(Casi) La perfecci¨®n
No fue el mejor concierto que le hemos visto a Keith Jarrett en tierras catalanas, pero fue un concierto casi perfecto. Con decir s¨®lo eso ya queda claro que el nuevo paso del pianista norteamericano por el Festival de Peralada en la noche del domingo fue bastante m¨¢s que una buena actuaci¨®n: un acontecimiento musical.
Las comparaciones son tan odiosas como humanas y sus fieles seguidores, al acabar, recordaban que en aquellos mismos jardines el pianista hab¨ªa bordado una obra maestra un par de a?os atr¨¢s. Sin duda era verdad, pero ese detalle no aten¨²a en nada la intensidad y belleza de la m¨²sica ofrecida el pasado domingo. Jarrett y sus dos compa?eros volvieron a dejar al p¨²blico clavado en sus sillas.
La velada hab¨ªa comenzado de forma inmejorable. Una suave brisa alegraba los esp¨ªritus mientras que la orquestina Lisboa Central Caf¨¨ animaba a los presentes con sus m¨²sicas festivas y burbujeantes. Una magn¨ªfica idea, colocar a este grupo en los jardines del castillo para que amenice las entradas y salidas de los conciertos de esta edici¨®n.
Tras ese toque jovial, los altavoces repitieron en varios idiomas que los m¨²sicos, bajo ning¨²n concepto, deseaban fotograf¨ªas, filmaciones o cosas parecidas, y que no se hicieran ni siquiera en las despedidas finales; era muy importante para ellos. La petici¨®n machacona iba destinada a evitar que se reprodujeran en Peralada incidentes como los recientes en el Festival de Peruggia, en que el cruce de insultos entre el pianista y el p¨²blico casi acab¨® en tumulto. El ¨²nico problema que tuvo esta vez el meticuloso pianista fue con la banqueta, pero lo solvent¨® ¨¢gilmente.
Una vez bien sentado, el mundo pareci¨® cambiar a su alrededor. Jarrett volvi¨® a transformarse en ese mago capaz de convertir cosas tremendamente conocidas en temas totalmente nuevos, de una complejidad pasmosa, pero que se asimilan como si de peque?as y sencillas frase se tratara. Una m¨²sica que salpica por su inmediatez y, sobre todo, por su belleza. Las manos de Jarrett se mueven con asombrosa rapidez sobre el teclado mientras su cuerpo se endereza y se retuerce con alg¨²n que otro gemido, pero nada de lo que sale de sus manos sobra o es innecesario; todo est¨¢ en su exacto lugar, como si hasta las partes improvisadas, la mayor¨ªa, fueran composiciones largamente meditadas.
Temas como What is this thing called love? o Round Midnight sonaron nuevos, frescos, diferentes, sorprendentes, sin dejar nunca de lado su esencia. ?sa es la magia de Keith Jarrett y en Peralada volvi¨® a brillar en grado sumo. A su lado, sus dos eternos acompa?antes completaron el puzzle con aparente naturalidad. El contrabajista Gary Peacock se mostr¨® especialmente ajustado a los devaneos de Jarrett. El bater¨ªa Jack DeJohnette fue el m¨¢s fr¨ªo. Tal vez fue el distanciamiento de DeJohnette (?cansancio?) el que impidi¨® que el tr¨ªo volara tan alto como pod¨ªa esperarse sin llegar a ese punto de ebullici¨®n que convierte una noche memorable en algo inolvidable.
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