Entre visillos en Uncastillo

Humilde, pero llena de encanto. As¨ª aparece a la vista, embebida entre las estrechas callejas que configuran el casco hist¨®rico de Uncastillo, una casa del siglo XVIII transformada en posada gracias a la sentida hospitalidad de Miguel Pem¨¢n y su mujer, Inma Navarro. Su buen oficio mitiga en parte la penuria de instalaciones heredada de un caser¨®n angosto y sobreaprovechado, que casi mira de puntillas a la iglesia rom¨¢nica de Santa Mar¨ªa la Mayor, el plato fuerte de una visita a la villa zaragozana.

La pareja recibe a sus clientes al pie de un min¨²sculo zagu¨¢n desde el que se accede a la recepci¨®n; al sal¨®n-biblioteca, con estufa de le?a, y a un comedor amueblado con mesas de forja y barro. Todo en un mismo espacio, como el concepto que est¨¢n poniendo de moda algunas grandes cadenas.

Viguer¨ªa de madera a la vista, piedra de siller¨ªa, rejas y cabeceros de forja, lavabos y grifer¨ªa procedentes de derribos... Estereotipos al uso en cualquier establecimiento que se precie para las escapadas del fin de semana, alimentado en el silencio del Uncastillo monumental, m¨¢s que en la insonorizaci¨®n estructural del edificio y en los desayunos con boller¨ªa de un conocido obrador de la localidad.

A las ocho habitaciones dobles se han a?adido recientemente dos suites que destilan el sabor de las buhardillas tradicionales y miran a los tejados vecinos. El recetario es el mismo: colchas de cuadros, visillos en tonos tostados, cabeceros de forja y ventanuco o balc¨®n a la calle. Se las reconoce por el nombre, pirograbado junto a la puerta, de las siete parroquias rom¨¢nicas de Uncastillo y por sus monumentos m¨¢s se?eros. Ninguna destaca por su holgura, ni por los mimbres l¨²dicos de sus cuartos de ba?o, pero invitan a recogerse incluso en horas de siesta, y las mayores, en la tercera planta, a gozar en privado de una columna de hidromasaje. Cuesta llegar hasta ellas a trav¨¦s de una estrecha escalera, pero habr¨ªa sido un error cargarse el edificio para abrir hueco a un ascensor, como obliga, sin perd¨®n de Dios, la normativa hotelera.