El canto que cura la tos
Jessye Norman, la gran dama americana, inaugur¨® la noche del lunes en el Palau de la M¨²sica de Barcelona la tercera edici¨®n del festival de g¨¦nero ?nicas, reservado a mujeres artistas. Es un buen comienzo para un ciclo que apuesta por la heterogeneidad de estilos, porque Jessye Norman es en s¨ª misma un compendio de la variedad, convertida en unicum por efecto de su poderos¨ªsima personalidad art¨ªstica. A un recital de Jessye Norman se va en efecto a escucharla a ella, m¨¢s que a unas obras determinadas. ?stas pueden corresponder m¨¢s o menos a lo que uno se espera, y ¨¦sa es en todo caso la ¨²nica materia opinable para la cr¨ªtica, pues todo lo dem¨¢s se halla fuera de discusi¨®n: es una voz imponente, con una paleta t¨ªmbrica pasmosa y un dominio del espect¨¢culo absoluto. Su sola presencia en escena es un manifiesto al saber colocarse, entrar en sinton¨ªa con el p¨²blico y dejarlo al final con la sensaci¨®n de que ha asistido a un gran acontecimiento: that's entertainment. Ciertamente.
Se trajo Jessye Norman un programa raro: una primera parte seria, dif¨ªcil para su p¨²blico, bien es cierto que compensada antes de la pausa por la popular Habanera de Carmen, estrat¨¦gicamente colocada para calentar los ¨¢nimos con vistas a la segunda manga. En posici¨®n de salida coloc¨® tres canciones de Sh¨¦h¨¦razade (1905), de Maurice Ravel sobre textos de Tristan Klingsor, wagneriano seud¨®nimo de Arthur Justin L¨¦on Lecl¨¨re (Lachapelle-aux-Pots, 1874-Par¨ªs, 1966), poeta que form¨® parte con el compositor del grupo vanguardista Los Apaches ("si vas a Par¨ªs, pap¨¢...") y que evolucion¨® de la adoraci¨®n al dogma de Bayreuth a los postulados del simbolismo / impresionismo capitaneados por Claude Debussy.
Pinceladas y f¨¢bulas
Sus versos son evocaci¨®n de lugares visitados con la imaginaci¨®n literaria, una Asia llena de f¨¢bulas en la que el escritor querr¨ªa ver "de beaux turbans de soie / sur de visages noires aux dents claires", y era como si estuviera esculpiendo la bella efigie de bronce de la propia cantante. Poemas hechos de nuances, sensaciones e im¨¢genes brevemente apuntadas, como nacidas del sue?o. As¨ª es tambi¨¦n el piano de Ravel, pinceladas que se diluyen en otras pinceladas, en una sucesi¨®n embriagante de colores y melod¨ªas. Para quien les escribe, lo mejor del recital. Los portamenti (deslizarse de una nota a otra en un continuo) de Norman son justamente eso, pinceladas de colores que sorprenden y subyugan y en las que colabora de forma determinante su excelente dominio del franc¨¦s (?c¨®mo, si no, hubiera podido cantar aquella m¨ªtica Marsellesa en el bicentenario de la Revoluci¨®n?).
Ahora bien, para apreciar la po¨¦tica raveliana se necesita estar algo metidos en harina. No es el caso del p¨²blico, muy respetable, que convoca un festival como ?nicas. A juzgar por las toses -?ay, la primavera!-, fue la parte del recital que menos interes¨®, junto con el siguiente ciclo de canciones de Richard Danielpour (Nueva York, 1956) sobre poemas de la escritora negra Toni Morrison (premio Nobel en 1993). Pero las faringitis sanaron milagrosamente cuando lleg¨® la citada Habanera y, ya en la segunda parte, las canciones de Gershwin y los spirituals que no pueden faltar en un recital de la Norman, pues sus devotos nunca se lo perdonar¨ªan. Sigue siendo una delicia escucharla cantar The man I love, Summertime (entre las propinas) o un sobrecogedor Swing low, sweet Chariot a cappella. Jessye Norman pertenece a esa esfera ¨²nica de artistas universales capaces de curar la tos con un pianissimo que se escucha desde el mism¨ªsimo Para¨ªso.
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