La ciudad y sus fantasmas de piedra
En 1891, ?mile Zola, como presidente de la Soci¨¦t¨¦ des Gents de Lettres, encarg¨® al prestigioso escultor Auguste Rodin la realizaci¨®n de un monumento dedicado al novelista Balzac, para ser ubicado en la galer¨ªa de Orl¨¦ans del Palais Royal de Par¨ªs. Cuando Rodin present¨® en p¨²blico, siete a?os despu¨¦s, un yeso en el Sal¨®n de 1898, la obra fue rechazada con las cr¨ªticas m¨¢s agrias que se puedan imaginar. Esta obra, de compleja y tenaz gestaci¨®n, pretend¨ªa acercar el milenario y cl¨¢sico arte de la escultura hasta los umbrales de la modernidad. Las cr¨ªticas y el rechazo recibidos por este monumento supusieron el cierre simb¨®lico del ciclo de la estatuaria p¨²blica, aunque la inercia haya seguido colocando en las calles y plazas efigies de pol¨ªticos bronceados y petrificados, a pie o a caballo. Con el rechazo de esta obra se puso de manifiesto no s¨®lo la crisis de la l¨®gica del monumento urbano sino tambi¨¦n la propia escultura como categor¨ªa art¨ªstica, pasando la estatuaria casi a desaparecer a principios del siglo XX al ser arrollada por los innovadores aires de las vanguardias.
Algunos escasos trabajos son paradigm¨¢ticos de lo que deber¨ªa ser una obra que dialoga con el espacio urbano
El monigote paticorto, el objeto absurdamente agigantado y el bodrio irreferencial son lo m¨¢s recurrente
Los nuevos escultores vanguardistas abandonaron la masa y el volumen, la piedra y el bronce para flirtear con los temas, formas y peque?os tama?os de la pintura, experimentando con materiales novedosos y poniendo la mirada en el mercado privado del arte que se genera en torno a las galer¨ªas. Por su parte, la ciudad de la modernidad, inspirada en los principios higienistas y funcionales que se plasmar¨¢n en la Carta de Atenas (1933), rechaza la estatuaria y los efectos decorativos, abogando por una arquitectura desornamentada.
Cuando la insatisfacci¨®n existencial se apoder¨® de los ciudadanos apilados en los nuevos barrios perif¨¦ricos que invaden los extrarradios de las urbes y cuando el centro hist¨®rico de las viejas ciudades ha sido usurpado por los autom¨®viles y la publicidad, algunos ayuntamientos intentaron recurrir a los artistas para mejorar la imagen urbana, encargando fuentes, estatuas y elementos aleg¨®ricos. Pero para entonces, el tiempo que hab¨ªa transcurrido desde el rechazo de la obra de Rodin era ya muy largo y no hab¨ªa pasado en balde. Para entonces se hab¨ªa perdido el oficio de crear monumentos p¨²blicos y los artistas formados en la vanguardia no dominaban aquellas cualidades, como el tama?o, la escala, la ubicuidad y la buena presencia, que permitieron a las esculturas del pasado ser monumentales.
Por el contrario, la mayor¨ªa de las esculturas para espacios p¨²blicos surgidas despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial parecen lamentables y no terminan de satisfacer ni a los comitentes ni a los ciudadanos. Son fantasmas inexpresivos, carentes de significados y emotividad, de presencia visual y de materialidad f¨ªsica, de buena forma, que ocupan espacios inoportunos de manera inadecuada. Por eso los escultores m¨¢s sensatos huyeron entonces de los encargos p¨²blicos ya que ¨¦stos aparec¨ªan, adem¨¢s, lastrados con el estigma del favoritismo pol¨ªtico. As¨ª las cosas, en los a?os setenta del pasado siglo, comienza a crearse un estado de concienciaci¨®n sobre el problema del arte p¨²blico. Artistas del pop art, como Claes Oldenburg, hacen con su obra burla expresa de lo monumental al agigantar elementos banales relacionados con la comida o el sexo; por su parte, Richard Serra comienza a realizar obras de grandes dimensiones para lugares espec¨ªficos que dialogan con el entorno en el que se ubican; otros, como Daniel Buren, pretenden la gran escala urbana ocupando con su trabajo el espacio p¨²blico; mientras tanto, hay artistas que intentan recuperar los significados a trav¨¦s de la conmemoraci¨®n, como hace Maya Lin; tambi¨¦n los hay que reclaman la funcionalidad para la escultura, descendiendo a dise?ar bancos, marquesinas, escaleras, miradores y otros elementos urbanos y, como Siah Armajani, teorizan sobre lo p¨²blico como valor democr¨¢tico, y, por ¨²ltimo, hay artistas que directamente toman la calle como marco de acciones ef¨ªmeras, festivas o reivindicativas.
Desde los a?os setenta, miles
de encargos p¨²blicos han permitido desarrollar un extenso arco de posibilidades, desde las obras creadas para resolver problemas espec¨ªficos en lugares concretos de la ciudad hasta las que se pueden ubicar en cualquier lugar, ya que han sido creadas aut¨®nomamente, o aquellas que, carentes de forma o prop¨®sito, parecen desplomarse tanto literal como simb¨®licamente. Algunos escasos trabajos son paradigm¨¢ticos de lo que deber¨ªa ser una obra que dialoga con el espacio urbano, lo sirve y lo mejora, ayudando a valorar sus posibilidades, tomemos como muestra Ma'alot, de Dany Karavan, que configura el espacio entre el Museo Ludwig, la catedral y el r¨ªo Rin, en Colonia; o la plaza del Tenis, con El Peine de los Vientos, de Luis Pe?a Ganchegui y Eduardo Chillida, en San Sebasti¨¢n, donde el plano horizontal de la plaza, con sus gradas y terrazas de pautado granito, se pliega al terreno dialogando con la roca descarnada y las gigantes olas del mar.
Pero obras como ¨¦stas son la excepci¨®n. El monigote paticorto, el objeto absurdamente agigantado, la figura kitsch y el bodrio irreferencial son los elementos m¨¢s recurrentes. Para acumular experiencia y superar esta situaci¨®n han surgido iniciativas como la exposici¨®n Skulptur Projekte in M¨¹nster, en 1977, que invita cada diez a?os a escultores de diferentes tendencias a reflexionar sobre el espacio p¨²blico en la hermosa ciudad alemana de M¨¹nster, ubicando en ella una obra de cada uno de forma temporal, ahora en su cuarta convocatoria sigue siendo un referente mundial, de la misma manera que lo fue el programa de monumentalizaci¨®n de la periferia de Barcelona, impulsado por Oriol Bohigas, que permiti¨® a diferentes artistas crear piezas de gran tama?o en lugares p¨²blicos mejorando as¨ª su imagen y resolviendo algunos problemas urbanos, como sucede con una obra ejemplar: la mediana de la avenida de R¨ªo de Janeiro, del escultor Roqu¨¦ con los arquitectos Paloma Bardaj¨ª y Carles Teixid¨®. Esta obra, de 306 metros de longitud, es un muro de entibaci¨®n que hace de mediana en dicha avenida, ese muro, con sus rampas y escaleras, ha sido tratado con formas, vol¨²menes, materiales y texturas como si se tratara de una enorme escultura.
Otras ciudades, como Santo Tirso, en Portugal, realizan simposios internacionales de escultores, por medio de los cuales se dotan de obras de car¨¢cter permanente para sus parques, mientras que en Porto Alegre do Sul, Brasil, se re¨²ne este verano un grupo de expertos para analizar la situaci¨®n del arte p¨²blico. A trav¨¦s de encuentros, reuniones, cursos y simposios se avanza en el conocimiento de este dif¨ªcil tema. As¨ª, algunas piezas, como los inmensos arcos de la avenida de la Ilustraci¨®n de Madrid, obra de Andreu Alfaro, han sabido recuperar la escala monumental y convertirse en un hito visual en un barrio que carece de car¨¢cter, dotando al enclave, formado por grandes v¨ªas r¨¢pidas, de una se?a de identidad. Otras, como la fuente apodada La pantera rosa, en Valencia, obra de Miquel Navarro, renueva la tradici¨®n de la conmemoraci¨®n de los fontanones con los que se celebraban las tra¨ªdas de agua a la ciudad. Pero, por lo general, la mayor¨ªa de las ciudades espa?olas carecen de un programa monumental, de unos criterios de est¨¦tica urbana y, sobre todo, sus ediles demuestran la falta de sensibilidad art¨ªstica y sentido com¨²n. Los desprop¨®sitos en Espa?a son de tal calibre que nos permitir¨ªan establecer una lista de las capitales de la ignominia, en la que Oviedo, Valladolid y Madrid copar¨ªan los primeros puestos.
La ciudadan¨ªa, que parece indiferente ante los continuados atropellos de los gestores municipales, se ha movilizado en diferentes ocasiones frente a la cacharrer¨ªa municipal, recu¨¦rdense las manifestaciones callejeras, organizadas por el Club de Debates Urbanos, contra los chirimbolos y contra La violetera en Madrid, lo que ha conducido a solicitar, en diferentes momentos, una moratoria contra la escultura p¨²blica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.