?Un asunto privado?
?Puede tener una figura p¨²blica vida privada? Acontecimientos recientes en tres pa¨ªses han puesto de relieve la importancia de esta pregunta.
En las elecciones presidenciales francesas, ambos candidatos trataron de mantener su vida dom¨¦stica al margen de la campa?a. S¨¦gol¨¨ne Royal no est¨¢ casada con Fran?ois Hollande, el padre de sus cuatro hijos. Cuando le preguntaron si eran pareja, Royal respondi¨®: "Nuestras vidas son cosa nuestra". Igualmente, ante los rumores de que la mujer del presidente electo Nicolas Sarkozy le hab¨ªa abandonado, un portavoz replic¨®: "?sa es una cuesti¨®n privada".
Los franceses poseen una larga tradici¨®n de respetar la intimidad y la vida privada de sus pol¨ªticos, y la opini¨®n p¨²blica en ese pa¨ªs es m¨¢s abierta que en Estados Unidos, donde una madre soltera con cuatro hijos no tendr¨ªa ninguna posibilidad de ser candidata a la presidencia por uno de los grandes partidos. El mes pasado, Randall Tobias, el m¨¢ximo responsable de la ayuda exterior en el Departamento de Estado, dimiti¨® despu¨¦s de reconocer que hab¨ªa usado un servicio de se?oritas de compa?¨ªa especializado en "fantas¨ªas er¨®ticas de lujo", aunque Tob¨ªas dijo que ¨¦l s¨®lo hab¨ªa utilizado los masajes.
En el Reino Unido, Lord John Browne, el ejecutivo que logr¨® que BP dejara de ser una empresa petrol¨ªfera europea de segundo orden para convertirse en un gigante mundial, dimiti¨® despu¨¦s de reconocer que hab¨ªa mentido en los tribunales sobre las circunstancias en las que hab¨ªa conocido a su compa?ero homosexual (al parecer, le hab¨ªa conocido a trav¨¦s de una agencia de prostituci¨®n masculina). Al dimitir, dijo que siempre hab¨ªa considerado su sexualidad como algo privado y que le decepcionaba que un peri¨®dico -The Mail on Sunday- la hubiera hecho p¨²blica.
A los candidatos a ejercer cargos p¨²blicos y a quienes ocupan altos puestos en la administraci¨®n o la empresa deber¨ªa juzg¨¢rseles por sus propuestas y por sus hechos, no por actos privados. Es evidente que, en ocasiones, los dos aspectos se solapan. The Mail on Sunday y su peri¨®dico hermano, The Daily Mail, justificaron haber publicado las revelaciones del ex-compa?ero de Browne en la acusaci¨®n de que ¨¦ste le hab¨ªa permitido emplear recursos de la compa?¨ªa para provecho de su propia empresa privada. La compa?¨ªa neg¨® que esas acusaciones tuvieran fundamento.
Como responsable de la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional, Tobias estaba encargado de hacer respetar la pol¨ªtica del Gobierno de Bush que exige a las organizaciones de lucha contra el VIH/sida que condenen la prostituci¨®n para poder recibir ayuda de Estados Unidos. Esta pol¨ªtica ha recibido cr¨ªticas porque hace m¨¢s dif¨ªcil ayudar a las trabajadoras sexuales, que corren un grave riesgo de contraer y contagiar el VIH/sida. Parece l¨®gico que a la opini¨®n p¨²blica le interese saber si los que ejecutan esa pol¨ªtica utilizan servicios sexuales de pago.
Cuando no existe ning¨²n indicio de que una cuesti¨®n de moral personal est¨¦ influyendo en la actuaci¨®n de un alto cargo empresarial o un funcionario del gobierno, debemos respetar la intimidad de esa persona. ?Pero qu¨¦ ocurre con los candidatos a gobernarnos?
Puede alegarse que, dado que los pol¨ªticos nos piden que les confiemos unos poderes muy amplios, debemos saber todo lo posible sobre su moralidad. Por ejemplo, ser¨ªa razonable preguntarles si pagan los impuestos que les corresponden o qu¨¦ donaciones hacen. Ese tipo de cosas nos deja ver cu¨¢nto se preocupan por el bien p¨²blico. Ahora bien, el inter¨¦s leg¨ªtimo por saber m¨¢s sobre un pol¨ªtico ?puede extenderse a los detalles de sus relaciones personales? Es dif¨ªcil trazar una l¨ªnea de principios respecto a un ¨¢rea concreta y decidir si saber m¨¢s sobre ella nos va a aportar datos significativos sobre el car¨¢cter moral de un pol¨ªtico. Lo malo es que los medios de comunicaci¨®n tienen inter¨¦s en publicar noticias que les permitan aumentar las audiencias y los lectores, y las informaciones personales, sobre todo si tienen que ver con el sexo, suelen cumplir ese papel.
No obstante, el que una persona decida casarse o no, que sea heterosexual u homosexual, incluso que pague para satisfacer sus fantas¨ªas er¨®ticas o tenga fantas¨ªas que logra satisfacer sin coste alguno, sirve poco a la hora de saber si es una buena persona en cuyas manos puede confiarse un puesto de autoridad; a no ser, claro est¨¢, que se trate de que dice una cosa mientras hace la contraria. Si fu¨¦ramos capaces de cultivar una tolerancia mayor hacia la diversidad humana, los pol¨ªticos, dirigentes empresariales y gobernantes tendr¨ªan menos miedo a "ser descubiertos", porque comprender¨ªan que no han hecho nada que haya que ocultar.
La prostituci¨®n es ilegal en la mayor parte de Estados Unidos, incluida la ciudad de Washington, y ¨¦sa podr¨ªa ser raz¨®n suficiente para que dimitiera Tobias. Pero, cuando el gobernador de Nueva Jersey, John Corzine, sufri¨® un grave accidente de carretera, el mes pasado, sali¨® a la luz que hab¨ªa infringido la ley de su propio Estado porque no llevaba puesto el cintur¨®n. El sentido com¨²n nos dice que la infracci¨®n de Corzine fue m¨¢s grave que la de Tobias. Las leyes que exigen llevar puesto el cintur¨®n de seguridad salvan muchas vidas. Las leyes que proh¨ªben la prostituci¨®n no producen ning¨²n beneficio visible, y es muy posible que incluso sean perjudiciales. Sin embargo, nadie sugiri¨® que Corzine dimitiera por haber cometido un acto ilegal e insensato. En Estados Unidos, por lo menos, infringir las normas sexuales sigue teniendo una carga de oprobio moral que es desproporcionada respecto al da?o que verdaderamente puede hacer.
Peter Singer es catedr¨¢tico de Bio¨¦tica en la Universidad de Princeton y catedr¨¢tico distinguido de la Universidad de Melbourne. Entre sus libros est¨¢n How are we to live? y Writings on an ethical life. ? Project Syndicate, 2007. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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