Un tenor de leyenda
Pl¨¢cido Domingo dio ayer una lecci¨®n magistral de canto en el teatro Real. Su madurez es asombrosa o, sencillamente, una consecuencia l¨®gica de una planificaci¨®n de su carrera llena de inteligencia. Su registro central sigue siendo un prodigio de hermosura y su expresividad un modelo de apasionamiento, pero, con ser esto much¨ªsimo, es ¨²nicamente una parte. Con el paso del tiempo Domingo ha ganado en sabidur¨ªa. Ayer lo demostr¨® en un concierto dividido entre la ¨®pera y la zarzuela, sentando c¨¢tedra en ambas. Pas¨® de la melod¨ªa francesa al lirismo wagneriano con naturalidad, para desembocar en un d¨²o verdiano de Otello, con la soprano Ana Mar¨ªa Mart¨ªnez, de los que cortan la respiraci¨®n por su emoci¨®n contenida. Administra Domingo sus recursos con lucidez y pone el coraz¨®n en cada detalle. Su capacidad de comunicaci¨®n es inaudita. Y su musicalidad.
Pl¨¢cido Domingo (tenor)
Con Ana Mar¨ªa Mart¨ªnez (soprano). Sinf¨®nica de Madrid. Director: Jes¨²s L¨®pez Cobos. Arias oper¨ªsticas de Gluck, Massenet, Wagner, Gounod, Haendel y Verdi, y fragmentos de zarzuela de varios autores. Teatro Real, Madrid, 21 de julio.
En las romanzas de zarzuela lleg¨® a niveles de referencia. Su Amor, vida de mi vida, perteneciente a Maravilla, de Moreno Torroba, fue justamente eso, una maravilla, y en su Ya mis horas felices, de La del soto del parral, por poner otro ejemplo, encontr¨® el punto de equilibrio entre hondura y esp¨ªritu popular, con fuerza y sentimiento a partes iguales, dando una sensaci¨®n de tocar las esencias del g¨¦nero l¨ªrico espa?ol como raras veces se produce. "Domingo, te queremos", grit¨® un espectador y el clima de apoteosis fue creciendo hasta provocar la emoci¨®n del tenor. Inmensa actuaci¨®n la de ayer del cantante madrile?o, ampliada en, al menos, cinco propinas, solo o con acompa?amiento de la soprano puertorrique?a.
Ana Mar¨ªa Mart¨ªnez se desenvolvi¨® con dignidad en su presentaci¨®n en el Real, con abundantes detalles de buen gusto. L¨®pez Cobos acompa?o con soltura e hizo que la orquesta se luciese en varios pasajes. Pero la estrella fue Domingo, un tenor de leyenda, en magn¨ªfica simbiosis con el p¨²blico de su ciudad natal, dentro y fuera del teatro.
Hubo, no obstante, una butaca vac¨ªa, la de Jes¨²s de Polanco. No pas¨® inadvertida. Otros glosar¨¢n sus virtudes profesionales y humanas. Yo quiero dejar constancia de su ilusi¨®n renovada en cada cita oper¨ªstica, de su curiosidad permanente. Fue un espectador ejemplar. Ocupaba su butaca con bastante antelaci¨®n. Era un rito cambiar con ¨¦l impresiones antes de cada representaci¨®n. Ayer no estaba. Su ausencia era dolorosa. Habr¨ªa disfrutado ante la bondad l¨ªrica de la tarde como solo ¨¦l sab¨ªa hacerlo. Al l¨ªmite.
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