Un aviador prev¨¦ su muerte
LOS INGLESES se atreven con todo, hasta con sus monumentos m¨¢s egregios.
A comienzos de este verano, el National londinense ha osado presentar (y coproducir) una adaptaci¨®n esc¨¦nica de A Matter of Life and Death, de Powell y Pressburger, "la" pel¨ªcula por excelencia de la generaci¨®n de la guerra. A Matter (en Espa?a, A vida o muerte) fue un encargo de propaganda aliada transustanciado en obra de arte, entre el kitsch sublime y la emoci¨®n pura: una exaltaci¨®n del amor loco, un cuento fant¨¢stico empapado en el tecnicolor on¨ªrico de Jack Cardiff. Un piloto de la RAF, el poeta Peter Carter, es abatido pero sobrevive a una muerte cierta por un despiste de su ¨¢ngel guardi¨¢n. Poco antes de saltar sin paraca¨ªdas dirige sus ¨²ltimas palabras a una joven operadora de radio, la americana June, instant¨¢neamente enamorada de ese dandy imp¨¢vido que recita a Shakespeare mientras las llamas rodean su cabina. El aviador se encuentra con June en la playa de Burrows: ambos se reconocen en el acto y sin palabras. Su pasi¨®n eterna es interrumpida por el ¨¢ngel guardi¨¢n, encargado de conducir a Carter a un m¨¢s all¨¢ en blanco y negro para reestablecer el orden celeste. El espect¨¢culo de KneeHigh Theater, la en¨¦rgica compa?¨ªa de Cornwall, parece concebido bajo la triple influencia, evidente desde la primera escena, de Complicit¨¦, Dennis Potter y la pionera Joan Littlewood de Oh what a lovely war. Un ni?o (Dan Canham, en funciones de narrador) avanza por el inmenso, oscur¨ªsimo espacio del Olivier y lanza un avi¨®n de papel. Como un transatl¨¢ntico en la noche, se desliza hasta el proscenio una tarima con arco art-d¨¨co en el que una banda estilo Pasadena Roof toca melod¨ªas de preguerra. Una docena de enfermeras en bicicleta rodean al chaval, girando en pl¨¢cidos c¨ªrculos al son de la m¨²sica, mientras el resto de la compa?¨ªa, con pijamas listados, irrumpe empujando camas y m¨¢s camas de hospital. Las luces de las bicicletas barren el cielo, siguiendo la pista del avioncito; boca arriba en las camas, las enfermeras pedalean furiosamente y las ruedas semejan toberas de spitfire en ca¨ªda libre. En la cima de una alt¨ªsima escalera de mano aparece Peter Carter (Tristan Sturrock), rodeado por la niebla, despidi¨¦ndose de su amada June (Lyndsey Marshal). La m¨²sica chirr¨ªa, una columna de fuego brota de una cama vac¨ªa, las ruedas giran y giran, y el aviador, suspendido de un cable, se precipita al vac¨ªo como un trapecista. Emma Rice, directora del montaje, y Tom Morris, coadaptador, apoyan ese juego a caballo entre el circo de tres pistas y la comedia musical convirtiendo al amanerad¨ªsimo ¨¢ngel guardi¨¢n original en una mezcla de mago, clown y acr¨®bata -el torpe y arrogante Magnus el Magn¨ªfico (Gisli Orn Gardarsson), que se hace llamar "el Houdini noruego", ahogado en un barril de leche ante quinientas personas, entre ellas su madre -que aparece y desaparece entre cortinas de humo y saltos portentosos, mientras se suceden las canciones (solos, d¨²os, coros) en los m¨¢s variados ritmos: swing en la escena de la partida de pimp¨®n con el tiempo detenido, rap (gentileza de Magnus), calypso (con ukeleles) o un enfebrecido lindyhop (puro Potter) a cargo de las enfermeras y los soldados convalecientes. Tambi¨¦n ha cambiado la temperatura er¨®tica entre los protagonistas: desde su primer encuentro, en una cama que se balancea de lado a lado del escenario como un columpio feliz, Peter y June se abrazan con un aprovechamiento (?el tiempo apremia!) a a?os luz de los cast¨ªsimos besitos en la mejilla de David Niven y Kim Hunter. Y, desde luego, el personaje del doctor Reeves (Douglas Hodge: espl¨¦ndido, lleno de pasi¨®n y con una gran voz de bar¨ªtono) dista mucho de ser el asexuado "padre suplente" de June que interpretaba, en cine, Roger Livesey. Hay im¨¢genes tan sencillas como eficaces (la escalera al cielo con las camas de hospital a guisa de pelda?os) que alternan con trivialidades: la "c¨¢mara negra" de Reeves, aquella especie de telescopio m¨¢gico que captaba y proyectaba im¨¢genes de todo el pueblo, es ahora una banal filmaci¨®n en v¨ªdeo... de la gente que cruza el puente de Waterloo camino del teatro. Tambi¨¦n hay partes confusas y quiz¨¢s innecesarias, como el ensayo en el hospital del Sue?o de una noche de verano, con una subtrama ingeniosa pero demasiado lateral -el suicidio del desesperado sargento Bellamy, que se le aparece a Peter ataviado de Bottom y con la soga al cuello- y est¨¢n muy poco "servidos" los brillantes n¨²meros musicales. Predomina, en fin, una cierta sensaci¨®n de talento torrencial, excesivo y generoso pero un tanto desnortado. El gran escollo de la pel¨ªcula era su tercio final, un pl¨²mbeo y casi risible juicio a los amantes, convertidos en portavoces de las esencias brit¨¢nica y yanqui, pie forzado del obvio mensaje: manteng¨¢monos unidos o Hitler nos come vivos. Estaba claro que esa parte iba a ser lo primero que saltar¨ªa en la nueva versi¨®n, y bien quitada est¨¢, aunque no me imaginaba yo que buena parte de la cr¨ªtica (con la excepci¨®n del siempre sensato Michael Billington, de The Guardian) fuera a sacar de tal modo las u?as, tildando a Rice y Morris de "traidores al esp¨ªritu de Powell y Pressburger" y acus¨¢ndoles (ah, oh) de "pacifistas trasnochados". En la escena del proceso, los adaptadores convocan al mism¨ªsimo Shakespeare, un Shakespeare l¨²cido, borracho y muy ¨¤ la Savary, instando al aviador a aceptar su muerte recit¨¢ndole el "Fear No More" de Cymbeline, que en su boca ("Golden lads and girls all must / as chimney sweepers, come to dust") suena como una ¨¢cida y letal rima de Larkin. Cuando el Bardo sale de escena, comparecen en la tribuna de la acusaci¨®n dos mujeres enlutadas, v¨ªctimas por igual del bombardeo alem¨¢n sobre Conventry y la matanza civil de los aliados en Dresde. Ha sido, sobre todo, esa equiparaci¨®n posmortem la que ha detonado la m¨¢s iracunda artiller¨ªa patri¨®tica de la cr¨ªtica inglesa (modelo "para esto hicimos una guerra") como no se ve¨ªa desde que el bueno de Kurt Vonnegut public¨® Slaughterhouse Five.
A prop¨®sito de la adaptaci¨®n teatral de A Matter of Life and Death, de Powell y Pressburger, por el National Theatre
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.