Las aceras
Las elecciones municipales suponen una buena oportunidad para reivindicar la pol¨ªtica. La gente, acostumbrada y sometida a discusiones con mucha frecuencia abstractas, puede tocar los problemas con las manos, sentir que respira sobre todo aquello que se debate. Y la cercan¨ªa es buen remedio para la enfermedad aniquiladora del desencanto. Cuanto m¨¢s lejanas est¨¢n las cosas, m¨¢s f¨¢cil resulta sab¨¦rselo todo, caer en las frases malditas del cad¨¢ver democr¨¢tico. Una cosecha bien alimentada de muertos vivientes se dedica a repetir el rosario del descreimiento: todos son iguales, ya nos conocemos todos, ya me han contado todos los cuentos.
La palabra todos resuena as¨ª en los labios como una sentencia de paralizaci¨®n, de negaci¨®n general del mundo, de confusi¨®n incluso entre la lluvia y la sequ¨ªa, entre las ma?anas y las noches. Decir todos son iguales nos exime de la responsabilidad de comprar un paraguas para refugiarnos de la tormenta o de encender una linterna para abrirnos paso bajo los apagones. Quedarnos sentados bajo buen techo es la soluci¨®n m¨¢s c¨®moda, aunque a veces el agua acabe entrando por la ventana. La gente satisfecha o escarmentada se conoce de memoria la lejan¨ªa. Todo se ve venir. Pero las cosas cercanas necesitan de otro tipo de argumentaci¨®n, y el ejercicio de aguantar una rueda de molino afecta ya a las ra¨ªces m¨¢s vergonzosas del sentido com¨²n anestesiado.
Cuando yo era joven, la pol¨ªtica significaba el deseo de hacer la revoluci¨®n, de transformar el mundo por la base, de fundar una sociedad m¨¢s justa, de cambiarle la piel a la historia de la cultura. Comprendo que hay motivos, tal como ha pasado la historia por el siglo XX, para dudar de la revoluci¨®n y de los revolucionarios. Espero, del mismo modo, que se me conceda que la revoluci¨®n era una empresa llena de dificultades. Cualquier fracaso y cualquier cr¨ªtica deben suponer tambi¨¦n un m¨ªnimo de comprensi¨®n por lo justo y dif¨ªcil de la tarea. Pero si hacer la revoluci¨®n era asunto demasiado lejano, muy cerca nos queda la posibilidad de hacer una ciudad habitable, con aceras por las que sea agradable pasear... Bueno, pues tampoco lo hemos conseguido. Hasta los m¨¢s esc¨¦pticos pueden meter los dedos en la herida y comprobar c¨®mo se han desarrollado nuestras ciudades, qu¨¦ tipo de suburbios y de ¨¢reas metropolitanas se han ido construyendo a golpe de realismo especulativo.
No hemos sido capaces de hacer la revoluci¨®n, pero tampoco de hacer unas aceras por las que pueda pasear una pareja con un carrito de reci¨¦n nacido. M¨¢s que el desaliento o el abstencionismo, esto pone en el centro de las discusiones una buena oportunidad para reivindicar la pol¨ªtica y para hacernos responsables de lo que sucede en la parte m¨¢s cercana del mundo, de nuestro mundo. Estamos hablando de nuestros ¨¢rboles, de nuestros campos, de nuestras perspectivas, de nuestros barios. ?Qu¨¦ dif¨ªcil ver en Granada la perspectiva que amparaba la ciudad hace apenas unos a?os, con el blanco de la Sierra confundi¨¦ndose con el rojo de la Alhambra y con el verde de los cipreses y las chumberas desperdigado por las colinas entre la cal de las tapias. Qu¨¦ dif¨ªcil orientarse a la hora de pasear por los pueblos de la Vega, devorados por urbanizaciones horrendas, sin un poco de aire limpio y de agua clara que llevarse a la boca. Las criaturas se amontonan, viven en colmenas o en pudrideros, y bajan a la ciudad soportando un tr¨¢fico colapsado, desesperante, infinito, porque nadie se preocup¨® de planificar un transporte p¨²blico razonable.
El paisaje m¨¢s cercano presenta un territorio oportuno para fijar las discusiones sobre la importancia de los valores p¨²blicos y sobre los peligros de las especulaciones privadas sin leyes reguladoras. No estamos discutiendo de nubes, sino del lugar donde nos toca levantarnos cada ma?ana. La costumbre de seguir como estamos no es una buena costumbre. Basta con salir a pasear para comprobar que la rutina significa a veces una forma temeraria de descomposici¨®n. Nuestro voto es responsable de las aceras por las que caminamos hacia puntos de encuentro.
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