Ese toro embiste
A lo largo de los m¨¢s de cuarenta a?os que todos los aficionados de esta plaza -ni?os incluidos- llevamos viniendo a los toros, he escuchado frases y sentencias que se repiten, de forma invariable, en cada corrida y en cada lugar del coso. Uno ha tenido la suerte de ocupar, seg¨²n viniesen dadas, todo tipo de localidades de sol, sombra y mediapensi¨®n; tendidos, gradas y andanadas -con mucha regularidad estas ¨²ltimas-; contadas ocasiones una barrera, una vez un callej¨®n y bastantes un vomitorio, de pie, en amena charla con acomodadores y mozos de la cerveza. Y en toda posici¨®n, y desde siempre, se ha o¨ªdo una voz premonitoria que anunciaba con la autoridad de un profeta: "Ese toro va a embestir". Esto -si no no tendr¨ªa gracia- suele salir de la garganta de un sabio cuando el toro apenas lleva unos segundos de desconcierto sobre la arena del ruedo.
A. Mart¨ªn / El Fundi, Encabo, Chaves
Toros de Adolfo Mart¨ªn. Desiguales y con casta. Flojos 1? y 2?, reservones 4? y 6?, soso el 5? y muy bueno y noble el 3?, que fue aplaudido en el arrastre. Jos¨¦ Pedro Prados, El Fundi: dos pinchazos y estocada pel¨ªn ca¨ªda (silencio); gran estocada (divisi¨®n). Luis Miguel Encabo: metisaca con sablazo (algunos pitos); dos pinchazos, estocada en la paletilla y descabello (pitos). Domingo L¨®pez Chaves: dos pinchazos, media y cuatro descabellos -aviso- (silencio); dos pinchazos, estocada y descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 22? corrida de abono. Lleno.
Lo tore¨® L¨®pez Chaves a voces. Y era toro para hablarle al o¨ªdo; para cantarle fados
Y se ha comprobado, con una fiabilidad estad¨ªstica notable, que la mayor¨ªa de los toros elegidos para tan noble destino, no est¨¢n por ello. Nadie comete la ingenuidad de pedir explicaciones al profeta o de echarle en cara sus errores, porque en los toros -aunque a veces no lo parezca- la educaci¨®n y el civismo son elementos a tener en cuenta, especialmente si el entendido lleva 40 a?os largos de localidad y uno se acaba de sentar a su lado; pero sobre todo porque el coraz¨®n humano es una caja de deseos, entre los que no es menor, poder decir un d¨ªa, visto el primer remate del burel en el burladero del uno: "Ese toro va a embestir".
Pues bien, el tercero embisti¨®. Se llamaba Chaparrito, era veleto, guapo de cara y se le aplaudi¨® al salir. Va con genio al caballo, se fija al peto, repite con casta y, al salir, mira a diestros y peones y les dice: "Aqu¨ª estoy". Suena el clar¨ªn que abre el ¨²ltimo tercio, y L¨®pez Chaves se acerca y le mide en las tablas del 10. De all¨ª hacia el centro -r¨¢pido, que lo ve bueno- y el toro empieza a embestir. Suenan las primeras palmas de la tarde y Chaves, desafiante, muy torcido, la muleta alante tensa y baja, se lo lleva detr¨¢s. En la izquierda, ladeado el cuerpo, de perfil al toro, tira sin mucha gracia del noble Adolfo y vuelve a la diestra, donde desaprovecha, despegado y sac¨¢ndolo hacia fuera, la embestida humillada y d¨®cil de su c¨¢rdeno seguidor. Lo tore¨® L¨®pez Chaves a voces. Hasta cuando pinchaba. Y era toro para hablarle al o¨ªdo; para cantarle fados. O baladas.
Comprobado el regular desacierto en el pron¨®stico de embestidas, volvi¨® la charla por el derrotero de abonos y trienios. De ah¨ª a "?pero usted qu¨¦ edad tiene?" mediaron segundos. Poco despu¨¦s, dos respetables del respetable se intercambiaban, desafiantes, los dene¨ªs.
El resto de la corrida ni embisti¨® ni dej¨® de hacerlo. Hubo un primero flojo, escurrido y bien armado, al que Fundi recogi¨® y ech¨® un capote lento, mir¨¢ndolo. Luego perdi¨® las manos, sopl¨® el viento, y el sol agradeci¨®, ajustando sus viseras y parando los abanicos, que el diestro se le acercara. Pero en la muleta empez¨® a saltar entre un mar de tornillazos, y cuando lo fij¨® un poco ya era hora de la espada. En el cuarto, la lidia era tan inane que no se levant¨® una voz -y eso que el toro hizo bailar al caballo sobre dos patas, gir¨¢ndolo como una peonza-. Tal falta de ilusi¨®n reinaba en Las Ventas que disuadieron al diestro de parear. Nadie dec¨ªa nada. Parec¨ªa La Maestranza, y eso que Fundi busc¨® calor bajo el reloj desde donde el toro segu¨ªa alg¨²n derechazo suelto, y el vuelo de alg¨²n desganado natural. Fundi lo vio escarbar, volverse un par de veces, y no se decidi¨® a embraguetarse como sabe; se limit¨® a verlo humillado entre reservas y afirmaciones. Tarde ya, quiso enmendar, pero aguda chifla le avis¨® de que no eran horas, y le jale¨® con ol¨¦s burlones los pecados de indecisi¨®n. Respondi¨® Fundi con estocada hasta la bola.
Encabo sencillamente no se encuentra. Tuvo un primero flojo con casta y nobleza, "cara guapa y ojos achinados" -dec¨ªa Mariv¨ª, la hija del Estudiante- con el que no encontr¨® ni en la diestra ni en la izquierda la llave del canasto donde llevarlo, e hizo de la faena una lecci¨®n de cautela. En el quinto puso un par de banderillas ajustado por los adentros que dej¨® en la arena una solitaria gorra azul de plato. Lo dem¨¢s, fue apat¨ªa. Se hab¨ªa perdido.
El sexto tarde¨® y acometi¨® sin fe ni convicci¨®n. Un grito violento del p¨²blico le avis¨® cuando, al salir de una tanda, le busc¨® por detr¨¢s. Chaves, huyendo de la suerte, volviendo a ella forzado, le pon¨ªa la muleta desganada y triste en esta tarde de tristezas y desganas. En la andanada del 5, cinco abanicos desped¨ªan la funci¨®n.
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