Dr. Banville y Mr. Black
El exitoso escritor irland¨¦s se estrena en la novela negra con 'El secreto de Christine'. Y lo hace a trav¨¦s de un '¨¢lter ego' joven y lleno de entusiasmo que le obliga a escribir en tercera persona y le hace perder el miedo a narrar
El escritor irland¨¦s John Banville (Wexford, 1945) ya no est¨¢ seguro de si John Banville es Benjamin Black, o si es Benjamin Black quien se hace pasar por John Banville.
Lo que est¨¢ claro es que son dos esp¨ªritus o, si se quiere, dos plumas diferentes. Benjamin Black es el narrador en tercera persona, c¨ªnico y teatral, que revela El secreto de Christine, la novela publicada por Alfaguara, con un cintillo bastante llamativo en la portada: "Benjamin Black es John Banville".
"Hab¨ªa olvidado el placer de contar una historia. Entonces aparece Black, un novelista que vive dentro de m¨ª. Cuando soy ¨¦l no tengo miedo"
Banville es el consagrado escritor que obtuvo el Premio Booker 2005 por su novela El mar (Anagrama), y de quien George Steiner ha dicho que es "el estilista m¨¢s elegante" de la literatura en ingl¨¦s. Es autor, entre otras obras, de El libro de las pruebas (1989), El intocable (1997), Eclipse (2000) e Imposturas (2002). Tiene a sus lectores acostumbrados a personajes agobiados por las culpas, que van y vienen, abriendo y cerrando heridas del pasado; a las tramas densas, mucho fondo, pero tambi¨¦n forma; a la l¨ªrica, al uso de la palabra precisa y a la construcci¨®n de la met¨¢fora perfecta, que conmueve o perturba.
Este se?or de cabello cano y ojos azul¨ªsimos estuvo en Madrid, adonde no ven¨ªa desde hac¨ªa unos 30 a?os. Despu¨¦s de mucho insistir a su agente, logr¨® robarle 15 minutos a su apretada agenda de promoci¨®n para visitar el Museo del Prado: quer¨ªa volver a ver Las meninas.
Habla de s¨ª mismo y de Benjamin Black en tercera persona, como si se refiriera a dos escritores y los analizara. Se l¨ªa; a veces no sabe si habla de uno o de otro e, incluso, si est¨¢ describiendo a Quirke, el atormentado protagonista de El secreto de Christine, su primera novela negra, escrita en clave de los romans durs (las novelas duras) de Simenon.
La trama tiene todos los elementos de un thriller. Ocurre en un Dubl¨ªn gris de los a?os cincuenta. Hay una guapa mujer que muere en circunstancias misteriosas. Tensiones familiares relacionadas con el poder y hasta la fe. Redes de tr¨¢fico de beb¨¦s, amenazas, palizas y, c¨®mo no, un antih¨¦roe: Quirke, un m¨¦dico forense que, pese a su torpeza y debilidad por el alcohol, asume el reto de descubrir la verdad.
El secreto de Christine fue inicialmente escrita como el gui¨®n de una serie de televisi¨®n, pero nunca lleg¨® a rodarse. Ahora la historia se puede leer en 386 p¨¢ginas llenas de misterio, de iron¨ªa, de suspense.
En el restaurante de un moderno hotel del centro de Madrid, entre sorbo y sorbo de vino blanco, Banville trata de arrojar algo de luz sobre esta especie de doble personalidad creativa: "John Banville pretende ser Benjamin Black, pero ?qui¨¦n sabe?... No lo tengo muy claro: ?A qui¨¦n se est¨¢ entrevistando aqu¨ª?".
Pregunta. A los dos.
Respuesta. Mmm, es curioso: yo esperaba que me iba a resultar m¨¢s dif¨ªcil hablar como Benjamin Black. A veces me parece que me he metido en una especie de comedia enloquecida. Sigo esperando tener un sue?o como Benjamin Black y que as¨ª su vida pueda penetrar la m¨ªa, como si Mr. Hyde tomara el lugar del Dr. Jekill. Cuando escribo como Black utilizo el oficio que he aprendido y cuando escribo como Banville ya no s¨¦ bien lo que hago.
P. Benjamin Black parece un narrador mucho m¨¢s atrevido, m¨¢s c¨ªnico.
R. La diferencia fundamental que hay entre Benjamin Black y John Banville es que todos los libros de Banville est¨¢n escritos en primera persona -o en ¨²ltima persona, como dicen que dec¨ªa Beckett-. En cambio, Benjamin Black escribe en tercera persona, y ¨¦se es un cambio enorme. Hay una especie de alegr¨ªa de vivir, no en el libro en s¨ª, sino en el proceso de hacer el libro. Con este tipo de narraci¨®n, desde fuera, los lectores pueden ver qu¨¦ pasa: todos los lectores son m¨¢s listos que Quirke, el protagonista. El muy idiota no ve lo que est¨¢ ocurriendo; nosotros s¨ª lo vemos, y eso le gusta al lector.
P. ?Con qu¨¦ personalidad se siente m¨¢s c¨®modo escribiendo?
R. ?ltimamente, cuando empezaba a escribir un libro de John Banville me sent¨ªa intimidado por el proyecto, como si me quedara grande. Me sent¨ªa como si hubiera gran bloque de piedra y tuviera que esculpir algo en ¨¦l. Pero cuando escribo como Benjamin Black siento que controlo el material, que yo soy ese gran bloque de piedra. No tengo miedo cuando soy Black. S¨®lo narro. El placer de contar una historia es algo que hab¨ªa empezado a olvidar. Y entonces aparece Benjamin Black, un novelista de 23 a?os que vive dentro de m¨ª, y dice: "Yo quiero hacerlo, quiero contarlo". Por otro lado, en este libro hay mucho di¨¢logo. Y me encanta el aspecto que tiene una p¨¢gina con di¨¢logo. Me gusta entender el libro, las p¨¢ginas, tambi¨¦n como un objeto.
P. Ese joven de 23 a?os que es Benjamin Black tendr¨¢ mucho ¨ªmpetu para seguir escribiendo.
R. S¨ª, s¨ª, no puedo pararle... alg¨²n d¨ªa me tendr¨¢n que poner una camisa de fuerza. Acabo de terminar el segundo libro sobre Quirke y sigue siendo igual de torpe, se confunde en todo, todo lo interpreta de forma err¨®nea. Se llama El cisne de plata. Mucha gente quer¨ªa que le diera un nombre femenino otra vez -tambi¨¦n hay una mujer asesinada que se llama Laura Swan-, pero pense que, si continuaba d¨¢ndole nombres de mujeres a los libros, terminar¨ªan llam¨¢ndose Jane Smith o Juana Gonz¨¢lez, ser¨ªa muy gen¨¦rico. Adem¨¢s, John Banville tiene fama de ser mis¨®gino, de odiar a las mujeres. Creo que no me conviene.
P. Algunos, incluido el mismo Benjamin Black en una conversaci¨®n que usted mismo escribi¨®, atacan a Banville por su excesiva preocupaci¨®n por la forma.
R. Es cierto que la forma no es lo ¨²nico importante. Tengo que tener mucho cuidado con Benjamin Black, corro el peligro de acostumbrarme a escribir de una forma muy f¨¢cil. Cuando uno aprende a escribir, llega un momento en el que puede expresar bien cualquier cosa. Y el peligro es precisamente eso: acabar diciendo cualquier cosa sin contenido.
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