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Reportaje:

Fiebre del s¨¢bado tarde

Guillermo Abril

Levanta el dedo ¨ªndice y lo posa como un estratega sobre una foto a¨¦rea de Legan¨¦s. "Todo esto de aqu¨ª es Parquesur", dice al tiempo Jos¨¦ Luis P¨¦rez R¨¢ez, alcalde socialista de esta localidad del sur de Madrid hasta el pasado mayo. Dos a?os antes de empezar su mandato, en 1989, un centro comercial cambi¨® el rumbo de este municipio de 180.000 habitantes, antes industrial y obrero, hoy dedicado al sector servicios. "Yo entonces era concejal, pero lo recuerdo perfectamente. Ten¨ªamos un 20% de paro y nos hablaban de 3.000 puestos de trabajo". En la imagen se distingue un ap¨¦ndice al ¨¢rea urbana con forma triangular: una gran masa de hormig¨®n, ladrillo, chapa y pl¨¢stico, y un parking aleda?o. Dos autov¨ªas cruzan al lado y confluyen en tres rotondas situadas en las esquinas del tri¨¢ngulo. Todo aparece vac¨ªo, pero hay que imaginarlo atestado de coches y con m¨²sica de claxon. En el interior, un intenso bullicio.

Bip, bip... Bip, bip... Es s¨¢bado en Parquesur. Los contadores con el s¨ªmbolo de Footcount Calculus echan humo. Parecen c¨¢maras de v¨ªdeo, pero no lo son. Colgados del techo, junto a cada una de las puertas mec¨¢nicas, ven pasar una sombra tras otra. Hablando t¨¦cnicamente, son c¨¦lulas sensibles a los cambios de luz de las entradas. Una sombra, igual a una persona. No hay tregua: una comuni¨®n y su s¨¦quito, dos parejas de Ciudad Real, dos ancianos en su paseo vespertino, seis chicas adolescentes a toda velocidad... Informe enviado a las siete de la tarde al ordenador central: 19.000 personas se encuentran deambulando en ese momento por las calles de Parquesur. Al final del d¨ªa ser¨¢n 110.000 las que han cruzado las puertas del mayor centro comercial de Espa?a.

El ex alcalde de Legan¨¦s, por ejemplo, cuenta que ya nunca va a Parquesur porque se ver¨ªa obligado a saludar a todo el mundo. "Se ha convertido en la nueva plaza del pueblo", dice encogi¨¦ndose de hombros. M¨¢s que una plaza p¨²blica, estos centros parecen un inevitable lugar de encuentro. En 2006, los 463 espacios comerciales espa?oles sumaron 29 millones de visitas semanales de media, seg¨²n la asociaci¨®n que los aglutina, la AECC. Casi la mitad de ellas, de viernes a domingo.

No es un fen¨®meno nuevo. Baricentro, considerado el primer centro comercial de Espa?a, fue inaugurado en 1980 en la periferia de la ciudad de Barcelona. Pero la fiebre ha acabado por desatarse en los ¨²ltimos a?os. S¨®lo entre 2002 y 2006 se abrieron 139 centros, el 30% del total. El a?o que viene, Espa?a ser¨¢ el pa¨ªs de Europa que mayor superficie comercial inaugure, seg¨²n la consultora inmobiliaria Cushman & Wakefield. Y el n¨²mero de visitantes no deja de crecer: entre enero y diciembre de 2006 lo hizo un 8%.

"Lo de hoy es una locura. Pero tiene su explicaci¨®n", aporta con vista de antrop¨®logo uno de los miembros del equipo de seguridad de Parquesur. Nueve a?os de experiencia y recorrer unos 10 kil¨®metros en una ma?ana le avalan: "Es s¨¢bado, estamos a principios de mes, despu¨¦s de un puente; ma?ana es el D¨ªa de la Madre, llueve a ratos... Y no juega el Real Madrid. Con un Madrid-Bar?a, esto se queda vac¨ªo".

El mastodonte comercial cuenta con 151.200 metros cuadrados de locales. Se tarda casi ocho minutos en recorrerlo de punta a punta a buen ritmo. All¨ª trabajan unas 5.000 personas, desde el gerente, en la c¨²spide, hasta los 23 miembros del equipo de limpieza, pasando por los dependientes de cada uno de los comercios. Y son muchos. S¨®lo a modo de pincelada: dos El Corte Ingl¨¦s, un bingo, una Fnac, un Burger King y un McDonald's que se miran frente a frente en el mismo pasillo; en la otra punta, un gimnasio con 3.000 socios y dos piscinas, adem¨¢s de una mujer culturista como preparadora f¨ªsica. Tambi¨¦n hay un Vips, una bolera con 24 pistas, 12 salas de cine, una guarder¨ªa en la que dejar a los ni?os por cuatro euros la hora, un hotel con 83 habitaciones y un lago artificial al aire libre en el que relajarse, seg¨²n explica el gerente, Rafael Mateu. "Procuramos crear un ambiente lo m¨¢s agradable posible", dice desde su oficina, en la primera planta. Gerencia es lo ¨²nico que se encuentra en las alturas de este centro, adem¨¢s de El Corte Ingl¨¦s. El resto son calles comerciales al nivel del suelo que tienen su propio nombre: calle del Hogar, calle de la Moda, plaza del Ocio... Cada una, indicativa de lo que all¨ª se mercadea.

Rafael Mateu las recorre con el dedo sobre el plano que tiene enmarcado en la pared del despacho. A su manera, es el alcalde de esta ciudad y procura conocer a sus habitantes. No puede llegar a saber de ellos a fondo, como cuando dirig¨ªa otro centro en Valladolid, m¨¢s peque?o, y en el que ve¨ªa "crecer a los ni?os junto a sus abuelos". A cambio, sigue constantemente la evoluci¨®n del ordenador central, que actualiza el n¨²mero de visitantes cada 15 minutos, y muestra una encuesta "de uso interno" en la que se traza un perfil del cliente medio de Parquesur: 33,4 a?os, en su mayor¨ªa mujer (56,3%), realiza 5,6 visitas mensuales al centro, pasa all¨ª 2 horas y 20 minutos cada vez y gasta una media de 50,30 euros por visita. En 2006 recibieron 24 millones de clientes; el Museo del Prado, por ejemplo, tuvo poco m¨¢s de dos millones de visitas.

La labor de Mateu consiste en que sus ciudadanos se encuentren c¨®modos, seg¨²n explica. "Para conseguir que estos escalones se alisen", dice, y se?ala los picos de una gr¨¢fica que acumula las visitas semanales. "Cuanto m¨¢s lisa, m¨¢s fiel es nuestro cliente. ?se es el objetivo, que la gente piense inmediatamente en Parquesur cuando decida salir de casa".

Pedro, de 57 a?os, es de los que ni se lo piensan. Da la noticia en medio del ajetreo de la bolera, rodeado de chavales y haci¨¦ndose o¨ªr entre la m¨²sica: "S¨ª, s¨ª. Se me casa la primera hija en un mes, y el banquete va a ser aqu¨ª, en Parquesur. En el restaurante del hotel, que es uno de los mejores de la zona. Hoy nos dan a probar el men¨². Y ¨¦ste, por supuesto, est¨¢ invitado". Se?ala a Ruperto, su compa?ero en la mesa, jubilado, mayor que ¨¦l. Son amigos y vecinos de la zona. M¨¢s que asiduos.

Desde su posici¨®n en la bolera tienen una panor¨¢mica envidiable de "la chavaler¨ªa", como dicen ellos. Las coca-colas vuelan a ambos flancos; en claro contraste con ellos, las luces dan al ambiente aire de discoteca, y se oyen gritos y risas adolescentes cada vez que el metal tumba la madera. Seg¨²n cuenta Ruth, la encargada de Bowling Sur, tienen previstos 10 cumplea?os para el d¨ªa. Los viernes y s¨¢bados cierran a las cuatro de la madrugada, la m¨²sica no para y sirven copas a precio razonable para unas 200 personas. "Por eso, en cuanto acabo me largo de aqu¨ª", a?ade con una mueca. "?Venir a pasar mis d¨ªas libres en Parquesur? Ni de broma. Llevo ocho a?os trabajando aqu¨ª. Me da claustrofobia".

A media tarde, Pedro y Ruperto s¨®lo aguardan, a salvo de la lluvia, a que lleguen "las se?oras" para ir juntos a probar el men¨². El d¨ªa, por lo de la boda, es algo especial. Pero casi todas las tardes desde hace a?os, a eso de las cinco, salen de casa y pasean hasta all¨ª. "?D¨®nde vamos a ir si no? Aqu¨ª no hay otra cosa. Nos hemos hecho al sitio, y por lo menos se ve gente". Entran, recorren los pasillos de arriba abajo, miran los escaparates, saludan a alg¨²n conocido, comparan precios. "Rara es la vez que no llevamos alguna cosita".

El enorme tama?o de Parquesur y el hecho de que tenga de todo ?en este punto coinciden tanto clientes como gerencia? hacen que hasta all¨ª vaya gente de cualquier rinc¨®n de la Comunidad de Madrid, o incluso de Toledo, Guadalajara y Ciudad Real. Es lo que los expertos llaman un "centro regional": la distancia no supone un impedimento para coger el coche y desplazarse a pasar el d¨ªa. Aun as¨ª, casi el 50% de quienes lo visitan vive en Legan¨¦s. Para ellos parece casi una prolongaci¨®n de sus calles.

Constanza Tob¨ªo, catedr¨¢tica de Sociolog¨ªa de la Universidad Carlos III, entiende que el secreto de estos lugares reside precisamente en que reproducen a escala reducida las caracter¨ªsticas de una ciudad: "Toman los elementos m¨¢s atractivos de ella y los trasladan a un recinto cerrado. Pero se eliminan las desventajas de la lluvia, el fr¨ªo, la suciedad o la inseguridad. Es como construir la calle ideal".

Javier Garc¨¦s, psic¨®logo experto en consumo y sus adicciones, a?ade un ligero matiz: "Parece que las personas han olvidado que estas falsas ciudades han sido creadas buscando en cada detalle aquello que pueda hacerlas m¨¢s atractivas, incitantes a la compra y rentables desde el punto de vista comercial. Nos transmiten esa imagen alegre y agradable, en contraste con la sensaci¨®n de soledad, desamparo e inseguridad que a menudo se siente en las grandes ciudades".

En el estudio de arquitectura Metrica Tip aseguran que se plantean "unas calles y unas plazas" cuando se enfrentan a un proyecto de estas caracter¨ªsticas. "Pero con una intenci¨®n clara", a?aden los dos socios, argentinos, con marcado acento y varios centros comerciales de ¨²ltima generaci¨®n a sus espaldas: "No se trata de crear un espacio contemplativo, sino una gran escenograf¨ªa. Porque uno no va all¨ª a serenarse. Va a atiborrarse de informaci¨®n y a comprar. Al final no est¨¢s dise?ando espacios, sino flujos, conductas y movimientos de personas".

Los arquitectos hablan de un mundo no sutil en el que hay que ser directo y contundente, adem¨¢s de democr¨¢tico. "Tiene que gustarle a mucha gente. Y a la vez buscamos la sorpresa, el impacto. Un centro comercial est¨¢ lleno de pu?etazos que no dejan un minuto de descanso". En uno de sus ¨²ltimos proyectos, Plenilunio, en Madrid, estos pu?etazos no s¨®lo se reciben en el interior. "Dise?amos el edificio para ser visto por un veh¨ªculo en movimiento", explican, "porque est¨¢ entre dos de las grandes arterias de la periferia [se ve desde la carretera M-40 y la autopista A-2]". La fachada es de un material fragmentado de color azul intenso durante el d¨ªa y de luces de distintos tonos en la noche. Todo pensado "para que vibre ante la vista cuando pasas con el coche a 100 kil¨®metros por hora".

"Cielo, aire, lago, sol [¨¦sta, mucho m¨¢s grande que las dem¨¢s], luna, espacio, agua", se lee en Parquesur unos metros por encima de los escaparates. "Ciencia, educaci¨®n, arte, amor, amistad, belleza, humor, ocio, alegr¨ªa". Casi nadie se fija en ellas, pero responden a esa intenci¨®n de crear un entorno "positivo y de confort" del que hablan en la primera planta. "Ahora nos encontramos en fase de desarrollo de un olor caracter¨ªstico del centro para generar en el consumidor un efecto recuerdo. Lo tendremos listo en un a?o", confiesa Sergio Rodr¨ªguez, responsable de marketing. "La idea es dar con un aroma conocido, como puede ser el del pan o las rosas, para que uno pueda evocar en su vida cotidiana los olores del centro".

La temperatura es otro de los elementos intangibles: siempre entre 21 y 23 grados. Como comentaba el gerente de otro gran centro espa?ol, a modo de definici¨®n: "Un centro comercial es un lugar que ofrece fr¨ªo en verano y calor en invierno". La m¨²sica, a?ad¨ªa, "es la misma en Madrid, Le¨®n o Canarias". Un regalo a los o¨ªdos que emite v¨ªa sat¨¦lite una empresa especializada. Servicio 24 horas, con 72 canales. En Parquesur les gusta conectar con el de los ¨²ltimos ¨¦xitos del pop espa?ol e internacional, seg¨²n explica el responsable de marketing. "De esas canciones que puedes ir tarareando. Para que lo oigas si quieres y te sientas a gusto comprando". Pero el registro cambia cuando el centro est¨¢ muy lleno: "El secreto para que la gente no se atasque y se d¨¦ prisa en hacer sus compras es poner m¨²sica ca?era, tipo rock. Incluso subir algo el volumen. Pero tratamos de hacerlo poco, para no romper la sensaci¨®n de calma".

El psic¨®logo del consumo Javier Garc¨¦s alerta del peligro de dejarse arrastrar en exceso por esta seducci¨®n. "Sobre todo para las personas que eligen estos macrocentros como lugar preferente de estancia fuera de casa. Sin pisar la calle, familias enteras pasan del aparcamiento de su vivienda al del centro comercial, y una vez all¨ª pasean, miran escaparates, compran, van al cine o comen en un restaurante. No salen de este espacio cerrado, y as¨ª pasan ma?anas y tardes, desaprovechando las ofertas no consumistas de ocio, cultura y desarrollo personal".

"?Se han enfadado!", grita un ni?o de unos siete a?os, sentado entre sus padres en la antesala de los cines de Parquesur. Incluso poniendo todo de su parte, hay ciertas situaciones que desde gerencia no consiguen evitar. "Despu¨¦s ella se ha perdido y hemos tenido que encontrarla", reincide, ingenuo, se?alando a su madre. La pareja, que da la impresi¨®n de haberse reconciliado, no puede ocultar el sonrojo mientras comentan que llegaron sobre las dos de la tarde, que comieron por all¨ª, que despu¨¦s han dado una vuelta -del cabreo prefieren no hablar- y que ahora esperan a que empiece la pr¨®xima sesi¨®n de Spiderman 3. "Luego me van a comprar la funda de la PSP, los juegos? ?Y la PlayStation 3!", dice el cr¨ªo aprovechando la coyuntura. "Anda, anda... Luego, lo que vamos a hacer es la compra", responde la madre.

Para llegar hasta el h¨ªper, un Alcampo, tendr¨¢n que recorrer un tercio casi matem¨¢tico de Parquesur. No es algo casual. Existe una norma inquebrantable para que un centro comercial funcione, seg¨²n cuenta Fernando S¨¢nchez de las Matas, uno de los mayores expertos espa?oles en el arte de crear estos espacios (ha participado en la concepci¨®n y construcci¨®n de 50 de ellos). La "ley de la acequia", lo llama ¨¦l: "Cuando abres, tienes que conseguir que la gente se disperse por todas partes, como el agua". Para ello se separan, m¨¢s o menos equidistantes, los tres grandes polos de atracci¨®n: el h¨ªper, el ocio y la moda. En la jerga profesional se conocen como anclas, nadie sabe explicar muy bien si porque sostienen el barco o porque enganchan a las personas.

"Colocados cada uno en un extremo, funcionan como el flautista de Hamel¨ªn: van atrayendo a la gente, que acaba picando y comprando algo por el camino", a?ade Ignacio Iturriaga, socio de Irea, una empresa especializada en estudios de viabilidad de oferta y demanda de las grandes superficies. Las llamadas tiendas de compra impulsiva, en cambio, pueden colocarse en cualquier punto. En ellas se venden accesorios, desde relojes hasta gafas de sol, y, como su propio nombre indica, la gente entra en ellas sin necesidad alguna y se lleva cualquier art¨ªculo pensando: hombre, ya que estoy aqu¨ª?

Si Parquesur tiene forma de Y, sus anclas est¨¢n situadas al final de cada uno de los tres palos de la letra. En el codiciad¨ªsimo centro, donde se juntan los tres brazos, la llamada plaza de las Barcas funciona como un gran distribuidor. Lugar de paso inevitable, all¨ª tiene su sede la Fnac. S¨¢nchez de las Matas aporta una de las frases que en el mundillo son sin¨®nimo de ¨¦xito: "Hay que ponerse por donde pasa la procesi¨®n". A juzgar por el n¨²mero de personas que entran y salen de este comercio, la sentencia tiene su peso a la hora de elegir ubicaci¨®n. En su interior, los integrantes del grupo Phone & Pose afinan las guitarras, hacen sonar el doble bombo y lanzan acordes distorsionados. Dan un concierto en media hora.

A la puerta de la Fnac, Sara, de 25 a?os, becaria en el Centro Nacional de Microbiolog¨ªa, apura un cuenco de helado H?agen-Dazs. Observa el r¨ªo humano desde un sill¨®n que da a la plaza, y cuenta que mientras esperaba a que sus padres terminasen de hacer la compra en Alcampo ha aprovechado para mirar varias tiendas de moda. Bershka, Stradivarius y Blanco son, por este orden, sus referentes. Casi la mitad de su armario, asegura, ha salido de Parquesur. "Las botas que llevo puestas y las gafas de ver las he comprado aqu¨ª", a?ade para dar fe de ello. Luego acepta el reto de adivinar de qu¨¦ tienda son asiduas las chicas que cruzan por la plaza de las Barcas hacia la calle. "Facil¨ªsimo, esas dos con ropa anchita son de Pull & Bear clar¨ªsimamente". Pero falla: entran en Bershka. "A ver. Esa otra, rubia, con flequillo y ropa extravagante, de Blanco". Bingo. "Y ¨¦sta de aqu¨ª...". Sara duda un momento. "Mmm? De Bershka, ?porque esa camiseta la tengo yo igualita!".

Seg¨²n los datos de Parquesur, el 8% que decide acudir al centro comercial lo hace exclusivamente por su "oferta de moda". Hace un a?o era s¨®lo el 2%. En gerencia consideran este incremento un s¨ªntoma de que han sabido dar en el clavo. Hasta 2005 apenas exist¨ªa variedad, y, seg¨²n los expertos, este tipo de compra exige una enorme masa comparativa.

Parquesur fue reformado y ampliado ese a?o porque "segu¨ªa el esquema antiguo", explica Mark Feinwick, arquitecto art¨ªfice de la remodelaci¨®n. "Antes era como una caja, con el h¨ªper y sus tiendecitas delante". Un modelo que encajaba con la cesta de consumo de los espa?oles en 1989, pero que no ten¨ªa nada que ver con la del siglo XXI: el gasto en ocio alcanzaba el 30% y el fen¨®meno Inditex hab¨ªa cambiado para siempre la manera de comprar ropa. La ampliaci¨®n, que convirti¨® a Parquesur en el espacio comercial m¨¢s grande del pa¨ªs, tuvo muy en cuenta al grupo de Amancio Ortega. Sus locales exig¨ªan una unidad mucho mayor de tienda, con escaparates hasta el techo y todo de vidrio.

En uno de los pasillos del centro, el paseo de la Fuente, casi en fila india, se encuentran ahora Pull & Bear, Bershka, Oysho y Stradivarius, entre un ir y venir de chiquillas contando el dinero con jerga adolescente. Enfrente reina un Zara de enormes dimensiones, aunque hay otro m¨¢s peque?o en la calle de la Moda, en la parte antigua.

Cualquier centro comercial con ¨¢nimo de ser medianamente competitivo ha de contar con todos ellos: Inditex es un ancla en s¨ª misma, un valor seguro. Hasta el punto de que se llega a subvencionar su presencia; por ejemplo, pag¨¢ndole al grupo parte de la obra de sus locales, seg¨²n apuntan desde el sector, en este caso sin dar nombres. S¨®lo en 2006, Inditex inaugur¨® 439 tiendas, m¨¢s de un tercio de ellas en Espa?a.

El cliente perfecto, sin embargo, no es el que se fija en la moda, sino en todo; aquel que cruza de un ancla a otra durante horas. ?stos son los que permiten a Parquesur generar unas ventas cercanas a los 500 millones de euros anuales, sin contar con El Corte Ingl¨¦s, Alcampo y C&A. "Las familias j¨®venes que acaban de empezar a equiparse son como un saco sin fondo", asegura en este sentido Ignacio Iturriaga, socio de la consultora Irea.

No es extra?o, por eso, que el objeto m¨¢s extraviado en Parquesur sean carritos de beb¨¦. Al final de la jornada suelen aparecer en el parking, junto al hueco vac¨ªo que ocup¨® el coche familiar, olvidados por descuido con las prisas de ¨²ltima hora. As¨ª lo explica un miembro de seguridad, y luego a?ade con gesto grave: "En una ocasi¨®n? encontramos a un ni?o abandonado". Aunque el jefe de polic¨ªa de Legan¨¦s no recuerda tal historia, la versi¨®n del guarda jurado cuenta que esperaron hasta la noche, que los padres nunca aparecieron y que se vieron obligados a avisar a los servicios sociales de la Comunidad de Madrid para que se hicieran cargo del cr¨ªo. "Para lo bueno y lo malo, aqu¨ª los problemas de orden son los mismos que en una ciudad. Lo ¨²nico, que estamos bajo techo", pone fin al relato.

En Parquesur llegaron a tener hasta un herido por arma de fuego, hace a?os, fruto de un tiroteo en el aparcamiento. Pero eran otros tiempos, seg¨²n da a entender el m¨¦dico del centro, Manuel Gisbert, un cubano que lleva 14 a?os en Espa?a y ocho vestido con su bata blanca en la salita donde recibe a sus pacientes ocasionales.

Ahora, aparte de alguna luxaci¨®n en la bolera, las patolog¨ªas, dice, se reparten entre dolores de cabeza, lipotimias, alg¨²n ni?o con magulladuras y cocineros que se propinan un corte en la falange en plena faena. Desde su consulta no da la sensaci¨®n de que haya mucho ajetreo. All¨ª reina un silencio hogare?o. La televisi¨®n est¨¢ encendida; es la hora de la telenovela. Y sobre su mesa descansa un best-seller a media lectura. Fuera, el r¨ªo de gente fluye.

La ley del 'mall' Por Vicente Verd¨²

No pocas capitales de provincia o ciudades espa?olas mayores de 100.000 habitantes se han quedado sin un solo cine. Par ver una pel¨ªcula hay que desplazarse varios kil¨®metros hasta el centro comercial, sea en coche o en autobuses especiales. Igualmente, gran parte de los mejores y m¨¢s surtidos establecimientos se instalan en este mismo espacio extraorbital. Y tambi¨¦n las boleras, las m¨¢quinas de juegos, las hamburgueser¨ªas, los restaurantes ex¨®ticos, las pasteler¨ªas, Alcampo y El Corte Ingl¨¦s.

Poco a poco, la ciudad va siendo absorbida desde sus afueras y desprendida de sus bocados con mayor sabor. Todav¨ªa quedan los museos, los monumentos y las catacumbas, los teatros y la cocina de creaci¨®n; pero, progresivamente, el bullicio se ha desplazado a la periferia. Bullicio centrado y confinado, acondicionado y controlado, ordenado y aromatizado incluso por los Body Shop o los Starbucks.

Los norteamericanos inventaron el centro comercial, y han pensado tanto para dotarle de atractivos que actualmente se cobra la entrada en los mejores. Hay zoos, acuarios, pistas de patinaje, peque?os circos, parques infantiles..., mil sorpresas. El centro comercial tiende de lo transaccional a lo entretenido y del entretenimiento al espect¨¢culo.

De este modo reproducen, en esencia, lo que fue la polis primordial; su concentraci¨®n abigarrada y heterog¨¦nea de actividades, personajes y objetos. Para Estados Unidos, el mall fue el modelo coherente con su ciudad extensa. A la vasta ocupaci¨®n del territorio tras la II Guerra Mundial correspond¨ªan las autopistas, el autom¨®vil, la casa con parcela, la incomunicaci¨®n vecinal y la recuperaci¨®n de lo p¨²blico en las ¨¢reas comerciales. La pel¨ªcula Mall rats, ratas de centro comercial, ense?aba c¨®mo una pandilla de ni?os usaba ese escenario a la manera del barrio tradicional.

Sin parques donde jugar, sin aceras por donde cruzarse un saludo, sin posibilidad de coincidencia f¨ªsica sobre el plano disperso de la spread city, el centro comercial fue un aporte para la convivencia.

Pero ?y en Europa? La ciudad europea no necesitaba socialmente del mall, puesto que en sus calles se reun¨ªa espont¨¢neamente la riqueza de gentes, ofertas y demandas. Sin embargo, tambi¨¦n ha importado crecientemente el mismo, como tambi¨¦n han hecho India, Indonesia, M¨¦xico, Australia o China. En el centro comercial se encuentra todo y de una vez, no llueve ni hace fr¨ªo, los carteristas escasean y la seguridad abunda. Pero adem¨¢s hay mucha gente. La practicidad del centro comercial se dobla con el calor de la concurrencia. Comprar o entretenerse a solas deprime, comprar o divertirse con los dem¨¢s exalta, y de esa din¨¢mica crece el optimismo para gastar.

?Condena de los centros comerciales? Los peque?os comerciantes y el cine espa?ol tienen sobrados motivos para maldecirlos. Poco a poco, en cambio, no habr¨¢ cliente que despotrique vanamente. Como lo har¨ªa ante los aeropuertos, los intercambiadores de metro, las ciudades de la justicia, los macroestadios y el desastre de la ciudad actual.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pek¨ªn. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante m¨¢s de una d¨¦cada reportajes de gran formato en ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯, lo que le ha llevado a viajar por numerosos pa¨ªses y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ¡®Los irrelevantes¡¯.

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