Terrazas sin fronteras
En Madrid, y en todas partes, cuando ataca el bochorno, la gente se lanza a las terrazas hosteleras desde el crep¨²sculo hasta bien entrada la noche e incluso la madrugada. Las terrazas son un term¨®metro metaf¨ªsico de la ciudad, y la constataci¨®n de que todo lo que atrapa el vulgo acaba siendo vulgar (dicho sea sin aludir al balompi¨¦). Hablamos, se?oras y se?ores, del vulgo raqu¨ªdeo, ¨¦se que nos encabrita la existencia en este mundo traidor. Es lo malo de las terrazas: cuando est¨¢s tan ricamente, llega un impresentable que te conoce de no s¨¦ qu¨¦ y malogra la noche y el optimismo tuyos y de tus acompa?antes. Hay que huir. Hay que ir disfrazado. Ponte gafas negras al atardecer, forastero. Pero no se lo digas a nadie si no quieres que te partan las piernas. Disfruta del anonimato y no salgas jam¨¢s con famosos.
Hay muchos tipos de terraza: desde la maravilla panor¨¢mica del piso 13 del hotel Puerta de Am¨¦rica, hasta el entra?able encanto cotidiano de terrazas informales en tabernas de barrio. ?sas son las aut¨¦nticas. Las dem¨¢s tienen gracia, acaso, pero aburren y provocan misantrop¨ªa en los esp¨ªritus sensibles. Cuando vayas a una terraza de barrio, no te disfraces: todo el mundo sabe qui¨¦n eres y de qu¨¦ pie cojeas. No hagas el rid¨ªculo, colega. Pero no carece de inter¨¦s disfrazarse de vez en cuando e irrumpir como un cicl¨®n en terrazas finas donde se cocina la madre del cordero del pijer¨ªo m¨¢s sonrojante. Los pijos y pijas de ahora mismo son id¨¦nticos a los de finales del XVIII en Madrid: currutacos, petimetres, lechuguinos, tontitas alegres con pap¨¢ poderoso, raposas y cucarachos. En fin, gente sin sustancia y con la mente deshabitada, pero con cuerpos ejemplares capaces de alborotar las potencias libidinosas de cualquier anacoreta.
Es inquietante decirlo, pero las terrazas, todas ellas, son fuente inagotable de insensateces metaf¨ªsicas propugnadas por lo m¨¢s est¨²pido e inconsistente de cada casa. En 1807, el pijer¨ªo exquisito de la ¨¦poca se concentraba en el paseo del Prado. Ahora abundan por doquier, pero son los mismos de siempre, igual de plastas e ignorantes. Tendr¨ªa que volver Luis Candelas para expurgarlos y dejarnos limpias las terrazas. Adem¨¢s, tiran bastante mal las cervezas y las cobran con desmesura. Pero, claro, la gente va a la carne. Desventurados.
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