El mito de la experiencia
Hace un par de a?os me llev¨¦ una gran sorpresa al cruzar Broadway a la altura de la Calle 48, en plena zona de los teatros de Nueva York. Sobre la pared medianera de uno de esos gigantescos edificios que hay en Manhattan brillantemente iluminado de noche y del tama?o de una pista de tenis estaba el anuncio de la ¨²ltima pel¨ªcula de Jenna Jameson, una de las m¨¢s afamadas estrellas actuales del porno: ella y otra se?ora semidesnudas y en posici¨®n equ¨ªvoca. Estaba claro que el g¨¦nero "maldito" que hab¨ªa inspirado encendidas pol¨¦micas en los sesenta y setenta durante la llamada "revoluci¨®n sexual" hab¨ªa pasado a ser una pieza m¨¢s en la industria del entertainment, como Tom Cruise, Mickey Mouse o Indiana Jones.
LA CEREMONIA DEL PORNO
Andr¨¦s Barba y Javier Montes
Anagrama. Barcelona. 2007
200 p¨¢ginas. 16 euros
La misma sorpresa me llev¨¦, aunque de signo inverso, al leer en este ¨²ltimo premio Anagrama que la esencia del porno, es decir, de la exposici¨®n fotogr¨¢fica y cinematogr¨¢fica de escenas de sexo expl¨ªcito m¨¢s o menos real -perverso o fantasioso, tanto da- es la transgresi¨®n. Est¨¢ claro que la medida de una transgresi¨®n pertenece al fuero ¨ªntimo de cada uno, es decir, al modo en que uno piensa que una conducta propia infringe la pauta social del decoro; y est¨¢ tambi¨¦n claro que el porno sigue teniendo mucho de indecoroso, pero llamar "transgresivo" a un g¨¦nero con el que se topa uno a cada rato en la red o que asoma en todos los televisores espa?oles en medianoche es algo anacr¨®nico, cuando no un disparate. A¨²n m¨¢s sorprendente es que este juicio provenga de autores que, por su edad, s¨®lo conocen el pansexualismo generalizado y que, con toda seguridad, de ni?os han pasado alg¨²n verano construyendo castillos de arena en la playa, rodeados de cuerpos de adultos desnudos y, m¨¢s tarde, en la adolescencia, han tenido a su alcance todos los instrumentos porno imaginables para estimularse sin usar la imaginaci¨®n (porque ya se sabe que lo que puedo ver no necesito imaginarlo). ?C¨®mo puede haber entonces transgresi¨®n sin imaginaci¨®n?
?Qu¨¦ puede tener de transgresivo el porno en la ¨¦poca en que el sexo medi¨¢tico oficia como el opio de los pueblos? M¨¢s a¨²n, ?qu¨¦ contenido tiene la propia categor¨ªa, "pornograf¨ªa", cuando casi no hay nada que no se pueda ver? Es probable que lo ¨²nico que ya no es pornogr¨¢fico, sino tan s¨®lo porno, sea el sexo expl¨ªcito y, en cambio, mucho m¨¢s lo son otras variedades de voyeurismo, como las escenas de accidentes y cat¨¢strofes que transmiten los canales de televisi¨®n y los clips filmados por los soldados estadounidenses en Irak o las escenas de decapitaciones que los islamistas cuelgan de YouTube. Pero a nuestros j¨®venes autores s¨®lo les llama la atenci¨®n la guarrer¨ªa cinematogr¨¢fica, asunto en el que muestran una s¨®lida formaci¨®n. En cualquier caso, si el libro se hubiera limitado a eso, a poner orden en la descripci¨®n de un g¨¦nero muy popular que, con el correr de los a?os, ha ido ganando infinidad de matices, estilos, formas y aplicaciones, el proyecto habr¨ªa sido sumamente interesante, como cualquier ensayo de Cultural Studies. Pero no, a nuestros autores les pierde la tentaci¨®n de la semiolog¨ªa baudrillaresca y es aqu¨ª -porque ¨¦se es un terreno muy resbaladizo- donde se demarran. Por ejemplo, dedican las cuarenta p¨¢ginas iniciales a dirimir la categor¨ªa "pornogr¨¢fico" que, por supuesto, no resuelven, entre otras razones porque esta noci¨®n s¨®lo puede ser invocada con un sentido pornof¨®bico, o sea, en ¨²ltima instancia, con un sesgo moral-represivo posvictoriano que no quieren asumir, y que, por otra parte, nadie sustenta hoy en d¨ªa. Ya no se puede ser Bataille.
Y es una l¨¢stima, porque aunque son conscientes de que lo que moviliza la "experiencia pornogr¨¢fica" es el deseo y no el objeto, asumen no obstante una categor¨ªa victoriana, creada a partir de la discriminaci¨®n del objeto y de la denegaci¨®n de la pulsi¨®n que lo acompa?a. ?Por qu¨¦? Porque su asunto es banal: afirman que hablar¨¢n de lo pornogr¨¢fico pero lo que en verdad les interesa es la guarrer¨ªa, el porno, g¨¦nero nacido de una represi¨®n (y una categor¨ªa) internalizada. Sospecho que no han le¨ªdo a Gombrowicz y no han visto las porcelanas de Jeff Koons.
Sin embargo, no quieren pasar como porn¨®fobos -al fin y al cabo, son hombres de nuestro tiempo-, entonces intentan peraltar su discurso recurriendo a la semiolog¨ªa y, cada tanto, se dedican a trascendentalizar lo banal y "sacarle punta"; y lo ¨²nico que consiguen es lidiar con un obst¨¢culo conceptual que ellos mismos se han interpuesto y que, como era de prever, los remite a los cl¨¢sicos (Sontag, Williams, Bataille, Baudrillard, etc¨¦tera) o a contextos y problem¨¢ticas norteamericanas. Llegan con cuarenta a?os de retraso: repiten lo que intentaron durante la transici¨®n, en pleno destape, Card¨ªn y -mucho antes de que se episcopara- Jim¨¦nez Losantos, con La revoluci¨®n te¨®rica de la pornograf¨ªa, pero sin esc¨¢ndalo. As¨ª, entre comentarios de porno-connoisseurs intercalan tentativas semiol¨®gicas: una presuntuosa fenomenolog¨ªa de la felaci¨®n (p¨¢gina 105) bastante torpe cuando uno recuerda la que hace Cath¨¦rine Millet, con amplio conocimiento de causa, en su autobiograf¨ªa; o nociones filosofantes a la manera de Sollers ("cuerpo pornogr¨¢fico") y Deleuze (el inevitable "acontecimiento"); o dejan caer frases como "la magia de la ceremonia pornogr¨¢fica" (p¨¢gina 98) que s¨®lo consiguen ponerlos in¨²tilmente solemnes. La "ceremonia"..., pero, por el amor de Dios, ?c¨®mo se puede calificar de "ceremonial" o "sacrificial" el contemplar en statu nascendi c¨®mo copula el se?or Nacho Vidal con centenares de mujeres de todas las razas y condiciones?
Tardamos varios siglos en desembarazarnos del mito de la llamada "experiencia religiosa" y a¨²n nos queda pendiente quitarnos de encima a su hermana gemela, la "experiencia est¨¦tica"; y nos vienen ahora con una variante de lo mismo: la "experiencia pornogr¨¢fica". Como para no quejarse de los resultados de la Ilustraci¨®n...
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.