La importancia de llamarse Ornette
?ramos 17 contados los que quedamos para el bis en la que hasta ayer fue la ¨²ltima actuaci¨®n de Ornette Coleman en el Pa¨ªs Vasco, a?o 1987, Festival de Jazz de San Sebasti¨¢n. Diecisiete sobre un aforo de varios miles de personas que huyeron despavoridas en busca de refugio, como si la m¨²sica de Ornette les ofendiera en lo m¨¢s ¨ªntimo. Lo que uno entend¨ªa era consustancial a la oferta musical del susodicho: la controversia, los pitos, el despelote, todo cuanto adorna a una m¨²sica hecha para unos pocos y, al que no le guste, puerta. Veinte a?os despu¨¦s, el saxofonista ha regresado convertido en un cl¨¢sico, con perd¨®n, y la gente ya no se va de sus conciertos y a¨²n le pide un bis. Verlo para creerlo.
Ornette Coleman / Dave Holland Quintet
Ornette Coleman (saxo), Denardo Coleman (bater¨ªa) y los contrabajistas Charnett Moffett, Tony Falanga y Greg Cohen. Pabell¨®n de Mendizorroza. 20 de julio.
A sus traqueteados 77 a?os, el m¨²sico reivindica la forma cuando todos en el jazz se han olvidado de ella
Para quien vivi¨® la situaci¨®n contraria, no resulta f¨¢cil explicar el cambio. Porque Ornette no se ha movido un ¨¢pice de donde estaba ni ha cedido en lo m¨¢s m¨ªnimo, mucho menos pretende ahora halagar los o¨ªdos de nadie que no sea ¨¦l mismo. Luego han sido todos los dem¨¢s quienes, por alg¨²n extra?o motivo, hoy aplauden lo que ayer defenestraban y se muestran encantados con el anciano rey del free jazz, ganador de un premio Pulitzer.
M¨¢s paradojas: el defensor de la libre improvisaci¨®n hoy toca una m¨²sica igualmente libre pero apenas improvisada. A sus traqueteados 77 a?os, Ornette reivindica la forma cuando todos en el jazz se han olvidado de ella. Sus composiciones tienen un principio, un final y un en medio que es algo m¨¢s que una mera sucesi¨®n de solos. Fiel a s¨ª mismo, el jazzista cabal escapa a las convenciones que contin¨²an siendo norma en el jazz porque Wynton Marsalis y los cr¨ªticos de jazz se empe?an en ello. No se busquen prolijas teor¨ªas ni sentencias program¨¢ticas. Ornette toca lo que suena bien a sus o¨ªdos, y eso es todo. Con ello, su m¨²sica nos obliga a escuchar, algo a lo que ya no estamos acostumbrados. Y cuesta, pero merece la pena.
La m¨²sica de Coleman -"disonante", adem¨¢s de excesiva y apabullante- es hermosa hasta donde ello es posible, aun cuando el envoltorio pueda asustar de primeras. En su concierto de Vitoria, el veterano jazzman toc¨® todos los instrumentos, tanto el saxo alto como la trompeta y el viol¨ªn, del que tiende a olvidarse ¨²ltimamente. Contaba con el perfecto colch¨®n para ello, un conjunto de muchos quilates, con la presencia de un tercer contrabajista -Char-nett Moffett-, junto a los habituales Tony Falanga y Greg Cohen, y su propio hijo, el cada vez m¨¢s entonado Denardo Coleman, a la bater¨ªa.
La conversi¨®n no anunciada del cuarteto en quinteto no a?adi¨® nada sustancialmente nuevo a lo escuchado en anteriores visitas ni modific¨® el repertorio en punto alguno. Como es norma, escuchamos un n¨²mero indeterminado de piezas nuevas en riguroso estreno y otros tantos cl¨¢sicos, tanto propios -entre otros, Song X, Lonely woman- como ajenos -su espl¨¦ndida adaptaci¨®n de la Suite para violonchelo n? 1 BWV 1007, de J. S. Bach-.
Otra cosa fue el lugar escogido para tan magno acontecimiento. Uno podr¨ªa cuestionarse si un pabell¨®n deportivo es el mejor sitio para la m¨²sica de Ornette, con el personal hablando por el m¨®vil, yendo a por una cerveza o saludando al conocido. Uno podr¨ªa hacerlo pero no lo hace: est¨¢ claro que no lo es.
Las cosas de la edad llevaron a que Ornette Coleman, la estrella, tocara antes que Dave Holland, el telonero. Un gran m¨²sico y un gran concierto, pero no despu¨¦s de lo anterior. Eso de empezar por el happy end y terminar en el "¨¦rase una vez" descoloca a cualquiera.
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