Pantani, Armstrong, Contador
El ciclista de Pinto se impone a Rasmussen en la cima del Plateau-de-Beille y se coloca segundo en la general
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Cada frase, una sentencia, un rel¨¢mpago; cada pedalada, una declaraci¨®n de amor. Alberto Contador, il narratore, como le han bautizado los italianos, cuenta, narra, escribe desde la bicicleta su propia leyenda. La escribe con vocales claras, sonoras, con las vocales de su apellido, fuertes, la a, la o, como Oca?a, como Arroyo. Tiene un don ¨²nico para contarla, el de la hermosura, lo que otros llaman clase, toque genial. Lo que en Oca?a era agon¨ªa, dolor ¨ªntimo deseando salir de su coraz¨®n, lo que en Arroyo era salvajismo puro, naturaleza, desaf¨ªo permanente, en Contador, que ayer gan¨® la etapa del Plateau- de-Beille, que ayer se coloc¨® segundo en la general, que ayer se permiti¨® verbalizar su sue?o, hacer p¨²blico un deseo que no nombraba por miedo a que se rompiera -"sue?o con ganar el Tour, para ello me preparo"-, en Contador es dulzura, aunque las gafas negras escondan su mirada maravillada, una expresi¨®n de ferocidad que no consigue ni lejanamente.
Entre los mejores, Contador desentona. Es joven, viene de otro mundo, es su primer Tour a tope
En los ¨²ltimos kil¨®metros del Plateau-de-Beille, la cumbre de los Pirineos en la que s¨®lo ganan los campeones, en la que antes s¨®lo hab¨ªan coronado victoriosos Marco Pantani (Tour del 98), el escalador atormentado, y Lance Armstrong (2002 y 2004), la banda que le rodea es terrible. Contador se descuelga y vuelve a subir. Les estudia a todos. A Soler, el brutal gigante colombiano que sube a chepazos, su cuerpo un arco sobre la bicicleta; a Evans, de pie sobre los pedales, la joroba bailando por encima del manillar; a Sastre, que escribe con letra peque?a, que esconde su expresi¨®n, que se agarra y se agarra; a Leipheimer, que aguanta y aguanta; a Rasmussen, que mira por encima del hombro, sonrisita de superioridad en los delgados labios; a Kl?den y a Kasheckin, que intentan esconder sus dudas, deslumbrar con sus maillot azul turquesa, hacer olvidar que su terrible ofensiva anunciada se qued¨® en la desolada soledad del col de Pailheres, en la miseria del doliente Vinok¨²rov, quien se acerca al m¨¦dico, dirige a la c¨¢mara su habitual gesto de cortarse el cuello con el ¨ªndice y desaparece.
El d¨ªa siguiente a la contrarreloj tampoco fue mucho mejor para los que no lo hicieron tan bien como el kazajo, como, por ejemplo, Valverde, que aguanta con Pereiro y Arroyo hasta que Popovich, guiado por Contador endurece el ritmo de la subida final. Tampoco para Mayo, que se ha quedado antes despu¨¦s de que su equipo, el Saunier Duval, no parara de atosigar al pelot¨®n en cien kil¨®metros.
Entre los mejores del Tour, Contador desentona. Brilla. Es joven, viene de otro mundo, son 24 a?os, es el primer Tour que disputa a tope, pensando en todo. No ha tenido a¨²n tiempo de retorcer su car¨¢cter, de envejecer. Una persona est¨¢ donde est¨¢ -conspirando con Johan Bruyneel, el director que llev¨® a Armstrong los siete Tours, mandando en el Discovery, con Hincapi¨¦, Popovich, Leipheimer a su servicio- despu¨¦s de haber salido de Pinto y atravesado por momentos de sufrimiento. "Impresiona, simplemente, porque ha sido capaz de salir de la cama del hospital y ponerse a pedalear inmediatamente y a ganar a todos", dice el m¨¦dico del equipo, Pedro Celaya. No es su rostro, su expresi¨®n, su ligereza sobre la bicicleta lo que asusta, entonces, a todos los rivales, que esperan el clic de su ataque inevitable como si fuera la hoja de la guillotina abati¨¦ndose sobre su cuello. Lo que asusta son sus piernas de fuego, que aceleran a 5,8 kil¨®metros de la cima, que obligan a Rasmussen a mirar para otro lado, que hacen explotar la banda de seguidores. Rasmussen coge aire y logra enlazar. Evans, a trancas y barrancas, tambi¨¦n, aunque poco despu¨¦s cede. Los dem¨¢s sacan la calculadora.
Por delante ya, Rasmussen, el l¨ªder, y Contador, el car¨¢cter, la audacia. Los dos escaladores dialogan en la cima del Tour. Llegan a un acuerdo. A relevos, los dos, para acabar con la banda, con Leipheimer, con Sastre, con Evans. "S¨ª, de acuerdo", dice Contador, "pero la etapa para m¨ª". Rasmussen no dice ni que s¨ª ni que no. Se relevan, pero bajo el tri¨¢ngulo rojo, Rasmussen saca el gancho e intenta llevar a Contador hasta el agotamiento. "No le iba a dejar ganar all¨ª donde s¨®lo han ganado Pantani y Armstrong", se justifica el dan¨¦s. In¨²tilmente. Contador le supera en los ¨²ltimos metros.
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