Horas punta y horas muertas
El servicio de taxi en el aeropuerto de Loiu lo prestan los titulares de 111 licencias. Ni una licencia m¨¢s. Ni un taxista m¨¢s. Si un taxista sin licencia se coloca en la cola del servicio est¨¢ buscando problemas. Y si un viajero llama a Bilbao desde el aeropuerto para pedir un taxi ser¨¢ informado en centralita de que existe otro n¨²mero al que debe llamar. Seg¨²n declaraba recientemente un representante de los taxistas de Loiu, la cifra es "m¨¢s que suficiente para hacer frente a toda la demanda", pero cualquiera que haya tenido un m¨ªnimo roce con el aeropuerto vizca¨ªno sabe que no es as¨ª: a las horas punta el aeropuerto es un pat¨¦tico discurrir de viajeros en pena, que no encuentran veh¨ªculo donde echar sus huesos para que sean transportados hasta su casa o su hotel.
La asfixiante regulaci¨®n de los mercados no persigue mejorar los servicios que se prestan a la ciudadan¨ªa, sino blindar los intereses econ¨®micos de ciertos grupos de presi¨®n. Esta obsesi¨®n reglamentista, ya sea en urbanismo, en educaci¨®n, o en cualquier sector productivo (o en todos al mismo tiempo, dentro de lo que se conoce como construcci¨®n del socialismo) genera o corrupci¨®n administrativa, o aparici¨®n de mercados negros, o ambas cosas a la vez; adem¨¢s de conseguir que la prestaci¨®n de tales servicios sea completamente insatisfactoria o que sus precios se vuelvan exorbitantes.
La prestaci¨®n del servicio de taxi en el aeropuerto de Loiu es un buen ejemplo, aunque no de los m¨¢s graves, para ilustrar c¨®mo evoluciona una actividad cuando a la libre iniciativa se le superpone el inter¨¦s de un gremio, de un colegio o de un sindicato, es decir, de un lobby que arranca de los poderes p¨²blicos una regal¨ªa, para asegurarse que nadie le haga competencia. As¨ª, muchas actividades econ¨®micas que no acapara el Estado por s¨ª mismo las acaparan, con la complicidad de aquel, grupos de inter¨¦s cuyo fin principal es garantizarse posiciones de ventaja. El espect¨¢culo del aeropuerto de Loiu es un s¨ªmbolo perfecto de las lacras de las sociedades intervenidas: colas interminables de taxis y taxistas que no hacen absolutamente nada durante largos periodos de tiempo y, por contra, en las horas punta, colas no menos interminables de viajeros exhaustos que no encuentran un taxi, porque los que tienen el privilegio de operar ya est¨¢n de servicio.
La limitaci¨®n de plazas de taxi en los aeropuertos genera las incongruencias y los absurdos de todos los monopolios. Por eso, cuando no hay viajeros, las hileras de taxis son enormes cementerios de elefantes, junto a las que se arraciman grupos de conductores que malgastan horas y horas sin hacer absolutamente nada, en una exhibici¨®n de anacr¨®nica hidalgu¨ªa. Cuando hace unos d¨ªas se le preguntaba a un taxista de Loiu por la carencia de servicio en horas punta, se defend¨ªa trayendo a colaci¨®n las horas muertas: "?Y qui¨¦n nos paga las horas que nos tiramos en la terminal durante todo el d¨ªa?", comentaba airadamente, acaso en busca de alguna justicia abstracta, de orden teol¨®gico o metaf¨ªsico.
Qu¨¦ man¨ªa le ha entrado a la gente de pedir cuentas a la generalidad del universo por su particular ociosidad. Ning¨²n taxista deber¨ªa sentirse obligado a pasar las horas muertas en un aeropuerto sin viajeros, ya que el infantil principio "el que fue a Sevilla perdi¨® su silla" no deber¨ªa obrar en su perjuicio; pero, del mismo modo, todos los taxistas, al margen de prebendas, canonj¨ªas y sinecuras, deber¨ªan tener derecho a prestar ese servicio, sobre todo cuando hay gente que lo necesita. Todav¨ªa m¨¢s: los taxistas aeroportuarios podr¨ªan aprovechar las horas muertas para tomar viajeros en cualquier otro lugar del ancho mundo. No parece una idea del todo descabellada, aunque me temo que contar¨¢ con escasos partidarios.
Y es que organizar los servicios, p¨²blicos o privados, en funci¨®n de los derechos de los consumidores y no en funci¨®n del inter¨¦s de los oferentes es un objetivo francamente antip¨¢tico, proscrito por la ideolog¨ªa dominante. Porque, como dijo Earl Zabin, el libre mercado no ofrece a la gente ni privilegios, ni favores, ni subvenciones, ni exenciones, ni monopolios... por eso es tan impopular.
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