La catilinaria de Sponeck
El responsable de la ayuda humanitaria de Naciones Unidas durante gran parte de la primera posguerra de Irak -tras el conflicto de Kuwait en 1991-, el alem¨¢n H. C. von Sponeck (Bremen, 1939), ha escrito Autopsia de Iraq, un libro fr¨ªo y demoledor, una catilinaria austera sobre el tormento al que Estados Unidos y -como de ordinario- subsidiariamente el Reino Unido sometieron, no a un r¨¦gimen como la propaganda rezaba, sino a una naci¨®n. El mayor que haya sufrido pa¨ªs alguno como consecuencia de sanciones de la ONU.
El programa "Petr¨®leo por Alimentos", que comenz¨® a aplicarse en 1996 y dur¨® hasta junio de 2003, unas semanas despu¨¦s del fin de la fase convencional de la segunda guerra del Golfo, estaba pensado para aliviar la situaci¨®n del pueblo iraqu¨ª, de forma que las sanciones incidieran lo menos posible en el aprovisionamiento, sanidad, educaci¨®n y reconstrucci¨®n del pa¨ªs, pero, en realidad, fue la sistematizaci¨®n de una tortura lenta, segura, perseverante para la consunci¨®n de Irak. Y es imposible, hoy, en plena fase guerrillera y terrorista de esa segunda guerra del Golfo, no establecer una conexi¨®n natural entre aquella posguerra y esta fase irregular del conflicto. La masa cr¨ªtica del pa¨ªs, sus recursos sociales, econ¨®micos, culturales, quedaron entonces debilitados hasta el extremo de que cuando el presidente Bush dio la orden de invasi¨®n en marzo de 2003, un pa¨ªs exang¨¹e apenas pod¨ªa oponer alguna resistencia militar. La virtual destrucci¨®n de Irak que propugnaban los neo-con, entonces ¨ªntimos asesores del hombre de la Casa Blanca y talibanes de la supremac¨ªa de Israel en Oriente Pr¨®ximo, era el inmisericorde corolario de aquel castigo.
AUTOPSIA DE IRAQ
H. C. von Sponeck
Traducci¨®n de Mercedes Villavista y Gonzalo
Fern¨¢ndez Parrilla
Ediciones del Oriente y del Mediterr¨¢neo. Madrid, 2007
550 p¨¢ginas. 23 euros
Los datos de Von Sponeck
excusan al autor la necesidad de la ira, la ret¨®rica exaltaci¨®n de la denuncia. Es como si prestara declaraci¨®n ante un tribunal. A Irak se le permit¨ªa exportar crudo por valor de 2.000 millones de d¨®lares cada seis meses; de esa suma 700 millones se destinaban a indemnizaciones de guerra y al pago de los servicios de la ONU, de forma que de los 1.300 millones restantes sal¨ªan los iraqu¨ªes a 118 d¨®lares per c¨¢pita para todo: sanidad, educaci¨®n, infraestructuras. La ONU destinaba, por ejemplo, del propio presupuesto del pa¨ªs, algo m¨¢s de cinco d¨®lares semestrales por cabeza en la educaci¨®n de los casi cinco millones de ni?os en edad escolar. Y para completar la faena, Washington deb¨ªa autorizar cualquier compra externa para impedir las importaciones susceptibles de "doble uso", es decir, de presunta aplicaci¨®n militar, lo que en la pr¨¢ctica implicaba retrasos formidables para adquirir una aspirina, como bien sabe una empresa de Barcelona que vendi¨® un sistema de tratamiento de aguas al Gobierno que con tan menguados poderes a¨²n presid¨ªa Sadam Husein. Al cabo de un a?o el crudo exportado se dobl¨® a 2.600 millones, pero el deterioro de ¨ªndices de nutrici¨®n, expectativa de vida, desarrollo humano, ya eran propios de la era preindustrial. Si en la guerra no hab¨ªa habido tiempo de bombardear Irak de vuelta a la Edad de Piedra, el programa conduc¨ªa inexorablemente a algo parecido.
La posici¨®n de Washington y Londres, que atacaban el pa¨ªs desde el aire con una puntualidad que permit¨ªa a los que ve¨ªan caer las bombas poner en hora sus relojes, no toleraba ning¨²n remordimiento. Todo era culpa de Sadam Husein, que toreaba a los inspectores de la ONU para que, supuestamente, no pudieran encontrar las famosas armas de destrucci¨®n masiva; si se cumpl¨ªa este objetivo, en cambio, se supone que habr¨ªa cesado de inmediato el tormento, pero la evidencia de que tales armas, si hab¨ªan existido, ya no era ¨¦se el caso cuando los marines entraban en Bagdad, hace hoy a¨²n m¨¢s cadav¨¦rica la mirada retrospectiva. Ni siquiera el autor pod¨ªa saber cu¨¢nta era la enormidad del enga?o que Bush y su ac¨®lito, el brit¨¢nico Tony Blair, intencional o neciamente hab¨ªan perpetrado a la humanidad.
Y Von Sponeck es cualquier cosa menos un airado alternativo de la globalizaci¨®n; es un funcionario al que no le cabe duda de que las sanciones eran leg¨ªtimas, avaladas por el Consejo de Seguridad, y de que Sadam Husein era uno de los individuos menos encomiables del planeta. Fueron los poderes anglosajones y una ONU incapaz de sustraerse a la fenomenal impostura los que hab¨ªan convertido un programa de supervivencia en un plan para el aniquilamiento de una naci¨®n. El autor ha querido dar testimonio.
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