fuerza incontrolable, que todos llevamos dentro, y a la que a veces damos el nombre de destino. El torero, dos veces cada tarde, burla el destino: se coloca por encima de ¨¦l y lo vence. Dir¨ªa que pone en acto lo que est¨¢ en el origen de la culpa, deseo de matar al padre, que se encuentra en todo ser humano al entrar en el mundo de la palabra. Matar el misterio de los or¨ªgenes, la fuerza del destino, lo que en fin de cuentas representa el toro bravo... Deseo de inmortalidad sobre el cual siempre tropezamos, o deseo de omnipotencia, en el coraz¨®n de tantos s¨ªntomas...
"En el espect¨¢culo de una corrida de toros, lo que vemos, lo que miramos, no es una representaci¨®n fabulosa sino el hecho real de un hombre -el torero- que, efectivamente, se est¨¢ jugando en aquel trance peligroso de torear, no solamente su propia vida -que puede present¨¢rsenos como nuestra-, sino el sentido y raz¨®n mortal de esa vida...", opinaba Jos¨¦ Bergam¨ªn. La corrida de toros quiz¨¢s sea el ¨²ltimo lugar en el mundo donde se represente, no como una obra teatral o un circo, esta "raz¨®n mortal" de la vida, el asunto del destino mortal del hombre, fuente de todo arte.
Marie-Ange Lebas es psicoanalista, autora de La vida, una enfermedad mortal (2006). Madrid, S¨ªntesis.
Babelia
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