Arrigunaga
Cualquier adolescente m¨¢s o menos chiflado, m¨¢s o menos armado, es capaz de lanzar a la fama el nombre de su pueblo, por peque?o o ignoto que sea. Enloquecer es f¨¢cil, eso es lo que parece. "Hemos pasado de ser el m¨¦dico de los locos a ser el de cabecera", afirmaba el psiquiatra Enrique Rojas la semana pasada. La edad importa poco. Adolescentes, maduros o provectos alienados, da igual. No es extra?o que el viejo nov¨ªsimo Leopoldo Mar¨ªa Panero firme libros en la Feria del Libro de Madrid y los peri¨®dicos le dediquen extensas entrevistas imposibles. Algo hay que nos fascina y nos aterra en la locura ajena, algo que nos atrae y nos repele. Algo extra?o y a la vez familiar. Algo inquietante.
Cualquier enajenado es capaz de poner tu ciudad, su ciudad, la que sea, rodeada de bombillas en el mapa del mundo. Pueden gastarse millones de euros las instituciones para publicitar su territorio, empe?arse en costosas campa?as de imagen, sacarse de la manga prodigiosos eventos o alquilar a famosos deportistas (tambi¨¦n valen cantantes) para promocionar su costa o sus monta?as. Todo por obtener unos pocos segundos o minutos en la televisi¨®n o unos cuantos cent¨ªmetros cuadrados de tabloide. Es igual. Un mal d¨ªa se le cruzan los cables a un probo ciudadano, a un anciano apacible o un reconcentrado adolescente y tu ciudad, la suya, la que sea, aparece de pronto en todos los peri¨®dicos, todos los telediarios, todas las emisoras radiof¨®nicas. Y sin pagar un euro.
Ahora los periodistas de los medios sensacionalistas brit¨¢nicos husmean, como perros de prensa que son, por los alrededores de Arrigunaga y Getxo. No han venido a pisar la geograf¨ªa m¨ªtica y real cartografiada por Ramiro Pinilla en su gran trilog¨ªa novelesca. No han venido llamados por la literatura igual que esos turistas que visitan Dubl¨ªn cuando llega el Bloomsday (el d¨ªa de la fiesta del Ulises) para homenajear a Joyce y hartarse de comer ri?ones fritos. Han venido para hurgar en la vida (y en la herida) de la familia del ejecutivo bilba¨ªno que asesin¨® a su hija de dos a?os en un lujoso piso londinense.
La noticia no ha sido tanto el asesinato de una ni?a (mueren de muchas formas los millones de ni?os -m¨¢s de diez- que mueren en el mundo cada a?o sin que sea posible afirmar que son asesinados), sino el hecho de que su padre y asesino sea un alto ejecutivo, eso que, entre nosotros, se llama "un triunfador". La cobertura informativa ha sido, en general, tirando a delirante (Enrique Rojas deber¨ªa estudiar profundamente al gremio de la pluma y el micr¨®fono y Paco Ayala reescribir su Ret¨®rica del periodismo). Leo en un titular que este hombre, al que llaman "el hombre perfecto", ha enterrado su brillante carrera al matar a su hija. Su hija ha sido enterrada, pero ese entierro tiene, al parecer, muy escasa entidad period¨ªstica. Lo significativo es que el hombre ha enterrado su mete¨®rica carrera profesional de alto ejecutivo en una compa?¨ªa de seguros. La carrera es el hombre. La carrera del hombre, la posici¨®n del hombre es la noticia. El hombre vale, importa o significa en tanto su carrera tiene importancia o no.
Si el padre de la ni?a asesinada a golpes hubiese sido un pe¨®n aficionado al vino o un marginado de cualquier especie no habr¨ªa un s¨®lo periodista brit¨¢nico, de eso estoy convencido, husmeando por la playa de Arrigunaga. Pero el hombre que ha matado a su hija se supone que estaba en la c¨²spide (copio la terminolog¨ªa manejada en la prensa estos d¨ªas). Me pregunto en la c¨²spide de qu¨¦. Todo suena a pel¨ªcula ya vista: auge y ca¨ªda de un ejecutivo. Lo cierto es que estos d¨ªas se ha hablado sobre todo del nivel econ¨®mico y profesional del asesino y poco, casi nada, del suceso criminal en s¨ª mismo.
Ser¨¢ que comprendemos o asumimos que alguien que gana menos de mil euros al mes puede matar a alguien, incluso a un hijo, en un momento de enajenaci¨®n. Y ser¨¢ que nos cuesta entender que alguien con un gran sueldo pueda matar a nadie. Quiz¨¢s por eso hablamos de una especie de doble asesinato: el del hombre que entierra a su hija y entierra al mismo tiempo, en el mismo minuto de locura, su brillante carrera. Nos cuesta digerir el doble crimen. Nos atrae y repele pensar en la tragedia de este hombre, en lo que no entendemos y quiz¨¢s sospechamos. Mientras tanto, en la localidad de Los Realejos (Tenerife) otro hombre ha asesinado a otra mujer.
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