Campa?a enrarecida
Las elecciones auton¨®micas y municipales que se celebran hoy han sido precedidas por una campa?a enrarecida. Se han confirmado, as¨ª, los peores temores de que la crispaci¨®n que se vive desde el inicio de la legislatura hace ya m¨¢s de tres a?os, terminase por desenfocar el planteamiento y el alcance de estos comicios, que los dos principales partidos han coincidido en considerar como una primera vuelta de las legislativas del pr¨®ximo a?o. La excesiva implicaci¨®n de los l¨ªderes nacionales en la campa?a electoral ha eclipsado el perfil y las propuestas de los candidatos municipales y auton¨®micos, que se han visto arrastrados a pronunciarse sobre una agenda pol¨ªtica que, como el terrorismo, no corresponde a las esferas de responsabilidad a las que optan. Habr¨¢ que ver si este clima bronco no es castigado por los electores con una fuerte abstenci¨®n como respuesta del distanciamiento y desconfianza de los ciudadanos con la clase pol¨ªtica.
Uno de los pocos asuntos relacionados con el poder municipal y auton¨®mico que ha logrado abrirse paso durante estas dos semanas ha sido la corrupci¨®n urban¨ªstica. Aun as¨ª, ha aparecido m¨¢s como reflejo del clima de confrontaci¨®n general que como uno de los m¨¢s graves problemas a los que se enfrenta el pa¨ªs, con efectos perniciosos sobre la econom¨ªa, el medio ambiente y el cr¨¦dito de las instituciones.
Los partidos mayoritarios han tratado la corrupci¨®n como arma arrojadiza, denunciando los casos del adversario para hacer que resplandezca la propia virtud. Sin embargo, las urnas no son el procedimiento para depurar las eventuales responsabilidades judiciales de los candidatos, que muchas veces alcanzan el ¨¢mbito penal. El mandato que salga hoy de los votantes no va a absolver ni a condenar a aqu¨¦llos sobre los que pesan sospechas e, incluso, procesos por corrupci¨®n, y que los partidos tendr¨ªan que haber apartado de las listas. Deber¨ªa ser, por el contrario, un mandato para poner fin a unas pr¨¢cticas con las que los ayuntamientos no pueden seguir conviviendo mucho tiempo, al margen de que se requieran acuerdos de Estado para erradicar algunas de sus causas m¨¢s arraigadas, como la insuficiencia de la financiaci¨®n municipal y la de las formaciones pol¨ªticas.
M¨¢s desdibujada a¨²n que la campa?a para las elecciones municipales ha resultado la de las auton¨®micas. Resulta bastante llamativo el contraste entre el crispado debate territorial que tuvo lugar con motivo de las reformas estatutarias y el silencio de los diversos partidos y candidatos sobre esta cuesti¨®n. Aquellas comunidades con un nuevo Estatuto aprobado se enfrentan ahora a su desarrollo, un aspecto esencial que, a juzgar por su escasa presencia en la campa?a, parece haber perdido cualquier inter¨¦s. En el caso de las autonom¨ªas con las reformas estatutarias por comenzar o ya en tr¨¢mite, ninguna fuerza pol¨ªtica ha querido hacer bandera de su impulso, su aprobaci¨®n o de la eventual modificaci¨®n del proyecto durante el recorrido parlamentario.
Parece como si la baja participaci¨®n en algunos referendos recientes, como los de Catalu?a y Andaluc¨ªa, hubiese llevado a obviar el tema. En lugar de considerar la campa?a electoral como el momento adecuado para asumir compromisos ante los ciudadanos, parecen haber prevalecido las exigencias m¨¢s descarnadas de la propaganda pol¨ªtica, como si el objetivo de los partidos en estas elecciones municipales y auton¨®micas se limitase a alcanzar el poder y decidir despu¨¦s qu¨¦ se hace.
No han faltado tampoco episodios poco ejemplares, que no deber¨ªan convertirse en pr¨¢ctica corriente para futuras convocatorias. M¨¢s all¨¢ de los casos de manipulaci¨®n de los censos en poblaciones de pocos habitantes y de los intentos de influir en el voto por correo, de los que se han ocupado los tribunales, se ha repetido en esta campa?a un intento de influir en los resultados a trav¨¦s de promesas condicionadas a la victoria de un candidato determinado, y realizadas por personas e instituciones ajenas al ¨¢mbito pol¨ªtico. Tampoco han faltado vergonzosos ejemplos de picaresca propagand¨ªstica, como la de fingir la inauguraci¨®n de hospitales e infraestructuras sin terminar tan s¨®lo para que la imagen, y nada m¨¢s que la imagen, cuente en el haber de un candidato. Y todo ello aderezado en m¨ªtines y debates con golpes bajos y exabruptos en los que se compara la situaci¨®n pol¨ªtica de hoy con la de hace 70 a?os.
Aunque cualitativamente distintos de todo lo anterior, los incidentes provocados por el entorno etarra en el Pa¨ªs Vasco como respuesta a la prohibici¨®n de gran parte de sus listas han resultado ilustrativos de la incapacidad de ese mundo radical y reacio a la democracia para desmarcarse de la violencia y aceptar que los ciudadanos puedan expresarse libremente.
Si las elecciones son una pieza esencial del sistema democr¨¢tico, las campa?as en las que los candidatos solicitan el voto de los ciudadanos deber¨ªan discurrir por otros derroteros. La que ha precedido a la consulta de hoy no ha sido, desde luego, un ejemplo. Cabe esperar que tampoco sea un precedente.
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