Aritm¨¦tica para demagogos
No hacen falta inmensas dotes de profeta para predecir que el desaf¨ªo lanzado en Euskadi a prop¨®sito de las listas electorales se prolongar¨¢ en forma de agresi¨®n o amenaza cotidianas. Los boicots, intimidaciones e incluso los atentados fingir¨¢n legitimarse como respuesta al ultraje gubernamental de haber ilegalizado una coalici¨®n o ciertas candidaturas afines. Mejor a¨²n, como la r¨¦plica de la verdadera democracia, avalada por un buen n¨²mero de ciudadanos, frente a nuestra democracia ficticia, que los desprecia.
De modo que ser¨ªa bueno preguntarse por el papel del n¨²mero en la pol¨ªtica democr¨¢tica. Entendida ¨¦sta como el gobierno de la mayor¨ªa, un r¨¦gimen sometido a los deseos de los m¨¢s, todo lo que reclame el mayor n¨²mero merecer¨ªa sin m¨¢s la credencial de democr¨¢tico. Incluso es probable que sea eso lo que suponga el grueso de ciudadanos. M¨¢s grave es que lo entiendan as¨ª los se?ores Ibarretxe y Zabaleta, entre muchos de su entorno, para quienes los grupos pol¨ªticos no se legalizan o ilegalizan por su conformidad con la ley, sino seg¨²n los votos que obtengan en las urnas. As¨ª lo entiende tambi¨¦n el Gobierno Vasco en su Declaraci¨®n del 9 de mayo, un documento que no traer¨¢ gloria inmortal a sus autores. Todos ellos hablan en nombre de partidos democr¨¢ticos, no faltaba m¨¢s, pero surten de est¨ªmulos y coartadas a los que no lo son.
Cuesta poco probar que tan estimulantes alegatos son fruto de la demagogia, no de la democracia. Pues ni la voluntad de los electores es omn¨ªmoda ni ella resulta el ¨²nico elemento definitorio del r¨¦gimen democr¨¢tico, porque tampoco ¨¦ste se reduce a un mero procedimiento de toma de decisiones. Como s¨®lo fuera eso, la democracia no requerir¨ªa ciudadanos, sino simples sujetos de preferencias (igual que clientes en un mercado), y quedar¨ªa expuesta a su autodestrucci¨®n por simple mayor¨ªa. Sobra adem¨¢s cualquier palabra argumental que justifique lo que se solicita, y desaparece el "coto vedado" de derechos en el que est¨¢ prohibido internarse: para una mayor¨ªa con semejante autoconciencia cualquier terreno ser¨ªa de caza, incluida la caza del oponente.
Otro tanto vale para un n¨²mero menor. Quienes vienen clamando contra la Ley de Partidos aducen que algo falla en nuestro sistema democr¨¢tico si tanta gente de Euskadi -una minor¨ªa, con todo- queda privada de la que ser¨ªa su representaci¨®n pol¨ªtica m¨¢s propia. No se les ocurre preguntar, al rev¨¦s, qu¨¦ es lo que falla en tantos ciudadanos vascos para incumplir los requisitos de toda representaci¨®n democr¨¢tica. Resulta insensato proclamar que no puede ser injusto lo que tantos desean, en lugar de reconocer que lo injusto no mejora por numerosos (y vociferantes) que sean sus partidarios. Por eso, la virtud de un pol¨ªtico dem¨®crata no siempre estriba en acomodarse a la voluntad de la gente, sino en atreverse a contrariarla con razones cuando la ocasi¨®n lo requiera. De manera que ser¨¢ duro de admitir, pero una parte importante de la Comunidad Vasca se halla acampada fuera del territorio democr¨¢tico, a falta de las categor¨ªas y disposiciones m¨ªnimas para la convivencia civil. ?Qu¨¦ ha de cambiar: el concepto y las reglas de la democracia o ese sector de la poblaci¨®n de esa Comunidad? Siendo una patolog¨ªa pol¨ªtica induda
ble, ?nos ponemos a tratar al enfermo o certificamos que goza de una salud (disculpen el chiste) a prueba de bomba?
Alg¨²n hombre de leyes prefiere hablar de "liquidaci¨®n electoral de una minor¨ªa", como si pudiera ensancharse a capricho la idea y el cauce de la representaci¨®n democr¨¢tica. Pero el caso es que no todo lo que est¨¢ presente en una sociedad debe ser pol¨ªticamente representado. Si algunas realidades (como los gustos culinarios de los ciudadanos) no se representan debido a su irrelevancia pol¨ªtica, otras son irrepresentables: tienen una evidente presencia social y relevancia p¨²blica, pero no deben tener representaci¨®n democr¨¢tica por ser ileg¨ªtimas.
La voluntad ciudadana debe hacerse o¨ªr en p¨²blico, claro est¨¢, pero no esa que manifiesta un prop¨®sito coactivo ni una amenaza criminal de eliminar a sus adversarios. Los portavoces de semejante voluntad pierden inmediatamente su derecho al sufragio pasivo. En democracia no pueden ser elegibles quienes jalean o admiten impert¨¦rritos que se atente contra la vida y libertad de otros muchos electores y elegibles.
Por aqu¨ª tropezamos con el l¨ªmite democr¨¢tico ¨²ltimo que acota el poder del n¨²mero, cuando este n¨²mero re¨²ne a personas intolerantes. Llamamos as¨ª no s¨®lo a quienes proclaman su empe?o de obtener un objetivo pol¨ªtico por el terror, sino tambi¨¦n a sus c¨®mplices. Frente a todos ellos, la intransigencia se convierte en un deber ciudadano. Aquella beat¨ªfica f¨®rmula de que entre nosotros hay lugar para "todas las ideas, todos los proyectos y todas las personas" es rechazable por contradictoria: el pluralismo puede acoger todas las creencias o modos de vida, salvo los que suprimen precisamente ese pluralismo. Una tolerancia ilimitada entra?a una falsa tolerancia, porque, al consentir lo intolerable, aceptar¨ªa lo que acaba con ella misma. Y mal puede invocar tolerancia para s¨ª y los suyos quien la niega a sus adversarios.
Bien mirado, nuestro intolerante comienza por quebrantar la igualdad de partida de los sujetos pol¨ªticos. ?l no se conforma con la misma capacidad de influir en la cosa p¨²blica que los dem¨¢s ciudadanos (mediante su palabra, su voto u otra forma de participaci¨®n pol¨ªtica), sino con una capacidad mucho mayor: la que a?ade la violencia terrorista que a ¨¦l le respalda y a los dem¨¢s paraliza de miedo. Los fan¨¢ticos se asignan a s¨ª mismos mayores derechos que al resto. De ah¨ª la grav¨ªsima confusi¨®n del consejero vasco ?de Justicia!: la Ley de Partidos no rompe la igualdad ciudadana, como ¨¦l acusaba, sino que m¨¢s bien trata de reponer en nuestra sociedad esa igualdad que el recurso al terror hace tiempo ha deshecho.
Pero lo que decimos de los asesinos y sus c¨®mplices inmediatos, ?por qu¨¦ no ha de extenderse a los c¨®mplices de los c¨®mplices? ?Sabr¨ªa alguien se?alar el punto exacto donde se interrumpe la cadena de complicidades? Y si la distancia respecto del asesino no deja ya lugar a la responsabilidad penal, ?acaso se habr¨¢ extinguido tambi¨¦n la responsabilidad moral?
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la UPV.
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