Pierre et Gilles. Utop¨ªa er¨®tica
?sta es una historia de amor. De esas con amor verdadero, pasi¨®n, romance y final feliz. Y a pesar de todo eso, es una historia real. No es un cuento apto para c¨ªnicos y no ha nacido a la falda del sensiblero cine, sino del esc¨¦ptico arte. Es la historia de una pareja, s¨ª, pero fundamentalmente es la de una utop¨ªa. "Una soberbia declaraci¨®n de amor a favor del humanismo que nos pide que olvidemos nuestra angustiada concepci¨®n de la humanidad y nos permitamos imaginar otra: una en la que los feos se han convertido en guapos, donde el martirio sucede sin dolor, donde el horror es soportable, si no bello, donde la muerte no mata. En una palabra, donde el amor reina supremo". As¨ª resume el cr¨ªtico Paul Ardenne la obra de Pierre et Gilles en un libro que recoge sus 30 a?os de trabajo, editado por Taschen. Un peculiar ¨¢lbum de recuerdos, en tanto que la vida y la obra de estos franceses son pr¨¢cticamente indisociables. Una publicaci¨®n que parte de la exposici¨®n organizada por el Jeu de Paume en Par¨ªs, pero que trasciende al mero cat¨¢logo: incluye 170 im¨¢genes m¨¢s que la muestra.
"No buscamos la preocupaci¨®n. ?se no ha sido nunca el objetivo"
"Somos artesanos. Un artista s¨®lo se expresa cuando lo controla todo"
"El estilo nace de nuestro encuentro. Fue un flechazo"
"Tratamos de comprender las diferencias. Un alegato por la tolerancia"
"Nuestra casa es un gran decorado, pero no de fotos, sino de vida"
En lo alto de la fr¨ªa escalera del centro, un hombre peque?o saluda con la mano. A su lado, su pareja desde hace m¨¢s de 30 a?os se da la vuelta. Gilles es m¨¢s alto y corpulento, pero el tiempo, o ellos mismos, se han empleado a fondo para borrar sus diferencias. Id¨¦nticas cazadoras de cuero y vaqueros, camisetas a juego (en cada una, el correspondiente lugar de nacimiento), pelo rapado y un mont¨®n de tatuajes casi parejos. Sobre sus cabezas, en un enorme cartel, el t¨ªtulo de su exposici¨®n. Es casi ir¨®nico: Double je. Doble yo. Yo y miniyo, que dir¨ªa Austin Powers. As¨ª, codo con codo, se sientan en el diminuto caf¨¦ del museo en el que conceder¨¢n una entrevista constantemente interrumpida por los espont¨¢neos que no quieren dejar el recinto sin llevarse una ilustrada dedicatoria de los artistas.
Cuando elaboran alguna de las coloristas y llamativas piezas que les han hecho famosos, el reparto de tareas est¨¢ muy claro. Seguramente en ninguna de las 800 obras que han producido se han saltado el protocolo. Juntos conciben el proyecto. Gilles construye el decorado. Pierre ilumina y hace la foto. Una vez revelada, Gilles pinta minuciosamente una ¨²nica copia hasta conseguir un aura de irrealidad. Luego construye un marco de fantas¨ªa a medida que no s¨®lo rubrica la creaci¨®n, sino que enfatiza su valor de obra ¨²nica. Simplificando, Pierre hace la foto y Gilles la pinta. Por eso m¨¢s de uno de los entusiastas aficionados que se acercan a pedir un aut¨®grafo, se sorprende de que sea Pierre el encargado de dibujar pajaritos, estrellas y un gran coraz¨®n al lado del pertinente nombre. "Yo escribo muy mal. Cometo muchas faltas de ortograf¨ªa y me cuesta mucho", explica con una sonrisa nerviosa Gilles mientras, en efecto, escribe trabajosamente su nombre con una caligraf¨ªa tr¨¦mula e infantil, que inspira una ternura poco probable en un fornido hombre de 54 a?os que se retrata a s¨ª mismo como un expl¨ªcito Homo erectus (2004) o que se pone una m¨¢scara de calavera mientras se masturba para representar la muerte (1997).
En todo caso, es la ¨²nica debilidad del hombre que asume el papel de portavoz en la pareja. La prensa suele retratar a Pierre, de 57 a?os, como un tipo callado y un tanto esquivo, y a Gilles, como uno locuaz y reflexivo, que punt¨²a sus largas y afables intervenciones con un "?no es cierto, Pierre?", al que ¨¦ste responde asintiendo. Pero Pierre no es el comparsa de nadie. Habla menos, s¨ª. Pero es m¨¢s sint¨¦tico y certero. Tiene unos ojos que no le caben en la cara y que, de joven, le dieron un aire ex¨®tico y p¨ªcaro. En aquella ¨¦poca, antes de que sus apellidos desaparecieran para la eternidad, Gilles luc¨ªa una belleza m¨¢s convencional. Alto, rubio y con un cuerpo cuidadosamente trabajado. En una foto de 1972, tomada por ¨¦l mismo en la habitaci¨®n de Bruno, uno de sus ocho hermanos, se contempla con satisfacci¨®n. Da la espalda a la c¨¢mara y la cara se refleja en un espejo. Lo hace con una torsi¨®n imposible, y sus m¨²sculos brillan por el aceite.
Es una imagen tosca, pero, con la falsa ventaja que da saberse el final de la historia, su complejidad parece anticipar su gusto por lo elaborado. Para Dan Cameron, comisario de su exposici¨®n itinerante en 2000, "son aut¨¦nticos reformistas, en el sentido que encuentran insoportable imaginar dejar el mundo en el mismo estado de fealdad en el que lo encontraron". Aunque nada tan claro en la imagen como su culto al cuerpo (propio y ajeno), que domina tambi¨¦n los primeros collages de Gilles, siendo todav¨ªa un estudiante de Bellas Artes de 18 a?os. Pero las cosas no deb¨ªan verse tan f¨¢ciles y transparentes desde el sal¨®n de una familia conservadora de Le Havre, un puerto de Normand¨ªa. Y probablemente tampoco lo fueran mucho despu¨¦s de marchar, cuando las noticias que llegaban de Par¨ªs eran fotograf¨ªas descaradas, expl¨ªcitas, sexuales y notablemente homosexuales. Escandalosas.
"Al principio fue duro. Mi padre no hablaba nunca de mi trabajo, pero cuando muri¨®, encontr¨¦ una carpeta llena de recortes de prensa y art¨ªculos sobre nosotros", cuenta Gilles. "Yo no creo que seamos provocadores. Nunca ha sido nuestra intenci¨®n. Es cierto que cuando empezamos, lo que se llevaba era un arte conceptual, im¨¢genes en blanco y negro, muy intensas. En ese contexto, nuestro discurso era rompedor, pero, en todo caso, ser iconoclastas nunca fue el objetivo. Encontramos nuestro lugar en las revistas, en las portadas de discos y en la moda. Si hemos sido provocadores no ha sido conscientemente. Cuando era ni?o, ten¨ªa plantas artificiales de colores y fotos de Sans¨®n y Dalila en mi cuarto, y eso era una provocaci¨®n dentro del mundo cerrado que era mi entorno: mis padres eran el paradigma del buen gusto franc¨¦s".
Era 1974 cuando Pierre lleg¨® a Par¨ªs. Ten¨ªa 24 a?os y hab¨ªa estudiado fotograf¨ªa en Ginebra. All¨ª lleg¨® movido por una ansiedad por escapar de La Roche-sur-Yon, en al regi¨®n del Loira, que le acechaba desde la infancia. "De cr¨ªo, ve¨ªa los barcos y s¨®lo pensaba en cu¨¢nto me gustar¨ªa subirme a ellos y conocer pa¨ªses remotos", cuenta. Le fue bien y pronto empez¨® a trabajar para revistas como Interview o Rock&Folk, que, con el tiempo, acabaron por confiarle los retratos de estrellas de la talla de Andy Warhol o Yves Saint Laurent. Casualmente, lleg¨® el mismo a?o en el que Gilles se fue de Le Havre y se instal¨® en la capital emple¨¢ndose como pintor e ilustrador. Pasaron dos a?os movi¨¦ndose en c¨ªrculos conc¨¦ntricos, sin llegar a conocerse. Hasta que un amigo en com¨²n los present¨® en oto?o de 1976, en la inauguraci¨®n de una tienda Kenzo. "Nos advirti¨® de que ¨ªbamos a tener mucho en com¨²n.Y efectivamente, nos pasamos toda la noche hablando. En esa ¨¦poca, "?era Pierre el que m¨¢s hablaba!", recuerda Gilles entre risas. "Ahora soy m¨¢s callado, s¨ª?", concede el otro. "Fue un flechazo, y luego acabamos trabajando en la misma revista, Fa?ade, durante cinco a?os. Pierre hac¨ªa las fotos de portada, y yo, las ilustraciones".
Tan poco tardaron en mudarse juntos a un apartamento, en la calle Blancs-Manteaux, como en decidirse a unir sus talentos. Su primera serie a d¨²o, Grimaces (muecas), data de 1977, y poco despu¨¦s firmaron la imagen que dio a conocer su estilo: un desquiciado retrato de Iggy Pop. Un plano muy corto, a pesar de que el m¨²sico les recibi¨® desnudo. Apenas se cubri¨® con una camisa y una corbata para la foto, pero Pierre et Gilles, tal vez todav¨ªa t¨ªmidos, se concentraron en el rostro, en lugar de retratar en su esplendor el desnudo masculino, como acabar¨ªa siendo su costumbre. Aun as¨ª, esa pieza ya refleja el tono, el m¨¦todo y la voluntad de toda su trayectoria. "Nuestro estilo nace con nuestro encuentro. Lo encontramos directamente al conocernos. As¨ª de r¨¢pido. ?ramos ingenuos. De hecho, a¨²n lo somos. ?Eso espero! Un artista debe conservar siempre cierta ingenuidad", explica Gilles. "Aunque hemos cambiado mucho en este tiempo, por supuesto. Hemos tenido problemas, dificultades y golpes que nos han hecho ver la vida de otra forma", matiza Pierre.
En efecto, lo estable de su sistema y est¨¦tica no implica que no hayan evolucionado en sus temas, preocupaciones e ideas. As¨ª, sin dejar de centrarse en el personaje retratado, que siempre es el eje de la imagen, empezaron a introducir escenarios m¨¢s elaborados y a a?adir capas y capas de referencias. Lugares, culturas, tab¨²es, mitos, todo se agita y se mezcla en sus cabezas y, luego, pasa innegociablemente por sus manos en un ritual que resiste el envite de la tecnolog¨ªa digital. "Somos artesanos. Nuestra creaci¨®n, en todos sus niveles y momentos, es un trabajo manual. Los decorados los construimos nosotros, los marcos est¨¢n hechos a mano y el retoque se hace pincelada a pincelada", explica Pierre. "Un artista s¨®lo se expresa cuando controla todo el proceso", zanja Gilles. De hecho, fue la imposibilidad de controlar todos y cada uno de los pasos lo que les hizo abandonar una lucrativa v¨ªa de negocio y de visibilidad: los videoclips en particular y la imagen en movimiento en general.
Durante los a?os ochenta, sus complejas e hiperb¨®licas fotopinturas dinamitaron las fronteras del arte comercial al que hab¨ªan sido inicialmente confinadas. De las portadas de discos, los anuncios y las revistas, saltaron a las galer¨ªas. Su primera exposici¨®n personal fue en 1985 y los ecos de sus luminosas puestas en escena se colaron por las grietas del cine, la publicidad y la m¨²sica, y tambi¨¦n calaron en las obras de otros artistas. De pronto, todo el mundo quer¨ªa aparecer en sus fotos. Desde Serge Gainsbourg hasta Marc Almond. Desde Madonna hasta Catherine Deneuve. Incluso Michael Jackson, en la cima de su popularidad, les llam¨® para que trabajaran en un libro ¨ªntegramente dedicado a ¨¦l. Con el dolor de un seguidor que le dice que no a su ¨ªdolo, rechazaron su propuesta. Jackson no sab¨ªa que cada obra se retocaba a mano y no pod¨ªa imaginar que completar las 70 im¨¢genes que ¨¦l ansiaba hubiera significado dos a?os de dedicaci¨®n. "Su exuberancia, su gusto por lo barato, los decorados de pl¨¢stico y su reciclaje de la utiler¨ªa sadomasoquista conectan con una est¨¦tica m¨¢s amplia que se desarroll¨® en el ¨²ltimo cuarto del siglo XX, desde la cultura queer y el Orgullo Gay hasta el vocabulario de dise?adores como Jean Paul Gaultier", escribe Paul Ardenne en el libro de Taschen.
El erotismo es la fuerza que mueve y unifica una variopinta galer¨ªa de caracteres en la que caben marineros, toreros, faraones, parejas, onanistas, macarras, reinas o diosas. Blancos, negros, azules y amarillos. Todos, iguales ante el deseo y el sexo.
"Hay quien nos tacha de provocadores, pero creo que m¨¢s que ante una provocaci¨®n, estamos ante una forma de ver la vida m¨¢s abierta y tolerante. Por ejemplo, nadie utilizaba modelos ¨¢rabes cuando nosotros lo hicimos por primera vez. Se interpret¨® como una provocaci¨®n, pero no era m¨¢s que la voluntad de representar a todas las razas y todas las culturas, de no ofrecer una visi¨®n sesgada y limitada", defiende Gilles. Y ¨¦l mismo explica la repercusi¨®n que su visi¨®n de lo masculino ha tenido ya no en una, sino en varias generaciones. "Muchos j¨®venes nos han escrito para contarnos c¨®mo nuestras obras les han ayudado a aceptarse, a darse cuenta de que la homosexualidad tambi¨¦n es bella. Por supuesto, eso nos encanta, pero nosotros no queremos dirigirnos s¨®lo a un grupo de gente, nuestro trabajo se dirige a todo el mundo y trata de comprender las diferencias. Es un alegato por la tolerancia".
Cuando, a finales de los ochenta, la pareja dirigi¨® su pecaminosa mirada hacia el santoral cristiano, hubo quien, nunca mejor dicho, puso el grito en el cielo. ?Nina Hagen como la Virgen Mar¨ªa? ?Un joven musulm¨¢n recreando la leyenda de San Sebasti¨¢n? Pues tambi¨¦n eso gener¨® sorprendentes y encendidos entusiasmos. "Recibimos cartas de curas y de personas muy religiosas a las que les gustan mucho nuestros cuadros de santos. Incluso nos hacen propuestas para que los expongamos en iglesias. Respetamos la tradici¨®n", cuenta Gilles. "Uno de mis hermanos es cura benedictino y ha escrito un libro sobre arte sacro en el que ha dedicado un cap¨ªtulo a nuestra obra, vincul¨¢ndola con el barroco. Es obvio que no a todo el mundo le gusta lo que hacemos, pero desde luego nunca hemos tenido un genuino problema por este asunto. Todas las im¨¢genes est¨¢n documentadas y no hay ninguna voluntad rupturista en ellas".
Su voracidad pop, que engulle, digiere, mezcla y allana, no se limita al cristianismo. Sus numerosos viajes han dejado improntas m¨¢s profundas que las de las numerosas calaveras, corazones, rosas y barcos de tinta que surcan su piel. El islam, el budismo, el hinduismo, las divinidades griegas y los mitos tambi¨¦n han sido abundante material para sus fantas¨ªas. "Para m¨ª, no se trata de creer o no creer, sino de reflexionar, de hacerse las preguntas correctas", responde Gilles acerca de su fe. "Me encantan los rezos y las ceremonias de todas las religiones. Cuando era ni?o, era muy creyente y me encantaban las pel¨ªculas b¨ªblicas de Hollywood".
Desde ese d¨ªa, 30 a?os atr¨¢s, cuando empezaron a vivir y trabajar juntos, su vida y su obra quedaron unidas de forma tan visceral como s¨®lo un techo que cobija cama y despacho puede hacerlo. No s¨®lo sus amigos aparecen en sus obras, sus autorretratos dejan constancia de su evoluci¨®n y de la huella del paso del tiempo en sus cuerpos y sus cuitas. "Con estas obras reinventan el arte del retrato", opina la comisaria de Double je, Elena Geuna. "Lo que es m¨¢s fabuloso es que Pierre et Gilles se representan tal y como son en realidad, con sus gestos fr¨¢giles y la pureza m¨¢gica de sus expresiones. Y los convierten, al mismo tiempo, en terreno para la experimentaci¨®n". Fue en 1977 cuando giraron la c¨¢mara sobre s¨ª mismos. Llamaron a la pieza Perversi¨®n y es una chirriante composici¨®n en la que se ofrecen como objetos sexuales. "Nos mostramos como dos mu?ecos, como objetos. La perversi¨®n est¨¢ en los ojos del que nos mira, no en nosotros", explica Gilles. Es una pieza ingenua, casi tierna, como demuestra el hecho de que el tel¨¦fono que aparece fuera el aut¨¦ntico. Muchos a?os despu¨¦s, ya famosos, cuando alguien revel¨® ese detalle, recibieron un aluvi¨®n de llamadas. Nunca se les hab¨ªa ocurrido cambiarlo.
La bonanza les ha permitido instalarse en un nuevo hogar, un templo imposiblemente kitsch al noroeste de la ciudad, en el populoso Le Pr¨¦ Saint Gervais, en el que no falta un Buda gigante o un bar de corte marinero. "Nuestra casa es un gran decorado, pero no de fotos, sino de vida. Vivimos en un suburbio, as¨ª que el entorno no es lo m¨¢s bonito del mundo. Y cuando abres la puerta, es un poco como entrar en la cueva de Al¨ª Bab¨¢", cuenta Gilles. "?Pero sin nada de valor!", advierte divertido Pierre. Por el camino se ha quedado el piso de Bastille en el desarrollaron el grueso de su carrera. Su ubicaci¨®n, adem¨¢s, jug¨® un papel fundamental en el volumen e importancia que adquiri¨® un curioso proyecto: la colecci¨®n de tiras de fotomat¨®n que Gilles empez¨® a construir al desembarcar en Par¨ªs. "La he abandonado, porque las m¨¢quinas ya no son lo mismo. ?Las antiguas eran formidables! Por un franco ten¨ªas cuatro im¨¢genes distintas, te lo pasabas bien haci¨¦ndolas y te ibas con un recuerdo precioso. Se las ped¨ªa a todos mis amigos. En Bastille, al lado de casa, hab¨ªa un aparato y siempre mand¨¢bamos all¨ª a la gente cuando hac¨ªamos fiestas en casa. A la una o las dos de la madrugada. Las m¨¢quinas digitales de ahora ya no permiten eso. Son mucho menos rom¨¢nticas", explica.
La fascinaci¨®n por el fotomat¨®n no deja de resultar chocante, en boca de un hombre que ha hecho de la extrema elaboraci¨®n su se?a de identidad. Un detalle que no ha pasado desapercibido a Elena Geuna, que ha optado por exponer ese archivo en una sala independiente. "En la colecci¨®n de fotomat¨®n no hay elecciones, est¨¢ todo lo que ha ca¨ªdo en mis manos. Y as¨ª lo he expuesto. No seleccionaba, simplemente, compilaba los recuerdos de la gente que me rodeaba. Bonitos o feos, divertido o sosos. En cierta forma, es verdad que las fotos de fotomat¨®n son lo opuesto a lo que nosotros hacemos, donde est¨¢ todo muy calculado y medido. Pero en cualquier fotograf¨ªa siempre existe la sorpresa. Por mucho que trates de controlarlo todo, siempre hay espacio para lo inesperado cuando revelas la imagen".
En los ¨²ltimos a?os, cierta nostalgia parece haberse posado sobre la bulliciosa est¨¦tica de la pareja. Entre lo sublime y lo grotesco, su trabajo puede generar sesudas reflexiones sobre la representaci¨®n y la eternidad o ser ventilado con un gesto displicente como paradigma del pop y el kitsch m¨¢s banal. Entre los dos extremos est¨¢ su indiscutible originalidad y la influencia que han ejercido en los m¨¢s variados campos. "Adem¨¢s de ser los artistas franceses m¨¢s populares y conocidos dentro y fuera de Francia, constituyen un referente importante en el contexto de la fotograf¨ªa, la escenograf¨ªa, la publicidad, el dise?o o la moda", explicaba en mayo Marta Gili, directora del Jeu de Paume, a EL PA?S. "Con la construcci¨®n de coloridas y sofisticadas im¨¢genes, representan el idealismo, a la vez optimista y nost¨¢lgico, de quienes nunca pierden la esperanza en las bondades del ser humano". Pero la cuesti¨®n de la influencia deja un sabor agridulce. "No me suele gustar el reflejo de nuestro estilo en la publicidad", afirma Gilles. "El resultado acostumbra a ser vulgar, tosco y superficial. Es una caricatura de lo que somos y de lo que hacemos. En cambio, en el mundo del arte siempre es bonito. Cuando un artista se inspira en tu obra, las piezas crean un v¨ªnculo, un di¨¢logo, muy interesante". "Hace unos d¨ªas tuvimos una entrevista con una periodista israel¨ª que nos mostr¨® im¨¢genes de artistas de su pa¨ªs que, seg¨²n ella, estaban influidos por nosotros", recuerda con un punto de orgullo Pierre.
El octavo seguidor en lo que va de hora interrumpe la an¨¦cdota. Les pide que posen y les retrata con su m¨®vil. Ilusionado, Gilles explica que ¨¦l no para de sacar fotos con su tel¨¦fono. "Cuanta peor calidad, mejor. Me gusta que tengan una resoluci¨®n muy mala ?Es como un cuadro impresionista! ?Es magn¨ªfico!". Seguramente, s¨®lo un optimismo as¨ª puede explicar una historia de amor como ¨¦sta.
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