Al borde del mar
1La Baule es una poblaci¨®n costera de la regi¨®n del Loire-Atlantique, una larga playa situada al fondo de la bah¨ªa de Pouligen, a una hora en coche del aeropuerto de Nantes. Es un lugar tur¨ªstico y los habitantes de esa comunidad se llaman baulois, y lo que no aparece en los folletos propagand¨ªsticos es que fue en una casa de La Baule donde detuvo la Gestapo al presidente Companys. Serpenteada por siete kil¨®metros de arena inacabable, hoy en d¨ªa La Baule, situada en la llamada C?te d'Amour, se enorgullece de ser conocida como la playa m¨¢s bella de Europa y tambi¨¦n de ser el escenario, desde hace 10 a?os, de una manifestaci¨®n literaria f¨¦rreamente francesa, pero bautizada con un nombre relajante: ?crivains en bord de mer. Creo que en el fondo vine hasta aqu¨ª exclusivamente para poder inscribir en mi dietario la descripci¨®n de este pueblo de la costa atl¨¢ntica francesa y, sobre todo, para anotar una frase que exig¨ªa, si quer¨ªa que fuera verdadera, que me desplazara hasta esta playa. ?La frase? Es sencilla y aut¨¦ntica: "Vine a La Baule para poder escribir que estoy en La Baule".
Para llegar hasta aqu¨ª he tenido que pasar por Nantes, donde naci¨® Jules Verne, y eso me ha llevado a evocar una escena que se distingue de todos mis otros recuerdos de infancia, un recuerdo separado de todos los dem¨¢s de esa ¨¦poca. Exterior noche. Paseo de Sant Joan de Barcelona. Salgo del cine Chile, donde acabo de ver Veinte mil leguas de viaje submarino, pel¨ªcula de Richard Fleischer basada en la novela de Verne. Acabo de ver en im¨¢genes cinematogr¨¢ficas lo que en los d¨ªas precedentes ha sido un libro (acompa?ado de un notable n¨²mero de ilustraciones) que he le¨ªdo a lo largo de las ¨²ltimas tardes, a la vuelta del colegio. Es un ejemplar de la colecci¨®n infantil Historias. En el lomo de los libros de esa colecci¨®n aparecen siempre dibujados los rostros de los cuatro principales personajes de la narraci¨®n. Recuerdo que durante un tiempo cre¨ª que todas las historias del mundo las protagonizaban siempre cuatro personajes, ni uno m¨¢s y ni uno menos, y los que no aparec¨ªan en el lomo eran s¨®lo proyecciones fantasmales de los cuatro protagonistas. Un peque?o equ¨ªvoco sin importancia.
En fin. Salgo de ver Veinte mil leguas de viaje submarino, cruzo la calle de Rossell¨® y vuelvo a mi casa. Noviembre del 56. Son alrededor de las siete de la tarde y t¨ªa Eulalia, que est¨¢ de visita en casa de mis padres, me pregunta qu¨¦ pel¨ªcula acabo de ver. Por toda respuesta, le muestro mi ejemplar de Veinte mil leguas de viaje submarino. Y en ese momento me doy cuenta de que ir al cine ha sido ir a buscar en el exterior lo que ya ten¨ªa en casa. Aquel descubrimiento me quedar¨¢ grabado para siempre. Asocio desde entonces lo interior con lo c¨¢lido y con la literatura, y lo exterior con el cine. Eso, a la larga, establecer¨¢, en mi fuero interno, una supremac¨ªa total de la literatura sobre el cine. Y cuando a?os despu¨¦s lea a Nietzsche, a¨²n lo ver¨¦ todo m¨¢s claro: "La filosof¨ªa ofrece al hombre un asilo en el que ninguna tiran¨ªa puede penetrar, la caverna de la intimidad, el laberinto del pecho: y esto enfurece a los tiranos". Nietzsche tambi¨¦n nos dej¨® dicho que desde siempre los hombres han puesto a salvo su libertad en el interior de s¨ª mismos.
Desde aquel remoto d¨ªa del 56, lo literario se encuentra en casa, y el cine hay que ir a buscarlo afuera. Desde aquel d¨ªa, lo m¨¢s interesante no suelo encontrarlo en el mundo exterior, sino en la luz interior, por ejemplo, del portal de mi propia casa de la infancia, esa luz que Jaime Gil de Biedma, hablando de los recuerdos de sus primeros a?os, defini¨® en una frase memorable: "Barcelona es la luz submarina de los portales del Ensanche vistos al volver del colegio".
2
Quiz¨¢ no sea tan casual que cuando Jes¨²s Garay rueda en 1977 Nemo, su versi¨®n minimalista de Veinte mil leguas de viaje submarino, elija un piso del Eixample de Barcelona para situar la acci¨®n. Es m¨¢s, convierte la entrada al Nautilus en el cl¨¢sico portal de hierro historiado de las casas del Eixample. En la pel¨ªcula de Garay se sub¨ªa al sumergible Nautilus a trav¨¦s de uno de esos lentos ascensores de las casas del Eixample. Y el despacho de Nemo estaba situado en una de esas galer¨ªas h¨²medas que dan a los patios interiores (tipo Ventana indiscreta de Hitchcock) de las casas del Eixample, esas galer¨ªas donde tantos de nosotros le¨ªmos a Verne mientras espi¨¢bamos a los vecinos.
Comparto con otros una cierta perplejidad. ?C¨®mo puede ser que Verne, "un modesto tendero de las letras" (como le llama C¨¦sar Aira), se haya convertido, aunque s¨®lo lo ley¨¦ramos de ni?os, en un cl¨¢sico indiscutible? ?Tan extraordinariamente c¨¢lida y acogedora es en general la literatura? Parece que s¨ª, y no est¨¢ mal que lo sea para creadores como Verne, que fueron unos virtuosos a la hora de practicar una escritura muy ex¨®tica de puertas afuera, pero situada en el fondo en intrincados y apasionantes -basta ver los de Nemo- laberintos interiores.
El cine pas¨® definitivamente a un segundo plano en mi vida cuando empec¨¦ a adentrarme en los interiores literarios, y entre los libros que le¨ª en esos d¨ªas estuvieron las novelas extra?as de Raymond Roussel, precisamente el hombre que m¨¢s idolatr¨® a Verne en este mundo. Este singular y genial escritor parisino (Locus Solus, Impresiones de ?frica) me descubri¨® el aislamiento feliz de los interiores, las turbias atm¨®sferas librescas del capit¨¢n Nemo, la luz olvidada de los portales de mi infancia. Desde entonces regresan a diario, puntuales, los destellos oce¨¢nicos de anta?o. Y a veces uno, al borde mismo del mar, frente al Atl¨¢ntico, escribe en su dietario una p¨¢gina como ¨¦sta, pregunt¨¢ndose si no acabar¨¢ encontrando en ella emociones asombrosamente sencillas. S¨ª, exacto. Las historias del tendero de la esquina.
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