La visita de la vieja dama
La visita de la vieja dama es el t¨ªtulo de una obra de teatro escrita por el suizo Friedrich D¨¹rrenmatt en 1956 y llevada a la pantalla por Ingrid Bergman y Anthony Quinn, dirigidos por Bernhard Wicki, en 1964. Pero yo no me propongo hablar de teatro ni de cine, sino de algunas de las miserias morales de la humanidad.
La obra cuenta la llegada a G¨¹llen, una ciudad suiza en decadencia, de una vieja se?ora, Claire Zachanassian, muy rica. Tras los primeros festejos, Claire deja muy claro el motivo de su viaje: uno de los ciudadanos m¨¢s respetados de G¨¹llen, Alfred, la dej¨® embarazada muchos a?os antes, y ella fue expulsada de la ciudad. Ahora Claire les ofrece mil millones de libras, con una condici¨®n: han de matar a Alfred. Todos rechazan un¨¢nimemente la inmoral propuesta, pero pronto empiezan a darse cuenta de lo caro que les resulta que Alfred siga vivo. Y empiezan a comprar cosas a cr¨¦dito en el almac¨¦n propiedad de Alfred, a cuenta de las futuras riquezas que les esperan si el anhelado accidente se produce.
En nombre de los principios tambi¨¦n se cometen muchos desaguisados ¨¦ticos
Como la obra de teatro de D¨¹rrenmatt no es un thriller, les puedo contar c¨®mo acaba: matan a Alfred. Todos esperaban que aquel feliz accidente que les ahorre tener que llevar a cabo algo que les repugna. Pero como el accidente se retrasa, acaban montando un juicio popular contra Alfred: ¨¦l fue injusto con Claire en su d¨ªa, y debe pagarlo. En un tumulto, las luces del escenario se apagan; cuando vuelven a encenderse, Alfred est¨¢ en el suelo, muerto. El m¨¦dico certifica que fue un ataque al coraz¨®n. El alcalde recibe el cheque, y el escenario brilla, lleno de luz: la riqueza vuelve a la ciudad, todos est¨¢n felices...
D¨¹rrenmatt escribi¨® La visita de la vieja dama como un alegato moral: el dinero lo puede comprar todo, incluso la vida de una persona, o el mismo concepto de justicia (algo debi¨® de hacer mal, ?no?, deb¨ªan de decir los vecinos. ?Pues que lo pague!). Pero me parece que el mensaje es m¨¢s general.
Necesitamos valores morales, principios firmes a los que nos podamos agarrar, el d¨ªa en que llegue la tentaci¨®n. Sin ellos, no nos costar¨¢ encontrar argumentos para justificar nuestras acciones. Los vecinos de G¨¹llen los encontraron: Alfred hab¨ªa sido injusto, hab¨ªa perjudicado a Claire, y ten¨ªa que purgar su pecado. Bueno, sus verdaderos motivos eran otros, m¨¢s materiales. Pero supieron encontrar una justificaci¨®n moral para lo que acab¨® siendo, en definitiva, una injusticia mayor que la de Alfred.
Durante alg¨²n tiempo, el maestro de G¨¹llen luch¨® en solitario por la justicia -la verdadera justicia, no la que se acababan de inventar los vecinos-. Pero un d¨ªa fue a la tienda de Alfred a comprar a cr¨¦dito, como los dem¨¢s, esperando que se produjese el milagro y no tuviese que pagar aquellas compras. Le resultaba m¨¢s f¨¢cil luchar por los principios que vivir de acuerdo con ellos. Esto nos pasa, con frecuencia, si nuestros valores son m¨¢s una excusa para aprovecharnos de la vida que un norte que gu¨ªe nuestra actuaci¨®n. Nos trae al recuerdo a aquel que dec¨ªa: "?Dejar de fumar? Es muy f¨¢cil ?Hoy ya lo he dejado tres veces!".
"Pero", objeta el lector, "aferrarse a los principios puede llevarnos a un fundamentalismo peligroso". Estoy de acuerdo: la falta de principios puede llevar a acciones inmorales, como en el caso de la vieja dama, pero tambi¨¦n es verdad que en nombre de los principios se cometen muchos desaguisados ¨¦ticos, cuando se aplican caiga quien caiga. ?ste no es, obviamente, el caso de los habitantes de G¨¹llen.
Ellos ten¨ªan muy claro el principio de justicia cuando se opusieron a la pretensi¨®n de Claire de que matasen a Alfred. Luego, les venci¨® la codicia. Y entonces chalanearon la vieja justicia con otra que les ven¨ªa mejor. Les falt¨® la prudencia para ver qu¨¦ era justo en aquel caso concreto: no lo que dec¨ªa el viejo principio de justicia o el principio nuevo, sino lo que, en aquel caso, era lo mejor.
Los principios sirven para orientar la vida. No son reglas definitivas: hay ocasiones en las que se enfrentan dos principios, y hay que elegir. Y ¨¦ste es el n¨²cleo de una conducta ¨¦ticamente correcta. No es f¨¢cil, desde luego: nadie dice que lo sea. Dejarse llevar por los principios sin m¨¢s da tranquilidad, pero puede ser incorrecto. Abandonar los principios es c¨®modo y rentable, como constataron los vecinos de G¨¹llen, pero no es moral. Los principios sirven, al menos, como se?al de alarma: antes de saltarte uno, p¨¢rate a pensar bien qu¨¦ vas a hacer y por qu¨¦.
Sospecho que los vecinos de G¨¹llen nunca fueron personas justas. Debieron de tener, s¨ª, la apariencia de justicia, pero en su coraz¨®n no se preocupaban, de verdad, de dar a cada uno lo suyo. Y lo peor del caso es que, al aceptar el ofrecimiento de Claire, todos ellos aceleraron la marcha por el camino del aprendizaje negativo. "Hasta ahora", podr¨ªan decir, "al menos manten¨ªamos las formas. Ahora ya hemos matado a uno. Ha sido duro, pero ha valido la pena, al menos econ¨®micamente. La pr¨®xima vez ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil".
Antonio Argando?a es profesor del IESE.
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