Trabajando en un burdel
El chiste ya circulaba en 1974. Lo populariz¨® Billy Wilder en Primera plana: "No le digas a mam¨¢ que soy periodista; dile que trabajo en un burdel". Con el tiempo, se ha ido renovando: hubo incluso una ¨¦poca en que se aplicaba a los directivos de televisi¨®n, pero tengo entendido que ya van con la cabeza alta, como si el tufo a cloaca fuera algo ambiental. Ahora, la profesi¨®n m¨¢s vergonzosa parece ser la de disquero; en la escala de odios, s¨®lo son batidos por los directivos de SGAE. Asombra lo que los empleados de una discogr¨¢fica deben aguantar: cualquier profeta de Internet les trata como imb¨¦ciles o trogloditas. Mocosos que jam¨¢s han comprado un disco se quejan de tener que subvencionar a "esos par¨¢sitos". Artistas y grupos que pasaron fugazmente por la industria parecen orgasmar al ver al gigante con el agua al cuello.
Te miran raro si pretendes defender alguna de las bondades de las discogr¨¢ficas cl¨¢sicas. Por ejemplo, su sistema de filtros, que iba desde la revisi¨®n de las maquetas de sus artistas al monitoreo de lo que estaban grabando: un grupo informal de expertos que, idealmente, mejoraban el producto final. El equivalente, digamos, de los editores en el mundo de los libros anglosaj¨®n. Sin esos filtros, salen m¨¢s t¨ªtulos que nunca... con un nivel medio deplorable. Sufrimos una avalancha de discos fallidos por mala selecci¨®n de temas, unos repertorios que nadie intent¨® mejorar, unas producciones equivocadas que se mantienen. Entiendo que los sellos peque?os carecen de recursos para rectificar errores, pero es que incluso los grandes renuncian a optimizar los discos que entran en sus canales, aparte de la insistencia en el single que pueda abrir brecha en las radiof¨®rmulas.
Discos torpes
As¨ª nacen, con marchamo indie o multinacional, discos torpes, con canciones de melod¨ªas vulgares y/o letras an¨¦micas. Grabaciones donde la voz es ininteligible y los m¨²sicos han sido encajados a golpes en la horma sonora del boom del a?o pasado. En el caso de las grandes empresas, se ven las consecuencias de una pol¨ªtica laboral suicida: la sustituci¨®n de empleados veteranos por curritos que aceptan sueldos ¨ªnfimos. Se fue al garete el sistema de aprendizaje, el trasvase de conocimientos de los perros viejos a los reci¨¦n llegados.
Y as¨ª les va. No s¨®lo se degradan los mecanismos de control de calidad de lo que editan; tambi¨¦n han retrocedido en las habilidades de promoci¨®n, departamento en que las discogr¨¢ficas sol¨ªan superar al negocio de los libros.
Se acab¨® lo de establecer relaciones con la gente de los medios para saber de sus gustos personales o necesidades profesionales. En muchos casos, se conforman con hacer mailings informativos. El resultado: lo que pod¨ªa ser una soluci¨®n se convierte finalmente en un problema que el periodista resuelve borrando cada d¨ªa cincuenta o cien correos promocionales. Las disqueras est¨¢n perdiendo la capacidad de vender sus maravillas. No es el ¨²nico desastre: hasta descuidan los sistemas de almacenamiento de sus m¨¢sters. Pero ¨¦sa es otra historia... de terror.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.