Vilanos de papel
La biblioteca de Daniel Devoto, yerno de Valle-Incl¨¢n, s e subasta a partir de hoy en la sala Fernando Dur¨¢n de Madrid
Una biblioteca personal no es una suma de libros, como acaso lo son muchas bibliotecas p¨²blicas. La biblioteca que alguien ha reunido a lo largo de los a?os se parece sobre todo a su propia vida. Lo que uno ha sido tanto como lo que no ha podido ser. Desde fuera tal vez se vea como un laberinto, uno de esos prestigiosos arcanos literarios, pero al acercarse a ¨¦l encontramos que es lo m¨¢s parecido a un peque?o, asequible y hospitalario oasis.
No se sabe por qu¨¦ raz¨®n, algunos cuando buscan una imagen de los estragos del tiempo piensan en primer lugar en el polvo de los libros y en sepulcrales espacios comidos por los ¨¢caros, cuando lo cierto es que pocos lugares habr¨¢ m¨¢s amenos, transitados y sorprendentes, si son fruto de la inteligencia y la tenacidad. ?ste fue sin duda el caso de la biblioteca de Daniel Devoto, que ahora se subasta, seis a?os despu¨¦s de su muerte. En muchos de sus vol¨²menes los futuros compradores se encontrar¨¢n este ex libris: "El fruto pasa, el ¨¢rbol queda". ?Una biblioteca es fruto o ¨¢rbol? Con una subasta por delante es dif¨ªcil aventurar la respuesta. Lo probable es que sea ambas cosas, ¨¢rbol mientras permaneci¨® reunida, fruto en la dispersi¨®n, como los vilanos, camino de otras bibliotecas y otros ¨¢rboles.
Devoto, que naci¨® en Buenos Aires en 1916, fue mucho m¨¢s que ese investigador contratado en Par¨ªs por el CNRS (Centre Nacional de la Recherche Scientifique) a mediados de los cincuenta. Era historiador y music¨®logo, y narrador, poeta y editor y... marido de Mariqui?a del Valle-Incl¨¢n, la ni?a que sentada a las rodillas de don Ram¨®n pone en una conocida fotograf¨ªa la nota pagana, como si en sus luengas barbas de chivo el escritor hubiera clavado una margarita tard¨ªa.
Se ve que la de Devoto era una biblioteca de trabajo, y por tanto vivida, le¨ªda, rele¨ªda y estudiada. ?C¨®mo se sabe? Como se saben estas cosas, por olfato... y por el roce de los libros, en r¨²stica la mayor parte o en encuadernaciones de batalla. Sus veinte mil vol¨²menes (una buena parte de los cuales son de literatura hispanoamericana, espa?ola y francesa del siglo XX; otra de m¨²sica y partituras, y otra de libro antiguo) nos hablan de su mucha afici¨®n pero tambi¨¦n de unos recursos econ¨®micos restringidos. Presum¨ªa de haberlos comprado por cuatro c¨¦ntimos en librer¨ªas de pobre m¨¢s que de viejo, rastros humildes y almonedas desportilladas. Los dem¨¢s se los regalaron los autores. Ni siquiera cuando se trata de libros antiguos (y entre ellos hay alg¨²n que otro incunable), hacen ostentaci¨®n. Es, s¨ª, lo primero que salta a la vista: no es una biblioteca de post¨ªn (ya sab¨¦is, de alguno de esos bibli¨®filos que coleccionan libros como el sult¨¢n mujeres, con m¨¢s afici¨®n a mirarlas en el har¨¦n que a otra cosa).
?Por qu¨¦ siendo la suya una biblioteca modesta, digamos, es tan extraordinaria y ha podido ser tan codiciada? El tiempo ha jugado a su favor. Hace 50 a?os nadie pod¨ªa imaginar que por una primera edici¨®n de los que eran amigos o conocidos suyos llegar¨ªa a pagarse tanto como por las de G¨®ngora, Lope o Calder¨®n. Ya en vida hab¨ªan coqueteado con la idea de la venta. A un librero amigo que les ofreci¨® una millonaria suma, le dijeron lo que dicen quienes en el fondo se resisten a vender: "S¨ª, no, ya veremos". Claro, no hay veinte mil libros maravillosos en ninguna biblioteca por lo mismo que nunca existieron once mil v¨ªrgenes, pero nos quedan, s¨ª, unos cientos, raros, preciados y buscad¨ªsimos ejemplares, a veces inexistentes, como los primeros de Lorca, de Borges o de Neruda, hoy tan cotizados como los de Baudelaire, Pound o Maiakovski. Y los de Guill¨¦n, Salinas, Huidobro, Bergam¨ªn o Alberti, quien en una de las dedicatorias multicolores que salen a la venta llam¨® a Devoto "¨¢ngel m¨²sico y barbado". Y tantos, desde Macedonio Fern¨¢ndez a las raras y exquisitas plaquettes de Molinari, desde las cartas a ¨¦l dirigidas de G¨®mez de la Serna, Neruda o Cort¨¢zar, amigo de la pareja, a las de Massenet o Gounod a otros.
Ciertamente, en una subasta hay algo triste. Es una exhumaci¨®n, desde luego, pero no les quepa duda: llenar¨¢ de contento leg¨ªtimo a m¨¢s de uno. He o¨ªdo a un bibli¨®filo que le dec¨ªa a otro, a prop¨®sito de esta venta: cuando veas las barbas de Valle a pelar, pon las tuyas a remojar. Y sin embargo, nadie seguramente fue m¨¢s feliz que Devoto, reuniendo esos miles de libros. El bibli¨®mano hace castillos de arena en la playa, dec¨ªa Abelardo Linares cuando hace diez a?os compr¨® un mill¨®n doscientos mil libros en el Bronx. Que el mar los disperse luego, da lo mismo. Puede que, como dec¨ªa G¨®ngora, "la erudici¨®n enga?a", pero en lo dem¨¢s se equivoc¨® G¨®ngora estrepitosamente: el mar, como la vida, es sordo, y viene y se va y vuelve sin importarle nada.
Babelia
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