"?Vengo, vengo, 'amore'!"
LA ROSA TATUADA es una flor extra?a en el jard¨ªn de Tennessee Williams, siempre desbordado de plantas venenosas. Una comedia rom¨¢ntica que acaba bien, una celebraci¨®n de la vida, escrita durante el periodo m¨¢s feliz de su existencia, tras su luna de miel en Italia con Frank Merlo. Un "capricho italiano", que encontrar¨¢ su anverso sombr¨ªo poco m¨¢s tarde en La primavera romana de la se?ora Stone, su nouvelle m¨¢s ag¨®nica y crepuscular: anhelo y temor en apartamentos pareados. Mientras la viuda se?ora Stone boga hacia la muerte, encarnada en un gigolo tan bello como letal, Sarafina delle Rose emprende el camino contrario: La rosa tatuada comienza tambi¨¦n con la p¨¦rdida de un esposo tot¨¦mico (y, bonus track, del hijo que esperaban) que muta en viaje hacia la luz, culminado por una doble resurrecci¨®n. Pese a su ligereza de trazo, La rosa es un texto excesivo, como todos los suyos: largo (la funci¨®n roza las tres horas) y sobrecargado de s¨ªmbolos, desde ese carnero dionisiaco que ronda la casa hasta la flor titular, que TW multiplica por cuatro, para dejar bien claro que su territorio es el que Shakespeare bautiz¨® como romance play, entre el cuento y la fantas¨ªa aleg¨®rica. Hubo una rosa tatuada en el torso del marido; Serafina vio brotar y desaparecer otra en su pecho al saber que esperaba un hijo; Estelle, la amante del muerto, se hizo tatuar una tercera, y lo mismo har¨¢ Angelo para conquistar a la viuda. Es rosa la camisa de seda que pasa de un macho a otro; hay rosas en el aceite capilar que los perfuma, y en los jarrones de la casa y las manos de los visitantes y, desde luego, en los nombres familiares: el marido se llamaba Rosario, Sarafina se apellida Delle Rose, y la hija de ambos es capic¨²a: Rosa Delle Rose.
El Shakespeare tard¨ªo de la inveros¨ªmil (y maravillosa) Cymbeline es, pues, su modelo cl¨¢sico, pero tampoco cuesta encontrar ecos de Lorca (Do?a Rosita, por supuesto, con su "rosa mut¨¢bile") o detectar una posible influencia en los primeros relatos de Garc¨ªa M¨¢rquez: Macondo no est¨¢ tan lejos, en esp¨ªritu, de esa peque?a comunidad italiana de la costa del Golfo, entre Nueva Orleans y Mobile, donde lo fant¨¢stico se vuelve cotidiano. Las ins¨®litas coincidencias, raros puentes o resurrecciones simb¨®licas proliferan m¨¢s all¨¢ del texto. El montaje que acaba de estrenarse en el Olivier (NT) londinense lleva, para empezar, dos firmas. Steven Pimlott, su director inicial, muri¨® durante los ensayos, y hubo de sustituirle su amigo y disc¨ªpulo Nicholas Hytner, responsable art¨ªstico del National, que se lo hab¨ªa encargado. Segundo c¨ªrculo que se muerde la cola: Sam Wanamaker, en el rol de Angelo Magiacavallo, estren¨® la obra en Londres, en 1959, y es ahora su hija Zoe quien interpreta a Sarafina. Zoe Wanamaker es una giganta diminuta (corrijo: una diminuta giganta), metroses¨¦ntica pero enorme por igual en tragedia (Electra, Otelo) que en comedia (Boston Marriage, His Girl Friday). Miss Wanamaker pasa prodigiosamente de un extremo a otro sin el menor sobresalto: intensidad pasional, dolor lacerante (p¨¦rdida, celos retrospectivos) en la primera parte, y un delicioso timing de humor ben¨¦volo en la segunda. Contenci¨®n es el nombre de su juego: esa manera de musitar "Don't speak" cuando las vecindonas van a comunicarle la muerte de Rosario y todos esperamos un desbordamiento ululante, malacostumbrados por la versi¨®n cinematogr¨¢fica de la Magnani. Otra escena. Sarafina est¨¢ tendida en el suelo, en la penumbra de su cuarto de costura, mientras, al lado, tortolea su hija con el improbable marinerito virgen. Miss Z s¨®lo mueve un brazo blanqu¨ªsimo, como una planta ex¨¢nime, privada de clorofila, y nos basta para adivinar su cuerpo entero y su entero duelo. O la mezcla de comedia y drama en cuesti¨®n de segundos, magistralmente servida por el autor: Sarafina intenta embutir el cuerpo en su antiguo cors¨¦ para asistir a la fiesta de graduaci¨®n de su hija, y al minuto siguiente ha de lidiar con la noticia de que su adorado difunto le puso unos cuernos de aqu¨ª a Taormina. O el momento, puro De Filipo, en que TW condensa su talante de Gran Contradictoria: hace jurar al marinerito (Andrew Langtree), arrodillado ante la imagen de la Virgen, que se mantendr¨¢ casto, y a la que se levanta queda fascinada por su prieto trasero. Gran personaje, gran y matizad¨ªsima interpretaci¨®n: s¨®lo por miss Z valdr¨ªa la pena acercarse al Olivier. En la segunda parte comienzan a brotar las rosas resurrectas. La hija est¨¢ interpretada por Susannah Fielding, una espl¨¦ndida actriz debutante. Sensual, encantadora, gran futuro. Crees estar viendo a Sarafina de joven, apasionada, voluble, anhelante de deseo. Darrell D'Silva es Angelo, el segundo L¨¢zaro de esta f¨¢bula. ?lvaro es un ni?o grande, p¨ªcaro, desarmantemente torpe: el nieto del tonto del pueblo, as¨ª se autopresenta. Apenas verlo, Sarafina lo clava: "?El cuerpo de mi marido con la cabeza de un payaso!". Quien dice payaso dice asno, porque aqu¨ª los dos son Titania y Bottom. Y D'Silva parece (y act¨²a como) un joven Ernest Borgnine, el Borgnine de Marty (tambi¨¦n dirigida por Delbert Mann, como la peli de La rosa: otro c¨ªrculo al zurr¨®n).
El duetto Sarafina/?lvaro ocupa la mitad del acto segundo y casi todo el tercero, y el p¨²blico se lo pasa bomba, como se lo debi¨® pasar TW escribiendo esa adorable mezcla de farsa, romance y cuento de hadas, rematada por un m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa: cuando la viuda de nuevo alegre clama, casi mozartiana, "?Vengo, vengo, amore!", est¨¢ recuperando al marido y al ni?o perdidos en una sola persona. Interpretaciones mod¨¦licas, estilizad¨ªsimas y veristas, como el montaje mismo, con el precioso decorado de Mark Thompson, eje central y met¨¢fora giratoria: la casa de Sarafina, casi en blanco y negro de la RKO, con las persianas atravesadas por la luz de los camiones, contra un ciclorama de eterno atardecer ros¨¢ceo pintado por el Disney de Fantas¨ªa; el interior donde conviven la dulce mirada celeste de la Madonna y los inquietantes maniqu¨ªes de la zona de sombra. Realismo y magia en el mismo plano, como quer¨ªa TW.
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