La 'andreia' repudiada
Sea cual sea el estado de una sociedad, ya se trate de momentos de exaltaci¨®n o de quiebra, hay personas que se erigen para los dem¨¢s en referencia ¨¦tica, es decir, en modelo para esa dimensi¨®n de nosotros mismos que s¨®lo ve satisfacci¨®n en la realizaci¨®n de un ideal de libertad. Un animal es libre cuando nada coarta su instinto de lucha por la actualizaci¨®n de sus potencialidades, es decir, por la realizaci¨®n plena de su naturaleza, y el hombre no es en este sentido una excepci¨®n. Mas la naturaleza humana tiene entre sus rasgos esa singularidad absoluta que constituyen las capacidades racional y ling¨¹¨ªstica, las cuales tienen objetivos no siempre determinados por el imperativo de la subsistencia individual y espec¨ªfica, objetivos traducidos en esa m¨¢xima que incita a no conformarse con una vida reducida a genuflexi¨®n. En toda circunstancia se ha considerado que h¨¦roe es quien, aleccionado por tal imperativo, se alza contra las fuerzas inerciales (la pusilanimidad, la costumbre, la abulia, el puro miedo) que en su propio seno le impiden enfrentarse a la tarea que sabe primordial. Mas, luchando contra s¨ª mismo, el h¨¦roe no s¨®lo aspira a conquistar su libertad, sino a ser visto por los dem¨¢s como promesa de libertad propia. El h¨¦roe exige con toda legitimidad un reconocimiento.
Pues bien: todo, en el sistema de valores imperante, empuja a negar la condici¨®n de h¨¦roe al protagonista del asc¨¦tico combate, la sobria confrontaci¨®n, a la que en ocasiones da lugar el encuentro entre un torero y un toro. La primera raz¨®n de ello es que la ¨¦tica, como racional aspiraci¨®n a una paz entre humanos (que ser¨ªa corolario de una situaci¨®n social que garantizase la dignidad material y espiritual) ha sido sustituida por una exigencia de universal conciliaci¨®n con el com¨²n de los seres animados, entre los que el hombre carecer¨ªa de papel jer¨¢rquico. Esta nueva ¨¦tica tiene para el orden establecido la ventaja de ser perfectamente inoperante, pues, de hecho, nada amenaza la relaci¨®n social de fuerzas que hace inevitable el despilfarro de recursos, y degradaci¨®n de la naturaleza. Mas la virtud que no se practica es virtud que mayormente se predica. Y as¨ª desde los pa¨ªses mismos donde se gestiona el sistema de universal rapi?a se expande urbi et orbi el nuevo evangelio que erige en criterio central de bondad el no ser espece¨ªsta, equiparando la instrumentalizaci¨®n de un ser meramente vivo a la de un ser humano. Recientemente, en una feria ecologista de Barcelona, se ilustraba el eslogan racismo = sexismo = espece¨ªsmo con la foto de un africano, una mujer y un chimpanc¨¦. Cuando esta amalgama no provoca respuesta..., en alg¨²n registro esencial hemos sido vencidos: la vida a secas ha empezado realmente a primar sobre la vida del ser de palabra. Relativizar el peso de la propia vida sigue siendo socialmente l¨ªcito (?y hasta obligatorio!) cuando se trata de quemar la vida en un trabajo embrutecedor, mas pasa a ser considerado una vileza cuando se vincula a la vida y muerte de un animal de otra especie.
Extra?a dial¨¦ctica entre la heroicidad y la vileza, a las que, en ocasiones, separar¨ªa tan s¨®lo el espesor de un papel de fumar... La visi¨®n de la tauromaquia como esencial vileza subyace en las reiteradas tentativas de abolirla legalmente, con trampol¨ªn en ese espejo de narcisista reconocimiento que es para nosotros la idea de Europa. Es duro sentir que la causa a la que un hombre subordina sus inclinaciones y por la que expone asumible, la causa en la que vislumbra su cabal realizaci¨®n como hombre, le convierte, a los ojos mismos de los que comparten sus veinte a?os, en un ser ex¨®tico, en ag¨®nico representante de un universo periclitado.
Pero estos seres desarraigados con respecto a los valores de su tiempo tienen quiz¨¢s la suerte de sentir que lo verdaderamente atroz no reside en ser infravalorado por el juicio del otro, sino en serlo por el propio. Saben que el repudio del que son v¨ªctimas s¨®lo es letal cuando logra hacer mella en la interna convicci¨®n. De ah¨ª que, desterrada ya la fiesta de los toros a los arcenes de la moral biempensante y amenazada de positiva abolici¨®n jur¨ªdica, unos hombres, en alg¨²n caso rayando la adolescencia, inmunes al clamor de los lapidarios, apuntan en primer lugar a vencer la peste interna (el casticismo y el simulacro que tantas veces degradaba su tarea), tras lo cual nos ayudan a asumir que la fuga ante lo inevitable es m¨¢s terrible que lo inevitable mismo. Esos hombres nos brindan simplemente un espejo ver¨ªdico de entereza, esa andreia, literalmente hombr¨ªa, de los griegos que se atribu¨ªa tanto a hombres como a mujeres. "En primer lugar", escribe Arist¨®teles, "debe atribuirse la andreia al que no es presa de miedo ante la hip¨®tesis de una muerte digna".
V¨ªctor G¨®mez Pin es fil¨®sofo, catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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