Guerra al mosquito
Han vuelto. Siempre conseguimos olvidarlos durante los meses de invierno, pero ya est¨¢n aqu¨ª. En Sant Cugat se les denomina tigres por su especificidad y en el resto del pa¨ªs los llamamos mosquito a secas. No tengo nada contra ellos. Me gustar¨ªa que ellos vivieran su vida y yo la m¨ªa, en respetuosa armon¨ªa, pero tengo los brazos y las piernas acribillados por esos malditos bichos. As¨ª que, como todos los a?os, inicio los preparativos de la guerra contra el mosquito. Aviso: habr¨¢ sangre. Hace tiempo que mis esfuerzos pacifistas fracasaron. Recuerdo la pregunta que se hac¨ªa Dusan Velickovic: "?Se pueden conseguir la paz y la no-violencia a trav¨¦s de la violencia?".
Nuestras batallas se desarrollan de madrugada. Creen que estoy dormido y se acercan con su arrogante zumbido. Primero, rozan la oreja, en una maniobra de reconocimiento. Yo finjo estar frito hasta que, de repente, enciendo la luz y empiezo a repartir mamporros con la suela de la zapatilla, que, con un poco de suerte, se lleva a unos cuantos por delante. Es una escena pat¨¦tica, impropia de un humano civilizado, as¨ª que este a?o incorporo tecnolog¨ªa punta en la lucha contra el mosquito. Ustedes pensar¨¢n: si existen m¨¦todos el¨¦ctricos e insecticidas electr¨®nicos, ?por qu¨¦ complicarse tanto la vida? Pues porque los nuevos prototipos de mosquitos pasan ol¨ªmpicamente de estos sistemas y hay que utilizar algo m¨¢s radical.
Acribillado como estoy, resulta dif¨ªcil ser optimista, pero por intentarlo que no quede. Siguiendo los consejos de un cazador, visito el m¨ªtico Servicio Estaci¨®n de la calle de Arag¨® de Barcelona. Mi informante ha sido tajante: "Ve all¨ª y compra unas pulseras insecticidas que venden en la cuarta planta". En efecto, a cambio de 9,75 euros puedes adquirir un par de pulseras de aspecto algo trist¨®n, el¨¢sticas, que deben situarse en la mu?eca y en el tobillo. Estos dos puntos neur¨¢lgicos, sumados, disuaden cualquier ataque volador de los chupadores de sangre. El nombre del invento me da esperanzas: Blitz. En ingl¨¦s, blitz significa bombardear, y eso es justo lo que quiero: bombardear a los mosquitos antes de que acaben devor¨¢ndome. Otro dato me tranquiliza: el fabricante tiene su sede en Sant Cugat, capital nacional del mosquito, y en consecuencia, experta en la aniquilaci¨®n de estos bichos. Al llegar la noche, sigo las instrucciones: me pongo las dos pulseras, menos glamourosas que las de goma que llevan los millonarios y folcl¨®ricas de este pa¨ªs, tiro de ellas para activar su poder aniquilador y enseguida advierto un olor potente y, sin ¨¢nimo de ofender, bastante repulsivo. El envoltorio ya me hab¨ªa prevenido: Insect repellent bands. Podr¨ªa ser el nombre de uno de esos grupos de modernillos con flequillos y vaqueros ca¨ªdos que venden su m¨²sica por Internet, pero en este caso me doy cuenta de que el enunciado, siendo cierto, se ha quedado corto. Las pulseras no s¨®lo repelen a los insectos, sino tambi¨¦n a quien las lleva, lo cual plantea un problema. ?Qu¨¦ prefiero? ?Ser acribillado o respirar un aire cargado de repelencias?
Es un dilema interesante. El tiempo sigue transcurriendo sin que se oiga ning¨²n zumbido. Ergo, las pulseras funcionan. Los malditos mosquitos deben de estar en otra parte, acribillando a alguna v¨ªctima menos previsora. A la ma?ana siguiente, sin embargo, y tras un sue?o agitado, decido no reincidir en el ba?o de repelencia y pruebo con otro invento, el Mosquitan (adquirido en el Servicio Estaci¨®n). Son unos parches antimosquitos que se adhieren en cualquier superficie, "inclusive la piel" (siempre y cuando no la tengas ocupada por la multitud de otros parches que hay en el mercado). Eso significa que puedes pegarlo a los barrotes de la cama, al pijama, al peluche con el que duermes o a la goma, algo fl¨¢cida, de los calzoncillos. Seg¨²n el prospecto, su nivel de eficacia es del 92% y el olor que desprende resulta m¨¢s estimulante que el de las pulseras, probablemente porque est¨¢ compuesto por esencia de citronella y de eucalipto. Pero sean prudentes: si tienen que dormir con alguna mujer a la que respetan y desean impresionar, no es el olor m¨¢s afrodisiaco.
Afortunadamente, los luchadores antimosquitos deben estar dispuestos a todo, as¨ª que renunciar¨¦ a los placeres de la carne y, ebrio de castidad, me enfrentar¨¦ a la plaga con valor y todas las armas a mi alcance. S¨ª, es cierto, el aire est¨¢ cargado y la esencia de citronella y eucalipto me est¨¢ da?ando peligrosamente el sentido del olfato, pero no podemos darnos por vencidos. No podemos tolerar que estos bichos act¨²en impunente. ?Y qu¨¦ hace el Gobierno mientras tanto? Gastarse el dinero en saldar las deudas de la televisi¨®n en lugar de invertir en sistemas insecticidas gratuitos para una poblaci¨®n que est¨¢ siendo v¨ªctima, silenciosa y resignadamente, de toda clase de abusos por parte de los mosquitos. Al candidato que prometa acabar con ellos, lo votar¨¦.
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