Preguntas sin respuesta
?Podr¨¢ el CSC correr el pr¨®ximo Tour?, ?qu¨¦ pasar¨¢ con Riis?, ?qui¨¦n salvar¨¢ al ciclismo?
Un periodista, obligado a buscar respuestas ante las dudas de la gente, se confiesa desorientado, perdido, frente a un director veterano. "?Y c¨®mo crees que estoy yo?", le confiesa ¨¦ste; "perdido, como el ciclismo". Al ciclismo le ha dado por la catarsis y, como todos los conversos, se lanza a ella sin meditar, en caliente; sin saber de d¨®nde se parte; sin saber ad¨®nde se quiere llegar.
Preguntas, preguntas... La pregunta global, abstracta, aqu¨¦lla para la que nadie tiene respuesta. ?Qu¨¦ puede salvar al ciclismo? ?Qui¨¦n? ?Qu¨¦ tiene que hacer el ciclismo para sobrevivir? Busquemos un hombre bueno, alguien por encima del bien y del mal, alguien sin intereses y mucho sentido com¨²n, propugnan algunas voces. ?Qui¨¦n?, ?qui¨¦n?, responde el eco. El ciclismo est¨¢ como un adicto. Necesita un proceso de rehabilitaci¨®n, pero con calma, no a las bravas; poco a poco, dicen otros. S¨ª, pero... ?d¨®nde? ?D¨®nde?
Las preguntas concretas. Los personajes concretos. En el ciclismo est¨¢n el Tour y la Uni¨®n Ciclista Internacional (UCI), dos poderes que act¨²an en paralelo, que andan a la gre?a siempre por sus intereses econ¨®micos, pero que se al¨ªan para lavarse las manos llegadas las crisis. Habla Riis. Confiesa. Los aficionados sufren. Los pocos ciclistas que conservaban la ilusi¨®n por su oficio la pierden. ?A qui¨¦n le interesa el Giro?, se pregunta Horrillo, que en Italia sufre y suda. ?A qui¨¦n le interesa la Volta, que se corre estos d¨ªas en Catalu?a? Los dirigentes se abanican. Piden a los ciclistas que sigan hablando, confesando, como si ellos fueran los ¨²nicos culpables del sistema; como si no se dieran cuenta de que esa medicina, que a nadie ha podido salvar, est¨¢ matando tambi¨¦n al enfermo. En los a?os 90 todos los ciclistas se ve¨ªan obligados a tomar EPO. Unos la tomaban para ganar; otros, la mayor¨ªa, simplemente para poder aguantar el ritmo del pelot¨®n. Hab¨ªa directores, ingenuos, que dec¨ªan a sus chicos que tranquilos, que hab¨ªa que crecer poco a poco, que todo era cuesti¨®n de madurez. El chaval crec¨ªa, cumpl¨ªa los 25 a?os y ve¨ªa que nada; que, de la progresi¨®n prometida, cero; que de amateur era el mejor y que de profesional no pod¨ªa resistir en el pelot¨®n. El chaval se ve forzado a dar un salto mortal desde el idealismo que le llev¨® a dejarlo todo por la bicicleta hasta el escepticismo, hasta el pragmatismo que le dice que, por lo menos, debe hacer algo para ganarse la vida. ?nica salida: tres letras. El director puede decir que ¨¦l no le oblig¨®, que fue una decisi¨®n personal; el organizador, que ¨¦l no obliga a nadie a correr el Tour a 42 de media; el sponsor proclama que s¨®lo le interesan las victorias si son limpias, pero a final de a?o hace recuento y decide, y la prensa se vuelve loca por los j¨®venes que realizan gestas extraordinarias. Todos los actores aparecen como rehenes del sistema, de un sistema que entre todos han puesto en pie.
Los dirigentes se hacen preguntas tambi¨¦n. Piden responsabilidad a los patrones de los equipos. Preocupados por la impresi¨®n de limpieza, les exigen que aparten de ¨¦l todo aquello que huela a sospechoso. Christian Prudhomme, el patr¨®n del Tour, as¨ª se lo hizo saber al Caisse d'?pargne por Alejandro Valverde, as¨ª se lo ha hecho llegar al CSC por Riis. Y, por si falla la presi¨®n, siempre quedar¨¢ el c¨®digo ¨¦tico; o, si no, ya se ver¨¢, hasta que llegue el momento en el que el aficionado empiece a preguntarse llegado julio no qui¨¦n ganar¨¢ el Tour, sino ?habr¨¢ Tour?, ?habr¨¢ ciclistas?, ?habr¨¢ ciclismo?
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