Diez a?os
El 10 de julio de 1997, ETA secuestr¨® a Miguel ?ngel Blanco. Dos d¨ªas despu¨¦s, le asesin¨®. Entre una y otra fecha, la mayor¨ªa de la sociedad vasca y espa?ola mantuvo el aliento mirando el reloj y contando las horas. Entre concentraciones y manifestaciones de protesta y solicitud de liberaci¨®n, un escalofr¨ªo nos recorri¨® por dentro, algo en el est¨®mago, en el coraz¨®n, en alg¨²n lugar indeterminado de un nosotros consciente de asistir a un asesinato lento, que nos hac¨ªa sus testigos y nos interpelaba. Lo vergonzoso, en aquellos d¨ªas de 1997, debi¨® ser no llorar.
Las muestras de identificaci¨®n y solidaridad con el concejal secuestrado y con su familia se repartieron a lo largo y ancho del pa¨ªs. Tambi¨¦n las del compromiso con la convivencia, derivadas de una forma pac¨ªfica de protesta frente al crimen ensayada ya mil veces antes, en una rebeli¨®n c¨ªvica que, aunque naci¨® frente a las sedes de Batasuna, germin¨® sobre un principio de no agresi¨®n a los agresores y a quienes les excusaban.
La sociedad se levant¨®, por fin, frente al miedo y frente al silencio con todas las consecuencias y con una fuerza nunca vista antes. Era como si la cl¨¢sica indeferencia pr¨¢ctica ante el asesinato, tan bien cuajada, tan bien construida y tan bien adornada en algunas zonas de la sociedad vasca, cediera sus compuertas ante un tsunami social de dolor y de rabia que lo invad¨ªa todo.
Cuando Carlos Totorika pronunci¨® la frase "Miguel ?ngel ha sido asesinado", descendi¨® sobre nosotros una lluvia fr¨ªa de cuchillos afilados. Bajo el balc¨®n del Ayuntamiento de Ermua, en aquel instante de dolor, en aquella comuni¨®n colectiva de rabia, en aquel grito brutal, estaba la cuna de algo. Una intrahistoria del desgarro que, en su proyecci¨®n en el tiempo, quiz¨¢ fuera lo que se conoce como el esp¨ªritu de Ermua.
Hoy, algunos de los ciudadanos que pertenecemos a la generaci¨®n de aquel concejal del Partido Popular al que no conocimos, los que ser¨ªamos m¨¢s o menos de su edad, sabemos que a partir de su asesinato empezamos a formar parte de algo, que nos sentimos pertenecientes a una ¨¦poca, un espacio de tiempo en el que la violencia totalitaria de quienes le asesinaron nos convirti¨® para siempre en testigos y nos interpela de forma permanente. Ni queremos ni podemos mirar para otro lado, porque nuestra forma de ser conscientes de los objetivos y la mec¨¢nica totalitaria ha conformado mucho m¨¢s nuestra identidad que las lenguas que hablamos o la ciudad en la que nacimos. Somos mucho m¨¢s nuestra reacci¨®n a la barbarie y sus consecuencias que cualquier otra cosa, pertenecemos -con Zubero en el recuerdo de Joseph Roth- a una patria de tiempo que, para muchos de nosotros, empez¨® en Ermua con ¨¦l y termina en ninguna parte.
Se han cumplido ya diez a?os desde aquellos d¨ªas y entre tanto hemos vivido ya dos procesos de paz. El primero, dirigido por el Gobierno del Partido Popular y que comenz¨® meses despu¨¦s del asesinato de Miguel ?ngel Blanco.
En los meses que dur¨® aquel intento de final dialogado de la violencia terrorista, el Gobierno Aznar hizo lo que ten¨ªa que hacer, intentarlo. Una de las medidas que adopt¨®, consisti¨® precisamente en el acercamiento de presos a las c¨¢rceles del Pa¨ªs Vasco. Tan s¨®lo unos meses despu¨¦s de los d¨ªas que ahora recordamos, el PP movi¨® a m¨¢s de 120 presos de ETA a c¨¢rceles de la comunidad aut¨®noma. Nadie se lo ech¨® en cara. Todo el mundo entendi¨® que era una medida de flexibilizaci¨®n de la pol¨ªtica penitenciaria, apoyada por todos los grupos en el Congreso de los Diputados y orientada a tratar de hacer inviable la vuelta a la violencia por parte de ETA. Nadie dijo que aquello era una traici¨®n a Miguel ?ngel Blanco.
Finalmente, aquel proceso no sali¨® bien y ETA volvi¨® a matar.
El segundo proceso de paz, derivado de la declaraci¨®n de alto el fuego de marzo de 2006, se ha caracterizado por el ataque permanente del PP al Gobierno por haber intentado acabar de forma dialogada con el terrorismo. Las acusaciones de traici¨®n a los muertos, de claudicaci¨®n ante los terroristas, de cesi¨®n permanente, de pacto con ETA, han llenado p¨¢ginas de peri¨®dicos a lo largo de estos tres ¨²ltimos a?os. Nos acusan y nos insultan los que hablaban con el MLNV, los de los acercamientos de presos a unos meses del asesinato de Miguel ?ngel Blanco, los de los "valientes pasos hacia la paz" y los del "sabremos ser generosos". As¨ª de triste es la historia reciente del PP. Su tentativa de privatizaci¨®n del dolor por las v¨ªctimas y de la respuesta al terrorismo, su insulto permanente, su visi¨®n electoral del laberinto de la pol¨ªtica antiterrorista es un ataque tan directo al centro de gravedad del esp¨ªritu de Ermua y un desprecio tan brutal a la ¨¦tica del comportamiento democr¨¢tico que ya tan s¨®lo nos dan pena.
A diferencia de ellos, somos nosotros los que seguimos donde siempre, bajo nuestro particular balc¨®n, viviendo con Ermua por dentro. Cuando esos otros se marchen, nosotros seguiremos igual, manteniendo un profundo respeto por todo lo que nos ha pasado.
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