Regreso a Ria?o
La imagen dio la vuelta al mundo. La figura de un hombre con madre?as enfrent¨¢ndose ¨¦l solo con un palo a un grupo de guardias civiles, mientras una mujer le intenta sujetar agarr¨¢ndole del brazo y un perro mira asustado la escena, se convirti¨® en la imagen de unos sucesos, los que acompa?aron a la demolici¨®n del pueblo de Ria?o, que conmovieron a toda Europa hace ahora 20 a?os. De hecho, muchas televisiones europeas emitieron esas im¨¢genes en sus informativos, al rev¨¦s que la espa?ola, que las censur¨® y guard¨®, se supone que por orden del Gobierno.
El protagonista de aquella escena vive todav¨ªa en Le¨®n, pero ya no quiere hablar de ella. Convaleciente de una enfermedad, Vicente Alonso se excusa educadamente alegando un desinter¨¦s por la vida que quiz¨¢ comenz¨® aquellos d¨ªas. A?ade, adem¨¢s, las cr¨ªticas que sufri¨® por su actitud -"incluso por parte de personas de Ria?o"- como causa de su desapego por una historia que, no obstante, le marc¨® toda su vida. Vicente, como su hermana, ya fallecida (la mujer que le agarra del brazo), y como muchos otros ria?eses, vivi¨® toda su vida con la espada de Damocles de un pantano cuyas primeras obras comenzaron mediados los sesenta y que no se concluy¨® hasta 20 a?os despu¨¦s, ya en plena democracia y con el Partido Socialista en el Gobierno. Vicente y su hermana Paz se trasladaron a vivir a un pueblo pr¨®ximo a Le¨®n del que un hermano suyo era y sigue siendo el p¨¢rroco, y los dem¨¢s se dispersaron por toda Espa?a, incluso alguno por el extranjero. Comenzaban as¨ª un destierro que otros muchos ya hab¨ªan sufrido antes, y que s¨®lo un ria?¨¦s, Sim¨®n Pardo, evit¨®. Se vol¨® la cabeza con la escopeta la ma?ana en que iban a derribar su casa.
La historia del pantano de Ria?o, de cuya conclusi¨®n se cumplen este verano los 20 a?os, fue una de las m¨¢s accidentadas de todas las de los pantanos espa?oles. Hab¨ªa comenzado en 1963, cuando el Ministerio de Obras P¨²blicas aprob¨® su construcci¨®n, aunque su origen databa ya de finales del siglo XIX, cuando se dise?aron la mayor¨ªa de los embalses de este pa¨ªs. El gran caudal hidrol¨®gico de la cuenca alta del Esla, junto con las caracter¨ªsticas del valle de Ria?o, un aut¨¦ntico circo monta?oso que permit¨ªa ser cerrado f¨¢cilmente, fueron las causas de que ese embalse se convirtiera en una prioridad de la pol¨ªtica hidr¨¢ulica nacional, aunque ello supusiera sepultar bajo las aguas uno de los mejores valles de Le¨®n y la capital de la monta?a oriental leonesa. Cabecera de un partido judicial y con m¨¢s de 3.000 personas censadas en su t¨¦rmino (a las que habr¨ªa que sumar las de los municipios vecinos de Pedrosa del Rey y de Bur¨®n, tambi¨¦n afectados por el embalse), Ria?o era el equivalente, en la provincia de Le¨®n, a lo que para Asturias y Cantabria significan Cangas de On¨ªs y Potes, lo cual no fue inconveniente para que la Administraci¨®n franquista siguiera adelante con el proyecto, dando comienzo a las obras en 1966 con un presupuesto inicial de 300 millones de pesetas de la ¨¦poca. Esta cifra no inclu¨ªa el dinero para las expropiaciones, que superaban los 1.600 millones (225.000 pesetas por cada tierra de regad¨ªo y 100.000 por las de monte, m¨¢s 24.000 pesetas por familia y 2.000 por cada miembro del n¨²cleo familiar; al menos as¨ª consta en el expediente). El objetivo que se buscaba era, por una parte, producir 300 kilovatios a la hora de energ¨ªa el¨¦ctrica y, por otra, regar 100.000 hect¨¢reas del p¨¢ramo leon¨¦s y de las zonas lim¨ªtrofes de las vecinas provincias de Palencia y Valladolid. El embalse tendr¨ªa, una vez lleno, una capacidad total de 680 hect¨®metros c¨²bicos, superior a la de los dos mayores embalses de Le¨®n ya construidos (el del r¨ªo Luna) o en trance de terminarse en aquel momento (el del Porma) juntos.
Las obras prosiguieron a buen ritmo sin que al principio ocurriera nada extra?o en torno a ellas. Muchos vecinos de Ria?o y de los otros pueblos afectados: Anciles, Huelde, Pedrosa, Salio, La Puerta, Escaro, Vegacerneja y Bur¨®n, y, s¨®lo parcialmente -en cuanto a sus fincas-, Horcadas, Carande y Liegos -"la monta?a la destrozaron entera con el pantano, tendr¨ªan que habernos indemnizados a todos", dice Mat¨ªas, un ganadero de Carande-, comenzaron su particular ¨¦xodo mientras que otros decidieron quedarse hasta el final. Fue esta resoluci¨®n la que, pasado el tiempo, dar¨ªa lugar a los incidentes que acompa?aron al cierre de la presa, ya que, tras terminarse ¨¦sta en 1976, esto es, al a?o siguiente de morir Franco, el proyecto qued¨® parado por la indefinici¨®n pol¨ªtica que se viv¨ªa en aquel momento, al principio, y por el temor de los distintos Gobiernos de la UCD a que les acusaran de ser los continuadores de la obra del dictador, despu¨¦s. As¨ª las cosas, los ria?eses que segu¨ªan en el valle comenzaron a alimentar la esperanza de que la presa ya no se cerrar¨ªa y que podr¨ªan seguir viviendo en sus pueblos, esperanza que trunc¨® el Partido Socialista, que, apenas lleg¨® al poder, desempolv¨® un proyecto que, por franquista, hab¨ªa criticado mientras se hac¨ªa. El jarro de agua fr¨ªa cay¨®, pues, sobre los ria?eses cuando m¨¢s confiados estaban -"?qui¨¦n se iba a imaginar que los que iban a cerrar la presa iban a ser precisamente los socialistas?", recuerda ahora uno de ellos-, y fue el origen de los acontecimientos que a partir de entonces se sucedieron. Oposici¨®n, manifestaciones, recursos y m¨¢s recursos, incluso alg¨²n sabotaje a las obras o a la maquinaria llevaron a Ria?o al primer plano de la actualidad nacional, actualidad que acapar¨® durante varios d¨ªas cuando, el 7 de julio de 1987, 80 guardias civiles, apoyados por helic¨®pteros y fuerzas antidisturbios, entraron a caballo en el valle y en el pueblo, comenzando la demolici¨®n de ¨¦ste. Una demolici¨®n que dio pie a escenas propias de otros lugares -"fue como en Palestina", recuerda uno de los que lo vivieron- y que continu¨® despu¨¦s por los otros pueblos, a pesar de la oposici¨®n de algunas personas, como el citado Vicente Alonso, o como los numerosos j¨®venes que se subieron a los tejados, en un desesperado intento por impedir la demolici¨®n de los edificios.
Hoy, 20 a?os despu¨¦s de todo aquello, la mayor¨ªa se sigue emocionando al hablar de ello. Es el caso de Virginia, oriunda de Bur¨®n y maestra actualmente en un pueblo de Madrid, que dice que "fue peor que la guerra; no se lo perdonar¨¦ jam¨¢s", o del mismo Huberto Alonso, el alcalde de Ria?o cuando las demoliciones (llevaba apenas una semana elegido), al que todos los espa?oles pudieron ver esposado y conducido por guardias al calabozo, y que, desde su domicilio hoy en la capital de Espa?a, afirma que prefiere no recordar ya aquellos d¨ªas -"fue muy duro, es mejor no recordarlo", afirma-. De hecho, ha habido muchos paisanos suyos que nunca han vuelto a pisar la zona, y otros, cuando lo hacen, apenas se detienen, conmovidos por la visi¨®n del valle en el que nacieron convertido en un lago de monta?a. Un lago, por su extensi¨®n, mayor que muchos de los de Suiza.
En el nuevo Ria?o -el pueblo que construyeron, tratando de suplir al destruido, parte de los antiguos vecinos sobre lo alto de la colina bajo la que se asentaba el viejo-, las opiniones son m¨¢s diversas. Trasluciendo que todav¨ªa contin¨²a viva la enorme divisi¨®n que se produjo entre los habitantes de los pueblos afectados en los meses anteriores al cierre de la presa (mientras unos se opon¨ªan frontalmente, otros buscaban ¨²nicamente sacar compensaciones supletorias del Gobierno), los que se quedaron en la comarca recuerdan aquellos d¨ªas con mayor pragmatismo que los que se marcharon. "La historia fue como fue. ?De qu¨¦ sirve darle vueltas?", afirma la due?a del bar Guille, Maruja, en la calle principal, quien a?ade, convencida: "Echan m¨¢s de menos el viejo Ria?o los que se fueron que los que nos hemos quedado aqu¨ª. Yo sigo viendo las mismas monta?as, no he perdido mis ra¨ªces". En medio, gentes como la ria?esa de adopci¨®n Carmen Sope?a, una pintora asturiana que pas¨® desde ni?a en Ria?o todas sus vacaciones, y que en los incidentes de la demolici¨®n perdi¨® la visi¨®n de un ojo (fue de las que se enfrentaron a los guardias), o como la propia familia de Huberto Alonso, han optado por una v¨ªa intermedia: la de buscarse un nuevo Ria?o en alguno de los pueblos de la zona (de los que sobrevivieron al gran embalse). "A m¨ª, el nuevo Ria?o no me gusta", dice Carmen, expresando lo que mucha gente piensa.
El nuevo Ria?o, en efecto, aparte de las secuelas de aquellos d¨ªas que a¨²n manifiesta, es un pueblo sin personalidad. Alzado en lo alto de la colina y sujeto a todas las inclemencias meteorol¨®gicas, que aqu¨ª son muchas, es una mezcla de urbanizaci¨®n costera y de pueblo del Oeste, con una calle central llena de bares, y hoteles, y edificios que parecen sacados de una promoci¨®n tur¨ªstica. Salvo en verano y en vacaciones, la mayor¨ªa de aqu¨¦llos est¨¢n cerrados, lo que le da un aspecto de pueblo semifantasma. Aun as¨ª, en ¨¦l luchan por vivir unas 300 personas (de las 2.000 que lleg¨® a tener el Ria?o antiguo), entre ellos algunos ganaderos cuyas naves est¨¢n lejos del pueblo. Luis Ignacio Gonz¨¢lez, el alcalde, se empe?a, como todos, en que el Ria?o nuevo salga adelante: "Hay ni?os, parejas j¨®venes? No es lo que desear¨ªamos, pero tampoco est¨¢ tan mal como algunos dicen". Opini¨®n que refrendan los comerciantes, que, aun quej¨¢ndose de su situaci¨®n -"esto est¨¢ muerto", se lamentan los due?os del hostal Abedul, entre otros muchos-, albergan la esperanza de que Ria?o remonte el vuelo. "Nuestra esperanza es la estaci¨®n de esqu¨ª de San Glorio", apostillan los dos alcaldes de los ayuntamientos m¨¢s afectados por el embalse: el ya citado de Ria?o y Porfirio D¨ªez, de Bur¨®n.
El de Bur¨®n, aunque parecido, es un caso algo distinto. Destruido s¨®lo a medias y con los restos de las casas demolidas a¨²n visibles, convive con el embalse, cuyas aguas le llegan, cuando est¨¢ lleno, justo hasta el borde. A¨²n queda una caracola [casas prefabricadas] de las 20 que la Administraci¨®n prest¨® a la gente mientras reedificaba sus casas en la parte alta del pueblo, y todav¨ªa hay gente que habita algunas de las antiguas, que, aunque expropiadas, permanecen a¨²n en pie en la parte m¨¢s pr¨®xima al embalse. El pueblo est¨¢ vivo de milagro -"hubo un concejo en el que se decidi¨® si continu¨¢bamos aqu¨ª o nos ¨ªbamos", afirma Pedro Luis ?lvarez, el presidente actual del pueblo e hijo del que lo era en aquellos d¨ªas-, pero, como Ria?o, lucha por sobrevivir e incluso ha crecido algo con la vuelta de algunos de los que se fueron. Pero su supervivencia, como la de todos los pueblos de la comarca, est¨¢ siendo muy dif¨ªcil; no s¨®lo por el embalse, que dificulta las comunicaciones, sino porque la ganader¨ªa, su actividad principal antes de aqu¨¦l y despu¨¦s, est¨¢ en franca decadencia. Sobre todo desde que, hace algunos a?os, un brote de brucelosis diezmara la caba?a y el censo de ganaderos. "Del muro para arriba tocan a muerto. Llevan tocando ya muchos a?os", dice Germ¨¢n, uno de los que resisten, frente a la ¨²nica caracola que a¨²n queda en pie como testigo mudo -junto a las piedras de siller¨ªa, numeradas y tiradas por el suelo frente a ella, de lo que fue el palacio de los Allende, que esperan a que lo reconstruyan- de lo que sucedi¨® en el pueblo.
Entre tanto, en Ria?o y fuera de all¨ª, la gente se pregunta si mereci¨® la pena tanto sacrificio. Aunque los responsables del cierre de la presa sigan diciendo que s¨ª y que volver¨ªan a hacerlo si el tiempo volviera atr¨¢s (el ministro de Obras P¨²blicas de entonces, el riojano S¨¢enz de Cosculluela, por ejemplo), lo cierto es que, 20 a?os despu¨¦s del cierre, el pantano apenas riega una peque?a parte de las hect¨¢reas previstas en el proyecto y todav¨ªa faltan por realizar la mayor¨ªa de los canales y dem¨¢s obras de infraestructura. Lo que, entre otras consecuencias, ha provocado que los presuntos beneficiados del regad¨ªo, los campesinos del sur de la provincia leonesa, hayan dejado ya el campo, principalmente los j¨®venes. "La gente esper¨® y esper¨®, y al final se acab¨® marchando", se queja el due?o de un bar de Villamu?¨ªo, en el p¨¢ramo de los Payuelos, quien se lamenta, incluso, de haber ido a Le¨®n a manifestarse pidiendo el cierre de Ria?o. "Si nos hubiera dado un ataque de apendicitis a todos aquel d¨ªa...", dice. Cerca del bar, Jes¨²s Calvo, el p¨¢rroco del pueblo y antiguo presidente de la principal asociaci¨®n de regantes de las varias que lucharon por el cierre de Ria?o, se queja tambi¨¦n de esa situaci¨®n. Rodeado de fotos de Franco y de Tejero (don Jes¨²s se confiesa falangista, am¨¦n de cura), se lamenta del gran retraso de las obras e incluso dice sentirse utilizado por los pol¨ªticos de aquella ¨¦poca: "La Diputaci¨®n de Le¨®n nos pagaba todo: los carteles, los autobuses para las manifestaciones, todo... Y mira c¨®mo nos lo pagaron".
La afirmaci¨®n del cura y de la gente de Villamu?¨ªo, que es la misma en toda la comarca, refuerza la sospecha que algunos ya ten¨ªan cuando se cerr¨® el pantano de que el objetivo principal de ¨¦ste no era regar, sino la producci¨®n de energ¨ªa el¨¦ctrica. "Lo que hicieron fue enfrentar a los regantes del sur con los de Ria?o, como hacen siempre, para poder cerrar el pantano. Y luego, claro, los olvidaron", dice Fulgencio Fern¨¢ndez, periodista de La Cr¨®nica de Le¨®n, que ha seguido de cerca todo el proceso. Y a?ade: "El pantano de Ria?o fue la contraprestaci¨®n que Iberduero exigi¨® al Gobierno para cerrar la central nuclear de Lem¨®niz". Verdad o no, lo cierto es que lo ¨²nico que de verdad funciona, 20 a?os despu¨¦s de haber cerrado la presa, son las centrales el¨¦ctricas que alimenta el r¨ªo Esla directamente o a trav¨¦s del Duero y una peque?a parte del territorio que presuntamente iba a ser regado, m¨¢s en Palencia y Valladolid -a trav¨¦s de los trasvases a los r¨ªos Cea y Carri¨®n- que en la propia provincia leonesa. Lo cual puede ser hasta un acto de justicia. En la provincia de Palencia se da la curiosidad de que entre los beneficiados por el regad¨ªo est¨¢n los propios ria?eses que, cuando comenz¨® la obra, se mudaron a vivir a un pueblo de colonizaci¨®n edificado sobre el lecho de una laguna desecada de la que tom¨® su nombre, La Nava, y en el que tuvieron, entre otras cosas, que aprender a cultivar la tierra (en la monta?a eran ganaderos) y a interpretar de nuevo el paisaje (habituados al de aqu¨¦lla, el de la gran llanura les aturd¨ªa), como sus predecesores, procedentes tambi¨¦n de otros embalses y que, cuando llegaron al nuevo pueblo, viv¨ªan en barracones que la antigua laguna inundaba cada poco, hasta el punto de que, cuando llov¨ªa mucho, ten¨ªan que dormir con una mano fuera de la cama, por si el agua sub¨ªa m¨¢s de la cuenta. "?Y ahora, encima se quejan en Le¨®n de que reguemos con el agua de Ria?o, porque dicen que es de ellos!", sonr¨ªe Carlos, agricultor, que abandon¨® La Puerta con su familia cuando ten¨ªa apenas 16 a?os y la presa de Ria?o comenzaba a construirse.
Cerca de all¨ª, en la Tierra de Campos leonesa, todav¨ªa pueden verse pintadas descoloridas que contin¨²an pidiendo desde los muros el cierre de la presa de Ria?o con un mensaje anacr¨®nico le¨ªdo a d¨ªa de hoy: "Agua o muerte".
?Vali¨® la pena?
Por Marif¨¦ Moreno
Entrar en el valle de Ria?o desde Le¨®n por una estrecha y tortuosa carretera que se despejaba a la vuelta de uno de los numerosos picachos monta?osos era sumergirse en una tierra encantada con praderas infinitas donde descansaban apacibles las vacas del vecindario. En primavera, los capilotes amarillos (narcisos salvajes) tapizaban el verde del campo inundando todo con su aroma. En invierno, las grandes nevadas garantizaban siempre el agua en verano. Todo era perfecto, demasiado para ser eterno. Lleg¨® el d¨ªa temido durante a?os por muchos, porque se hab¨ªan cobrado indemnizaciones de expropiaciones forzosas para dejar hacer un pantano. La mayor¨ªa cre¨ªa que ese momento nunca llegar¨ªa. Todo se quebr¨® cuando el Gobierno socialista, con el ministro Cosculluela al frente, impuls¨® un proyecto gestado en la Rep¨²blica y apoyado por Franco, a quien se le impuso la medalla de oro de Ria?o 13 a?os antes de la demolici¨®n de las casas del pueblo.
Apenas 15 periodistas espa?oles y m¨¢s tarde alguno extranjero -hoy quiz¨¢ ser¨ªan 300 con igual n¨²mero de antenas parab¨®licas- acudieron al valle en respuesta a la llamada de alarma de sus habitantes. Los medios de comunicaci¨®n siguieron con desigual intensidad la batalla iniciada en los tribunales y en las calles por los vecinos de los nueve pueblos que iban a desaparecer bajo las aguas.
Fueron m¨¢s de 18 meses, entre 1986 y 1987, hasta el d¨ªa del cierre de la presa, durante los que no cesaron de rugir las palas excavadoras demoliendo, sin piedad, la historia del valle: bares, restaurantes, hostales, centros de reuniones y centenares de hogares que hab¨ªan cobijado durante siglos a generaciones de ganaderos y dem¨¢s gentes humildes y hospitalarias.
EL PA?S cont¨® la desigual batalla campal entre aquellos recios campesinos, muchos de ellos ancianos que se resist¨ªan a abandonar el lugar donde hab¨ªan nacido y hab¨ªan pasado su vida, y los antidisturbios que emplearon en numerosas ocasiones una fuerza desproporcionada, con botes de humo y pelotas de goma.
Los enfrentamientos duraban hasta bien entrada la madrugada. Los ecologistas, obstinados, esgrim¨ªan para permanecer en los tejados d¨ªa y noche que un valle de tal belleza, uno de los ¨²ltimos refugios de especies amenazadas como el oso pardo y el urogallo, no pod¨ªa desaparecer del mapa en beneficio de unos regad¨ªos de incierto futuro para plantaciones de productos excedentarios en la Uni¨®n Europea.
Interdictos y manifestaciones s¨®lo lograron retrasar unos meses el destino del valle de Ria?o. Hasta el mismo d¨ªa de su demolici¨®n, Manolita, la due?a del hostal Orejas, ofreci¨® caf¨¦ y bollos a los periodistas. Las familias recog¨ªan sus ¨²ltimos enseres, y en un gesto tan absurdo como desesperado cerraban las puertas de sus casas que iban a ser destruidas segundos m¨¢s tarde.
Una madrugada, Sim¨®n Pardo se peg¨® un tiro. En sus 54 a?os de vida nunca hab¨ªa salido de Ria?o. Le angustiaba pensar que ten¨ªa que rehacer su vida fuera de los muros de su casa. Cuentan tambi¨¦n que otras tres personas murieron de pena.
Poco a poco el valle se fue inundando en silencio. Algunos vecinos fueron realojados en el nuevo Ria?o, en caracolas -habit¨¢culos similares a las oficinas de las obras-, mientras se constru¨ªan los edificios dise?ados en despachos madrile?os. Quiz¨¢ por eso, en el nuevo Ria?o no se pens¨® en las cuadras para el ganado, se levantaron a?os m¨¢s tarde. Luego, los j¨®venes del pueblo coincid¨ªan en los entierros. Manuel ?lvarez, vigilante de la Fundaci¨®n Oso Pardo, es uno de los pocos que prefirieron quedarse en su tierra y no emprender el ¨¦xodo a Le¨®n o Bilbao. "Es tan duro hablar del pasado. Luchamos todo lo que pudimos, pero quiz¨¢ llegamos tarde. Ojal¨¢ que haya servido para algo".
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