Palabras, hipocampos
Aqu¨ª est¨¢ el mar rompi¨¦ndose en su respiraci¨®n de espuma, estrell¨¢ndose sin pudor como una estrella l¨ªquida de verano contra unos ni?os que lo miran con el acatamiento con que se planta uno en el cine, o con el profundo sobrecogimiento con que se admira a una fiera en el zoo. En esta playa lejana y perif¨¦rica de Sant Adri¨¤ de Bes¨°s, el mar es una fiera que llega extinguida a su refugio de arena, y que al caer y al desmenuzarse por sus costados interminables pronuncia la espuma de sus ¨²ltimas palabras. "Palabras, hipocampos", ha dicho el poeta Kevin MacNeil desde su isla de Lewis, todav¨ªa m¨¢s alejada del mundo que la arena rastrillada y dignificada, que las rocas marinas de Sant Adri¨¤ de Bes¨°s. Desde su isla hiperb¨®rea donde quedan varadas las ballenas azules, este poeta escoc¨¦s ha so?ado que ¨¦l era el fondo del mar y que ve¨ªa a las palabras trasformarse en hipocampos, "como peque?os saxofones flotantes". Palabras, hipocampos, ni?os sobrecogidos frente al gran cementerio vivo de los caballos marinos, el mar que pronuncia su oraci¨®n de espuma.
Mar suburbial de Sant Adri¨¤ que engatusas a los hombres y a los ni?os con tu brillo de olas como llamas
Hay m¨¢s legitimidad en un ni?o que mira el mar que en el propio mar. Palabras, caballitos de mar, tiovivos de estrellas, nubes saladas de espuma. Existe m¨¢s fragilidad en el muchacho de la fotograf¨ªa que quiere pescar con su ca?a que en el pececillo que pueda sacar de entre las olas, de entre la arena d¨®cil y sumergida. El mar, con su delirio de abarcar el mundo, con su destierro de todos los continentes del mundo, es en este art¨ªculo un mar hecho s¨®lo de palabras, que una vez fue industrial y que une a unos ni?os de la costa mediterr¨¢nea con un poeta cincuent¨®n de la atl¨¢ntica isla de Lewis, donde las ballenas y los delfines de hocico blanco se alimentan de plancton, de pececillos y de palabras hundidas.
Mar de palabras que se quedan en la orilla como un ¨²ltimo poema de amor. Mar de medusas como esp¨ªritus submarinos que aguardan una nueva reencarnaci¨®n. Mar Mediterr¨¢neo de los cantantes de San Remo y del Poble Sec, que te inventaste la literatura y la dejaste en las manos ciegas de Homero para que alguien cantase tu odisea. Mar de palabras enhebradas como algas, todav¨ªa est¨¢s a tiempo, date media vuelta, vira en redondo antes de que te cojan los puertos deportivos, los campos de golf, los complejos tur¨ªsticos, el aire acondicionado de los apartamentos, las puertas correderas, los neones fr¨ªos y nocturnos como anguilas luminiscentes.
La grandeza de un ni?o que se sienta a mirar una ola rota, inmensa como una bicicleta rota, no se llena sino con otra grandeza que la de una novela de London, o de Conrad, o de Baroja, que atrap¨® al vuelo la estrella marina del capit¨¢n Chimista. S¨®lo el mar de las palabras puede equipararse al mar de las olas, de las ballenas, de los sargazos. En un ni?o que se fascina con los jirones de una ola est¨¢ el poeta abri¨¦ndose paso entre los revueltos caminos de nuestra condici¨®n humana. Las olas son sirenas suicidas que han cedido al infortunio. Mar de palabras y de an¨¦monas de mar, mar que tiende al infinito y a sus contrarios, mar suburbial de Sant Adri¨¤ de Bes¨°s, en cuya orilla nocturna, entre pir¨¢mides de hormig¨®n, ha sido concebida una parte del censo comarcal. Mar que engatusas a los hombres y a los ni?os con tu brillo de olas como llamas, y mar arrullador de coches traqueteantes que con tu tragarte tus palabras invitas a las parejas en celo a hacer nuevos ni?os. Mar recalentado por los tubos de refrigeraci¨®n de la industria y de la central t¨¦rmica, de cuyas paredes los buceadores clandestinos arrancan mejillones intoxicados. Mar en el que se vac¨ªan, entre conducciones de cemento y barandillas de hierro, corrientes de agua caliente y espumosa: "prohibido asomarse", o "prohibido meterse", dice un cartel. Mar de solitarios con ch¨¢ndal y ri?onera, que van a verte porque han o¨ªdo que el mar devuelve las cosas. Mar l¨ªrico. Mar con chimeneas. Eterno mar de clase obrera.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.