El Che en catal¨¢n
Hace un a?o, durante una tertulia literaria en un hotel del Barri G¨°tic, me qued¨¦ mirando a un argentino que me resultaba familiar. Por mucho que me esforzaba, no consegu¨ªa reconocerlo, pero estaba seguro de haberlo visto en alg¨²n lugar, incluso de haberlo frecuentado. Finalmente, durante una pausa para caf¨¦, no pude m¨¢s y le pregunt¨¦:
-Perdone, ?no nos conocemos?
- Seguro que s¨ª. Yo soy el Che Guevara.
-Ya.
Pens¨¦ que era un borde y lo olvid¨¦. Pero semanas despu¨¦s, caminando por La Rambla, volv¨ª a verlo. Estaba de pie encima de un pedestal. Iba pintado de camuflaje y llevaba un libro en la mano. Recitaba un encendido discurso sobre el imperialismo mientras unos turistas gringos le echaban monedas en un sombrero. Era el Che Guevara, de verdad. Y estaba llamando a la insurrecci¨®n. Aunque en ese preciso momento, atra¨ªan m¨¢s p¨²blico en La Rambla el astronauta y el hada de los bosques.
Hay el Che para los estudiantes, para la tercera edad, para los empresarios. Si no tienes a tu Che, no eres nadie
Lleg¨® el verano, y un amigo que vive en Sitges me invit¨® a su casa. Cuando bajamos a la playa, me mostr¨® orgulloso su equipo completo de guerrillero cubano: ten¨ªa una toalla, un ba?ador, un vaso congelante y una pelota de playa del Che:
-Todo un revolucionario -le coment¨¦.
-Soy un capitalista rabioso -me respondi¨®- o, por lo menos, un fetichista. Colecciono gilipolleces con la cara del Che. Me falta el famoso reloj Swatch. Ser¨¢ muy famoso, pero no lo encuentro por ninguna parte.
Desde entonces, no he dejado de ver al Che por las calles de Barcelona y alrededores. Lo veo en los lugares m¨¢s inesperados: en los patinetes de los skaters frente al Macba, tatuado en el brazo de Maradona, dibujado con chocolate en una camiseta. Puede llevar el rostro de Gael Garc¨ªa Bernal, Benicio del Toro o Antonio Banderas. Hay Ches para todos los gustos, y cada cu¨¢l tiene el suyo. Hay el Che para los estudiantes, para la tercera edad, para las enfermeras o para los empresarios. Si no tienes a tu Che, no eres nadie. Yo estoy esperando que programen alguna serie de dibujos animados sobre ¨¦l.
La ¨²ltima vez que lo vi fue en casa de una chica que me invit¨® a cenar. Ella vive en el Eixample, en un ¨¢tico con una terraza que mira a la Sagrada Familia. Y con ella, por supuesto, vive el Che. Su apartamento est¨¢ lleno de fotos del guerrillero. Hay una en el estante de los libros, otra en su cuarto y una, la m¨¢s grande, en el ba?o, frente al retrete.
-?Y no tienes alguna foto de tu madre? -le pregunt¨¦.
-No, por Dios. Mi madre es muy fea. En cambio, el Che es guap¨ªsimo.
-?No tienes fotos de guerrilleros feos?
-Ni de co?a.
-?Y guapos? Fidel era guapo, ?no?
-Ya, pero el Che se muri¨®, as¨ª que ser¨¢ joven para siempre. Todas sus im¨¢genes son as¨ª. ?A qui¨¦n quieres ver t¨² todas las ma?anas, al Che en la selva con uniforme de campa?a o a Fidel en un hospital con un ch¨¢ndal Adidas?
Por eso me gusta la imagen de esas dos se?oras bailando en su aniversario en Santa Coloma de Gramenet. Supongo que es la mejor foto posible del Che. Y no porque ellas representen el esp¨ªritu de la lucha obrera. Ni porque recuerden su significado pol¨ªtico. En realidad, ¨¦sa es la mejor imagen del Che porque es la ¨²nica en la que no aparece su rostro; un rostro que, en realidad, hace mucho que no le pertenece.
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