Viaje medio siglo atr¨¢s

Para descontaminarse del consumismo, las exigencias de los tiempos modernos y el estr¨¦s, nada mejor que escaparse durante un par de semanas a Myanmar, antes conocido como Birmania: visitar ese pa¨ªs asi¨¢tico se asemeja mucho a un viaje en el tiempo, medio siglo atr¨¢s. En este pa¨ªs mayoritariamente budista, formado por casi un centenar de etnias y constre?ido por una f¨¦rrea junta militar, no funcionan la Visa ni los cheques de viaje, no hay cajeros autom¨¢ticos, y conectarse a Internet agota la paciencia del m¨¢s santo. All¨ª, uno se olvida de la moda, la dieta, el parqu¨ªmetro y el centro comercial: las mujeres lavan la ropa en los lagos, los hombres se asean en los r¨ªos y los cr¨ªos juegan con neum¨¢ticos a modo de flotadores en la playa.

Desde que se pisa Yang¨®n (anta?o, la capital, Rang¨²n, y hoy principal ciudad de Myanmar), con sus cinco millones de habitantes ataviados con longyi (especie de pareo anudado a la cintura), el viajero se siente algo marciano. El olor rancio de los muebles viejos del aeropuerto recuerda a La Habana (?huelen as¨ª todas las dictaduras?) y las calles estimulan los sentidos con ese caos multicolor tan genuinamente asi¨¢tico. La concurrida pagoda Shwedagon, de casi cien metros ba?ados en oro, resplandece en el centro, con sus decadentes edificios coloniales y sus mercados amontonados.

Bagan, mar de pagodas

?ste es uno de los lugares donde cambiar los d¨®lares (que deben estar en billetes nuevos, sin tacha) por kyats, la moneda nacional: cuantos m¨¢s ceros tenga el billete americano, m¨¢s beneficioso ser¨¢ el trueque. Y siempre se le sacar¨¢ mayor provecho si se realiza en ciudades principales: el enorme fajo que se recibe sobrepasa cualquier expectativa.

Luego toca dise?ar el periplo por el pa¨ªs. Por supuesto, obligatorio es Bagan, fotog¨¦nico mar de pagodas que han popularizado revistas de todo el mundo. Pero ¨¦sta no es la ¨²nica joya de Myanmar. Partiendo de ah¨ª se puede surcar el animado r¨ªo Ayeyarwady hacia Mandalay, centro de operaciones hacia antiguas ciudades: Mingun, con las ruinas de la que iba a ser la pagoda m¨¢s colosal del mundo y la campana gigante que la iba a coronar, la segunda m¨¢s grande del orbe; Sagaing, una colina sagrada repleta de estupas, con vistas de p¨®ster; Ava o Inwa -que de las dos formas se denomina esta ex capital birmana-, con templos, una torre inclinada y monasterios de madera entre arrozales, y Amarapura, con el puente de teca m¨¢s largo -de 1,2 kil¨®metros- del planeta, elegante sobre el lago Taungthaman.

Para despedirse de la ruidosa Mandalay, una excursi¨®n a su colina permite admirar un gran Buda que se?ala con un dedo d¨®nde se deb¨ªa construir la gran urbe que bulle a sus pies.

Otro lugar fascinante de Myanmar es el lago Inle, de 22 kil¨®metros de longitud y 11 de anchura, en cuya superficie se levantan 17 aldeas, santuarios, huertos flotantes y selectos hoteles que ofrecen lujo y relax. Pero mucho m¨¢s genuino es alojarse en el poblado-entrada al lago: Nyaungshwe. All¨ª se conoce a mochileros que aseguran que Myanmar es, de todo el sureste asi¨¢tico, el menos contaminado de sus rincones, aunque parad¨®jicamente (por boicot a su dictadura y el aislamiento que aqu¨¦lla ha provocado) ocupe el ¨²ltimo puesto de los m¨¢s visitados. De este pueblo, que se queda casi a oscuras cuando se pone el sol, parten las canoas de rudimentario motor que surcan las aguas del azul¨ªsimo lago Inle.

El recorrido tur¨ªstico incluye visita a los comercios de plata, a los gatos saltarines y a alg¨²n restaurante con mujeres jirafa. M¨¢s estimulante siempre ser¨¢ visitar el mercado de Indein (con su aleda?o campo de deterioradas estupas, Shwe Inn Thein, uno de los parajes m¨¢s m¨¢gicos de los alrededores), colarse descalzo en alg¨²n monasterio a beber t¨¦ verde con los monjes, o parar en Inleh Bo Teh, en medio del lago, y darse un ba?o entre peces y algas.

Mezclarse con la gente

Pero la genuina vida birmana se aprecia de veras cuando el aventurero se empapa de su ritmo relajado al mezclarse unos d¨ªas entre su simp¨¢tica gente. Alquilar una bici es buena opci¨®n para recorrer los caminos de los alrededores de Inle. Senderismo por los pueblos de monta?a y las cuevas de meditaci¨®n de Ta-Eh Gu son otras opciones saludables para sentirse como un birmano m¨¢s.

Y si se hace amistad con alg¨²n lugare?o y ¨¦ste invita al viajero a cenar, se conocer¨¢ de verdad lo que es la generosidad sin l¨ªmites de esta gente: abundantes y sabrosos platos (con la soja y el arroz como b¨¢sicos), con los comensales sentados en el suelo, en casas de madera y bamb¨², mientras los anfitriones miran silenciosos -muchos birmanos no hablan una palabra de ingl¨¦s- al extranjero como a una aparici¨®n: con cortes¨ªa y curiosidad.

Despu¨¦s de este animado periplo, en el que habr¨¢ saludado sin descanso a encantadores ni?os y adultos -que no se cansan de sonre¨ªr tras su maquillaje-protector solar, el thanakha-, el visitante se ha ganado el descanso que ofrece la playa de Ngapali, al oeste del pa¨ªs, tres kil¨®metros tranquil¨ªsimos de arena blanca, agua clara y nuevas tentaciones: bucear entre peces multicolores alrededor de la isla de la Perla; explorar los pueblos vecinos, con sus mujeres secando pescado al sol y sus hombres embarcando al atardecer (en naves cuyas bombillas iluminan el horizonte nocturno), o subir hasta la pagoda situada al este de Lontha, cuyos monjes invitar¨¢n al bienvenido a practicar la meditaci¨®n. Por el camino, de nuevo el extranjero habr¨¢ tenido que saludar a cientos de ni?os que a su paso gritan "hello!" o "bye bye!"; pero a estas alturas, el viajero ya estar¨¢ tan integrado en el universo Myanmar que responder¨¢ alegremente "mingalaba" (?hola!, en birmano).