La dinamita
Hay un muchacho sentado en una bolsa de deportes azul. Se llama Sergio ?lvarez y acaba de llegar a la estaci¨®n de autobuses de la calle de M¨¦ndez ?lvaro, de Madrid, en un autocar de l¨ªnea procedente de Asturias.
Su¨¢rez Trashorras es p¨¢lido, hiperactivo y padece un mal muy cercano a la esquizofrenia
Zouhier es un personaje fronterizo, acostumbrado a caminar en la cuerda floja. Un tunante, un granuja, pero tambi¨¦n algo m¨¢s. Hab¨ªa nacido en Casablanca, pero a los 13 a?os ya estaba en Madrid. De stripper pas¨® a mat¨®n de discoteca, y el paso siguiente fue hacer de chivato para la Guardia Civil.
No tard¨® Emilio en bautizar a El Chino como 'Mowgli' porque se parec¨ªa al ni?o de 'El libro de la selva'
Carmen Toro y El Chino se enzarzaron por las Torres Gemelas. La mujer de Trashorras dijo que aquello hab¨ªa sido una barbaridad. Jamal le respondi¨®: "Tambi¨¦n en Palestina han muerto muchas personas".
La bolsa de deportes es de rayas blancas y azules, y pesa 30 kilos. "Yo pens¨¦ que la bolsa conten¨ªa CD piratas. Emilio me hab¨ªa prometido el d¨ªa anterior 600 euros por llevarla a Madrid. Me dijo que tuviera cuidado, que no me la robaran; que cuando llegara a la estaci¨®n subiera las escaleras mec¨¢nicas, pasara la cafeter¨ªa y que me pusiera a esperar en la parada de taxis, que ya ir¨ªan a por m¨ª". Y eso es, exactamente, lo que acaba de hacer Sergio, de 22 a?os, esta ma?ana del 5 de enero de 2004. Ha llegado a la parada de taxis y se ha sentado encima de la bolsa. Ha esperado 45 minutos hasta que, a las 13.45, ha visto aparecer a un tipo escuchimizado, ¨¢rabe, con los ojos achinados, que se acaba de bajar de un BMW negro. Es Jamal Ahmidan, m¨¢s conocido por El Chino. Mira a los lados, localiza a Sergio y se acerca a ¨¦l.
-?T¨² eres el amigo de Emilio?
-S¨ª.
-?Y tienes algo para m¨ª?
-Esto -le responde se?alando la bolsa, de la que se hace cargo El Chino.
-?Te vienes a tomar un caf¨¦?
-No, que tengo el ALSA [el autob¨²s] a las tres y marcho para Oviedo ya.
Ya de noche, esa noche de Reyes de 2004, Sergio llega de regreso a la estaci¨®n de Oviedo. "Y all¨ª me esperaba Emilio con otro chaval que ten¨ªa el ojo ca¨ªdo y que yo no conoc¨ªa. Montamos en el coche y fuimos a Avil¨¦s, a casa de Emilio. Yo pensaba que me iba a dar el dinero, pero de un trastero sac¨® dos bolas de polen de hach¨ªs, que me fum¨¦ despu¨¦s con mis amigos. Con eso me pag¨®".
Emilio es Emilio Su¨¢rez Trashorras, un individuo p¨¢lido, inteligente, hiperactivo y adicto a hablar por tel¨¦fono. Le conocen en Avil¨¦s como "el minero" porque trabaj¨® como ayudante en la mina Conchita a primeros del a?o 2000. De all¨ª sali¨® con una baja de 800 euros por padecer un mal muy cercano a la esquizofrenia. Una minusval¨ªa que no le impide llevar una vida fren¨¦tica y no del todo confesable. Antonio Toro, portero de discoteca y uno de sus amigos de correr¨ªas, dice de ¨¦l que vuelve loco a todo el mundo.
-Se sienta al lado de una piedra, y la piedra sale corriendo.
Su¨¢rez Trashorras no responde precisamente al perfil de pensionista tipo. Dispone de cuatro coches, una moto y un quark, y est¨¢ a punto de casarse con la chica con la que vive desde hace meses, Carmen Toro, hermana de su colega Antonio. Todo el mundo de la noche sabe en Avil¨¦s que su principal negocio es el tr¨¢fico de hach¨ªs. Lo que no saben todos es que, al mismo tiempo, act¨²a de confidente de un inspector de Estupefacientes, Manuel Garc¨ªa, un polic¨ªa grueso, sonrosado y calvo de coronilla, que responde al apodo de Manol¨®n. Trashorras y Manol¨®n se llevan bien, muy bien. A Antonio Toro, esa amistad le escama, pero tiene que reconocer que, gracias a los contactos de ese madero, su hermana Carmen acaba de conseguir un trabajo de guarda de seguridad en Hipercor.
El chico del ojo ca¨ªdo que, junto a Trashorras, espera a Sergio en la estaci¨®n de autobuses se llama Gabriel Montoya Vidal, tiene 17 a?os y le apodan El Gitanillo. Hab¨ªa conocido a Emilio ese oto?o. Y se hab¨ªa convertido en otro de los muchachos que acompa?aban siempre a Emilio y de los que ¨¦ste se serv¨ªa para sus trapicheos. A Gabriel, como a los otros, los iba atando poco a poco. Les invitaba a jugar a la PlayStation, a los bares, y hasta a veces se sent¨ªa generoso y les resucitaba el saldo del tel¨¦fono m¨®vil. Tambi¨¦n a El Gitanillo le ofreci¨® Trashorras viajar a Madrid llevando una bolsa. Lo hizo despu¨¦s de que Sergio volviera, y unos d¨ªas m¨¢s tarde de que otros de sus chicos, un muchacho grand¨®n y con cara de bueno llamado Iv¨¢n Granados, le dijera que no.
-Yo llev¨¦ a Madrid -recuerda El Gitanillo- una bolsa normal, de deportes, y deb¨ªa de pesar unos diez kilos. Hice el viaje de noche, en clase Supra, y al llegar a Madrid, a las siete de la ma?ana, llam¨¦ al tel¨¦fono m¨®vil que me hab¨ªa apuntado Emilio en un papel. Al poco apareci¨® uno y me pidi¨® la bolsa...
Un tipo de aspecto magreb¨ª, con los ojos achinados y mucha seguridad en los andares. Cogi¨® la bolsa -?cu¨¢ntas iban ya?- y desapareci¨® en su BMW con las puertas blindadas y un salpicadero de lujo donde se pod¨ªa jugar a la Play y ver la tele.
-Y yo me volv¨ª a Avil¨¦s -recuerda El Gitanillo-. Emilio me pag¨® 1.000 euros. Al d¨ªa siguiente, Iv¨¢n Granados -el muchacho que no se atrevi¨® a hacer de correo- me dijo que lo que hab¨ªa llevado a Madrid era dinamita. Que ¨¦l lo sab¨ªa porque hab¨ªa ido con Emilio a la mina a buscarla.
Los chavales que hicieron de correos nunca se atrevieron a preguntar de qu¨¦ se conoc¨ªan el ex minero Su¨¢rez Trashorras y El Chino. Fue a finales de octubre de 2003, y sin m¨¢s protocolo que la mesa de un McDonal's de Madrid. ?Qui¨¦n hab¨ªa conseguido juntar frente a un Big Mac a un traficante de explosivos y al terrorista que los necesitaba para atentar? Se llama Rafa Zouhier y es un caso aparte.
Zouhier, que entonces ten¨ªa 21 a?os, es un personaje fronterizo, acostumbrado a caminar continuamente en la cuerda floja, capaz de dar miedo y simpat¨ªa al mismo tiempo. Un tunante, un granuja, pero tambi¨¦n algo m¨¢s. Hab¨ªa nacido en Casablanca, pero a los 13 a?os ya estaba en Madrid. Hab¨ªa trabajado legalmente en una lavander¨ªa, en una fruter¨ªa y en un restaurante, pero no tard¨® mucho en irse viciando. De stripper pas¨® a mat¨®n de discoteca, y el paso siguiente fue hacer de chivato para la Guardia Civil. Tipo listo donde los haya, no tard¨® en empezar a tocar palos m¨¢s duros. Se acerc¨® al tr¨¢fico de armas y al de hach¨ªs, se convirti¨® en un experto en alunizajes [robos rompiendo las lunas del escaparate]. Lleg¨® a pasar casi ocho meses en la c¨¢rcel asturiana de Villabona acusado de participar en el atraco a una joyer¨ªa por el delicado m¨¦todo de estampar un coche contra el cristal. Fue all¨ª donde se enter¨®, por boca de un preso llamado Antonio Toro, que hab¨ªa gente -ex mineros sobre todo- dispuesta a vender dinamita a quien pagara r¨¢pido y sin preguntas. Agraciado, musculoso, mujeriego, voluble, violento, mentiroso y decidido, no tuvo problemas para reunir en el McDonald's de Carabanchel al ex minero asturiano y al traficante marroqu¨ª. La reuni¨®n fue un ¨¦xito. Dos meses despu¨¦s, los chicos de Trashorras empezaron a viajar a Madrid en autobuses de l¨ªnea cargando pesadas bolsas de deporte.
No tard¨® Emilio, amigo de los motes, en bautizar a El Chino como Mowgli porque se parec¨ªa al ni?o de la pel¨ªcula El libro de la selva, de Walt Disney. Su sinton¨ªa fue creciendo tan r¨¢pida que el 26 de febrero -s¨®lo dos meses despu¨¦s de conocerse- ya tuvo confianza suficiente para llamarle desde Canarias y pedirle que fuera a recogerle al aeropuerto de Barajas. Emilio Su¨¢rez Trashorras y su mujer, Carmen Toro, regresaban de su viaje de novios. El reci¨¦n bautizado Mowgli condujo a los reci¨¦n casados a una finca suya enclavada en Morata de Taju?a, a pocos metros del parque tem¨¢tico de Warner Bross, a 35 kil¨®metros de Madrid.
A la puerta de la finca, Trashorras no pudo evitar que su mujer y El Chino se enfadaran: "Carmen discuti¨® con Mowgli. Ya antes, alguna vez, Ahmidan me hab¨ªa rega?ado porque yo tengo la costumbre de decir siempre 'me cago en Dios' por tel¨¦fono, y ¨¦l me advirti¨® de que no lo hiciera. Me vino a decir que Dios est¨¢ en todas partes, que cuando soplas en una mano ah¨ª est¨¢ Dios. La discusi¨®n con Carmen empez¨® por la Meca-Cola, que es la coca-cola ¨¢rabe. Carmen dijo que era mala, de supermercado barato, y Jamal respondi¨® que gracias a la Meca-Cola hay muchos ni?os que estudian en las mezquitas...". Carmen Toro y el marroqu¨ª se fueron calentando hasta que hablaron de las Torres Gemelas. La mujer de Trashorras dijo que aquello hab¨ªa sido una barbaridad. Jamal le respondi¨®:
-Tambi¨¦n en Palestina han muerto muchas personas...
Aquel jueves, la sangre no lleg¨® al r¨ªo. Al s¨¢bado siguiente, 28 de febrero de 2004, Jamal Ahmidan va a Asturias en un Golf de color negro. Le acompa?an dos miembros de la c¨¦lula integrista: Mohamed, uno de los dos hermanos Oulad Akcha, y Abdenalbin Kounja. Emilio lo recuerda como un tipo "con barbas, bajito y con cara de mong¨®lico". Hace mucho fr¨ªo. Toda Asturias sufre un gran temporal de nieve, lluvia y viento. Los tres yihadistas se plantan en la calle de Emilio a las cinco de la tarde. El Gitanillo, el chico del ojo ca¨ªdo, el menor de 17 a?os, recuerda que hab¨ªa "un gran nevazo".
- Yo estaba en mi casa cuando me llam¨® Emilio. Me dijo que me fuera con ¨¦l. All¨ª estaba Mowgli, al que yo no ve¨ªa desde que le entregu¨¦ la bolsa en la estaci¨®n de autobuses de Madrid. Nos fuimos todos a la mina. Emilio y yo, en un Toyota Corolla, y los marroqu¨ªes, en un Golf negro.
Fueron por la carretera nacional hasta Soto del Barco; despu¨¦s cogieron una carretera auton¨®mica por el valle abierto del r¨ªo Nal¨®n, hasta Cornellana, y de ah¨ª se desviaron por el corredor del Narcea. La carretera, accidentada, discurre entre monta?as y pendientes, dejando el r¨ªo a la izquierda. Una hora despu¨¦s de haber salido de Avil¨¦s, justo al pie de una central hidr¨¢ulica, los esperaba la ladera de la monta?a que alberga la boca de entrada a la galer¨ªa de Mina Conchita.
-Aparcamos los coches a un lado de la carretera. Emilio y Mowgli salieron y comenzaron a subir por el sendero, monte arriba. Los otros dos y yo nos quedamos en los coches. Estaba atardeciendo, pero a¨²n hab¨ªa luz suficiente. Volvieron a la media hora. Fue entonces cuando Emilio, antes de meterse en el coche, le dijo a Mowgli: no te olvides de los tornillos y de los clavos.
A la vuelta, nada m¨¢s llegar a Avil¨¦s, Mowgli y los suyos se separan de Trashorras y El Gitanillo. "Ellos se fueron al Carrefour a comprar unas mochilas". La cajera que los atendi¨® se acuerda perfectamente de aquel grupo y de lo que compr¨® la noche de la gran nevada:
-Me llamaron la atenci¨®n porque no parec¨ªa el tipo de gente que compra mochilas para hacer c¨¢mping. Compraron seis mochilas por 152 euros, tres linternas a seis euros cada una, cuatro yogures Danone Bio, un cuchillo cocinero y dos pares de guantes. Tambi¨¦n magdalenas y un cart¨®n de leche semidesnatada. En total se gastaron 195 euros. Pagaron en efectivo. Le dieron 200 euros a la cajera, que no las ten¨ªa todas consigo.
-Uno me hac¨ªa sentir inc¨®moda, por la forma de mirarme y de no hablarme.
El que mira sin hablar es El Chino. A las 21.26, Ahmidan y los suyos salen del Carrefour. Su¨¢rez Trashorras y El Gitanillo los reciben de nuevo en Avil¨¦s. El ex minero le presta a El Chino unas botas de monta?a porque sus mocasines de piel est¨¢n empapados. No parecen, adem¨¢s, el calzado m¨¢s apropiado para subir de nuevo por el sendero de la mina en esa noche de nieve y lluvia. El Gitanillo actu¨® aquella noche de recadero de Trashorras.
-Emilio me pidi¨® que les acompa?ara a la mina de nuevo para indicarles el camino. Mowgli y yo ¨ªbamos en el Ford Escort blanco de Emilio. Los otros dos iban en el Golf, detr¨¢s. Llegamos a la mina. Los tres se bajaron de los coches y cruzaron el puente para ir a la mina. Yo me qued¨¦ en el coche, al lado de la carretera, por si ven¨ªa la polic¨ªa... Eso es lo que me dijo Emilio que hiciera. Los otros tres subieron con las cuatro o cinco mochilas grandes por el sendero que conduc¨ªa a los pozos de la mina. Bajaron a la hora y media o as¨ª. O incluso m¨¢s, porque yo me dorm¨ª. Bajaron con las mochilas llenas de explosivos. Fuimos a Avil¨¦s, y por el camino nos encontramos con Emilio, que ya ven¨ªa a por nosotros. As¨ª que fuimos los tres coches hasta el garaje de Emilio. All¨ª vaciaron las mochilas en otro coche, en un Toyota Corolla. Y nos fuimos otra vez a la mina, los mismos: El Chino y yo, en el Ford Escort, y los otros dos, en el Golf...
Una vez terminado el trabajo, a las nueve de la ma?ana, El Chino y sus dos ayudantes enfilan la carretera en direcci¨®n a la finca de Morata de Taju?a con los coches cargados de dinamita.
-Y Emilio y yo - recuerda El Gitanillo- nos fuimos a desayunar.

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