La infancia como purgatorio
Cuando, en Viernes 13. Tercera parte (1983), de Steve Miner, Jason Voorhees se ce?¨ªa por primera vez la m¨¢scara de hockey, su modesta aportaci¨®n a la iconograf¨ªa del terror moderno, los or¨ªgenes del personaje ya quedaban algo lejos. Veintid¨®s a?os despu¨¦s, el cineasta neoyorquino Michael Cuesta debi¨® de recordar que, seg¨²n esa mitolog¨ªa forjada ante barre?os de palomitas, bajo la inquietante y abstracta m¨¢scara se ocultaba lo que alguna vez fue un muy simb¨®lico ni?o ahogado por la desidia adulta (o el furor sexual adolescente) en las aguas de Crystal Lake. En la conmovedora, trist¨ªsima El fin de la inocencia, la m¨¢scara de Jason Voorhees reaparece como la trinchera tras la que se oculta un rostro infantil que no se gusta a s¨ª mismo. Un rostro que ha perdido a su imagen ideal en el espejo: su hermano gemelo, su versi¨®n deseable.
EL FIN DE LA INOCENCIA
Direcci¨®n: Michael Cuesta. Int¨¦rpretes: Conor Donovan, Jesse Camacho, Zoe Weizenbaum, Annabella Sciorra. G¨¦nero: drama. Estados Unidos, 2006. Duraci¨®n: 96 minutos.
En cierto sentido, Conor Donovan (precoz int¨¦rprete de dos papeles antit¨¦ticos en la misma pel¨ªcula) es el Charlie Brown de Schulz escondido tras la m¨¢scara de Jason. O la versi¨®n suburbial y realista de Niles Perry, el ni?o rub¨ªsimo e inquietante de El otro (1972), el cl¨¢sico de Robert Mulligan. Con El fin de la inocencia, Cuesta no ha hecho, exactamente, una pel¨ªcula con ni?os, ni ha intentado capturar el tr¨¢nsito vital que parece subrayar el t¨ªtulo en castellano: su segundo largometraje est¨¢ poblado de adultos prematuros e infancias aplazadas y se ambienta en esa tierra de nadie donde madurez e inmadurez se conjugan a destiempo.
En su anterior L.I.E. (2001), Cuesta se atrev¨ªa a proponer la extra?a (pero veros¨ªmil) relaci¨®n casi plat¨®nica entre un pederasta y un adolescente abocado a la intemperie existencial: un di¨¢logo posible, en las afueras de los c¨®digos morales consensuados, entre dos formas de aislamiento. El fin de la inocencia, pese a transitar a menudo por la delgada l¨ªnea de la tragicomedia, se atreve a ser un poco m¨¢s pesimista, al mostrar los universos de la infancia y la vida adulta como planetas que habitan una misma realidad -y comparten una misma experiencia del dolor-, pero que jam¨¢s podr¨¢n encontrarse, ni siquiera dialogar.
La destrucci¨®n de una arquet¨ªpica caba?a sobre un ¨¢rbol y una tr¨¢gica muerte ponen en marcha el mecanismo narrativo de El fin de la inocencia. El hermano gemelo del fallecido tendr¨¢ que lidiar con sus deseos de venganza, con un profundo sentimiento de culpa y con el hecho de que uno de los asesinos sea su ¨²nico interlocutor posible. Herido en el incendio, el obeso Leonard (Jesse Camacho), con el sabor y el olfato atrofiados, se enfrentar¨¢ a un entorno familiar nocivo para su salud. Amiga de ambos, la ni?a Malee (Zoe Weizenbaum) vivir¨¢ los sinsabores de un romance imposible con un atormentado paciente de su madre terapeuta. Cuesta, que, tras L.I.E. se convirti¨® en realizador estrella de las series A dos metros bajo tierra y Dexter -la ¨²ltima palabra en televisi¨®n de culto, de momento-, maneja los delicados materiales de este segundo largometraje con remarcable pudor, revel¨¢ndose tan buen director de ni?os actores como Todd Solondz, aunque menos af¨ªn que ¨¦l a las virtudes del humor cruel y el riesgo conceptual.
El fin de la inocencia parece, en definitiva, la traducci¨®n al lenguaje del cine indie -aqu¨ª gratamente intoxicado por el lenguaje de la buena televisi¨®n- de la poderosa tristeza encerrada en una tira de los Peanuts.
Babelia
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