La estatura del genio
Ingmar Bergman te recib¨ªa en el Dramaten; era su casa, su teatro; en ning¨²n otro lugar del mundo, ni en su isla secreta, se encontraba mejor. Rodeado de los fantasmas que aliment¨®, sab¨ªa que en la isla, o en Estocolmo, le acechaba el ni?o que no dej¨® de ser nunca; y as¨ª te miraba, como si fuera un ni?o que hubiera traspasado, por fin, las puertas de su propio pudor. Pues de eso fue su cine, dec¨ªa, de lo que la ni?ez deja en los ojos. En un momento determinado, adem¨¢s, se interesaba por los ojos del otro: "?Y usted, y esos ojos?". ?l dec¨ªa que sus ojos estaban llenos de las l¨¢grimas que no pudo decir; su cine, dec¨ªa tambi¨¦n, era como el escupitajo que nunca despidi¨® en la escuela o en su casa. Cuando le vimos, en el Dramaten, una fr¨ªa, g¨¦lida ma?ana de diciembre de 1989, estaba decidido a empezar otra vez, se acab¨® el silencio.
No daba entrevistas nunca, y la que nos dio fue por culpa de nuestra insistencia y sobre todo de la de Gabi Gleischman, periodista h¨²ngaro, muy amigo suyo. Bergman accedi¨® a rega?adientes, pero nos esper¨® atado, casi, a la habitaci¨®n espartana en la que s¨®lo hab¨ªa un florero con pl¨¢tanos. Cuando le dimos la mano, ¨¦l baj¨® la suya, enorme, largu¨ªsima, que entonces ten¨ªa pendida del quicio de la puerta; hizo un movimiento de reconocimiento, como si le pesara hasta el aire. Le entramos por la infancia, que es el tiempo total de su vida, pero antes le estuvimos escrutando, como se escruta a los animales maravillosos, mientras Luis Mag¨¢n le hac¨ªa fotograf¨ªas. Era poderoso y grande, e iba vestido como un le?ador austriaco. Nos habl¨® del teatro, y del teatro espa?ol; estaba fascinado por una producci¨®n (inolvidable) de Lluis Pasqual, la que hizo ¨¦ste con los textos de El P¨²blico, de Federico Garc¨ªa Lorca. ?l quiso llevar al Dramaten esa producci¨®n, pero ocurri¨® algo y no pudo ser. Le hablamos del cine (conoc¨ªa a Berlanga, a Saura, aunque no ten¨ªa demasiada informaci¨®n), y se fue haciendo con la conversaci¨®n y el escenario; nos coloc¨® en el sitio justo ("usted tiene que estar a favor de la luz, es que usted es quien pregunta"), y termin¨® copiando los movimientos de Mag¨¢n hasta que ¨¦l mismo tom¨® la c¨¢mara en la mano para decirnos cu¨¢nto estaba disfrutando de aquella conversaci¨®n inesperada.
?l mismo nos pregunt¨® por Espa?a, por la situaci¨®n que viv¨ªamos, por la cultura; ¨¦l era reacio a las preguntas, estaba all¨ª por la obligaci¨®n del afecto que le hab¨ªa sido inducido; "es dif¨ªcil ver a alguien durante una hora", nos dijo; "te puedes encontrar con alguien que no te gusta y tienes que sentarte con ese alguien durante una hora". Continu¨®: "Lo que sale de all¨ª son simples opiniones y malos entendidos".
Rompi¨® la atm¨®sfera g¨¦lida de la ma?ana; se fue acercando al objetivo y al entrevistador desde que dijo lo siguiente: "Soy un ni?o. Ya lo dije una vez: toda mi vida creativa proviene de mi ni?ez y emocionalmente soy un cr¨ªo. La raz¨®n por la que a la gente le gusta lo que hago es porque soy un ni?o y les hablo como un ni?o". Sus ojos eran los de un cr¨ªo asustado; poco a poco se fue calmando esa imagen abrupta de su cara: una cara larga y p¨¢lida que iba creciendo en picard¨ªa a medida que avanz¨® la conversaci¨®n. Podr¨ªa parecer fr¨ªo, nos dijeron antes, y ¨¦l mismo lo dijo, pero no soportaba guardar "para siempre" las emociones, y no soportaba que su cine, su literatura o su teatro se cogiera con pinzas quir¨²rgicas. "Me gusta cuando la gente y lee algo que he hecho siempre que se me escuche con el coraz¨®n y con las emociones".
Al final de la conversaci¨®n, cuando ya era de noche en el Estocolmo oscuro de todos los inviernos, nos dijo, abrazando a cada uno de los presentes: "Ahora tengo 71 a?os y he hecho muchas cosas, pero no he podido hacer todas las que me gustan, as¨ª que he decidido ponerme a ello. Y empezar¨¦ leyendo". Por la noche nos envi¨® un mensaje que ahora he visto que est¨¢ tambi¨¦n en la transcripci¨®n completa de la entrevista: "Al principio estaba algo nervioso; dese¨¦ que ustedes no vinieran nunca". El genio, aquel hombre inmenso, era un ni?o que no quer¨ªa intromisiones en su alma. Todav¨ªa.
Babelia
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