Paseo por el esplendor medieval
Los edificios de piedra de la ciudad medieval eran tan numerosos y estaban tan apretados y compitiendo tan igualadamente en arte y galanura que los visitantes de la ciudad que llegaban desde el mar o por tierra recib¨ªan una impresi¨®n de poder¨ªo y majestad abrumadores.
La Barcelona contempor¨¢nea es una prolongaci¨®n del modernismo de Antonio Gaud¨ª
La austeridad de las paredes lisas de la bas¨ªlica, de sus altas naves, asombra y admira
En la calle de Canuda se alza el Ateneo en el que se sentaba Pla a platicar con su pe?a
Tales edificios eran la prueba irrefutable, la p¨¦trea evidencia de que se hab¨ªa llegado a una ciudad pr¨®spera. La guerra, y su variante incruenta, el comercio, la hab¨ªan hecho as¨ª. En los astilleros y atarazanas de Barcelona, que hoy albergan el Museo Mar¨ªtimo y una reproducci¨®n del ingenio de madera con el que Narc¨ªs Monturiol baj¨® a los abismos submarinos, se constru¨ªan los barcos que tra¨ªan y llevaban por los puertos bienes y riquezas, y que llevaron a catalanes y aragoneses a conformar una potencia mediterr¨¢nea. Fuerza de choque de ese poder fueron los famosos almog¨¢vares (cuyo nombre procede de las "algaradas" ¨¢rabes): una infanter¨ªa de mercenarios muy sufridos y belicosos que combatieron al servicio de los reyes de Arag¨®n contra los sarracenos en Espa?a, bajo el mando de Roger de Lauria en ?frica y Sicilia y bajo el de Roger de Flor en Constantinopla, contra turcos y contra griegos. En aquellas tierras dejaron memoria tan amarga que, seg¨²n cuenta la leyenda, todav¨ªa hoy a los ni?os caprichosos se les amenaza con que si no se acaban la sopa de una maldita vez vendr¨¢n los catalanes y se los llevar¨¢n en un saco. Son el coco. Eran una infanter¨ªa liger¨ªsima. Iban armados s¨®lo con una daga, un par de flechas y una lanza. Llevaban consigo a sus mujeres y prole, y viv¨ªan del bot¨ªn y los saqueos, o sea que para ellos cada combate era al todo por el todo, a la carta m¨¢s alta.
La Barcelona contempor¨¢nea es una prolongaci¨®n del modernismo, y m¨¢s concretamente del arquitecto Antonio Gaud¨ª, y m¨¢s concretamente de la Sagrada Familia: sin ese im¨¢n tur¨ªstico no s¨¦ ad¨®nde habr¨ªamos ido a parar despu¨¦s de la crisis de la industria textil. Pero durante las muchas d¨¦cadas en que las virutas y fantas¨ªas del estilo modernista hab¨ªan perdido todo favor en el gusto de los barceloneses, cuando la ro?a del tiempo y la incuria ocultaba a la vista los alardes decorativos de las fachadas del Ensanche, que hoy lucen otra vez su colorido de pavo real, y la Sagrada Familia era seg¨²n consenso general un horror sin paliativos, el barrio G¨®tico, con sus palacios, con sus iglesias, la catedral, la iglesia del Pino donde levitaba san Jos¨¦ Oriol y la bas¨ªlica de Santa Mar¨ªa del Mar constitu¨ªan el principal atractivo de la ciudad y lo primero que mostr¨¢bamos a los visitantes forasteros. Aunque ahora a m¨ª no me llevan all¨ª ni atado, porque el barrio est¨¢ infestado de turistas, es un espacio de fantas¨ªa para los lectores de una novela de Ildefonso Falcones, titulada La catedral del mar, de la que se han vendido cientos de miles de copias, o quiz¨¢ millones, y que cuenta las mil peripecias de un muchacho que, saliendo de la miseria como siervo de la gleba, medra y medra y se casa con una dama deliciosa, de alta alcurnia, y entra en la nobleza.
La ciudad del siglo XIV se extend¨ªa desde el mar hasta la actual plaza de Catalu?a; al norte limitaba con el barrio de Santa Mar¨ªa del Mar, al sur con las actuales Ramblas, que eran una especie de riera o r¨ªo seco al pie de las murallas. Creci¨® para englobar dentro de un recinto m¨¢s grande todo el espacio al sur de las Ramblas y atravesado por las calles Carmen y Hospital hasta las actuales rondas, as¨ª llamadas por los caminos de ronda de las nuevas murallas. As¨ª pues, las Ramblas parten esa planta urbana de este a oeste; a un lado queda el barrio del Raval, antes famoso Barrio Chino, solaz de marineros, y hoy un ¨¢rea que la juventud en la cresta de la nueva ola se reparte con las comunidades de inmigrantes norteafricanos y asi¨¢ticos, las cuales marcan sus territorios con peluquer¨ªas, colmados, locutorios telef¨®nicos y carnicer¨ªas halal y los d¨ªas de fiesta se re¨²nen bajo las palmeras de la flamante Rambla del Raval.
Al otro lado quedan el barrio G¨®tico y la Ribera, antiguo barrio de pescadores que hoy atrae a las tiendas m¨¢s chic y exclusivas y los talleres, estudios y viviendas de artistas pijos del norte europeo. Por ah¨ª se circula en bicicleta, afectando aires so?adores, de personaje de Truffaut. La estrecha trama de callejuelas -muchas de ellas bautizadas con los nombres de los gremios que ten¨ªan all¨ª sus talleres: Daguer¨ªa, Tapiner¨ªa, Llibreter¨ªa, etc¨¦tera- que un¨ªa estos dos barrios ser¨ªa cortada a principios del siglo XX por otra arteria fundamental, paralela a las Ramblas, para facilitar el transporte de mercanc¨ªas y descongestionar las comunicaciones entre la zona portuaria y el interior. Alg¨²n cronista nost¨¢lgico lament¨® mucho esa intervenci¨®n de un urbanismo expeditivo que ha desnaturalizado para siempre el laberinto del casco antiguo y la supuesta armon¨ªa de sus flujos formales y de tr¨¢nsito. A cambio, la V¨ªa Layetana, discurriendo junto a unos lienzos de la muralla romana, presenta una serie de edificios de dimensiones colosales, de estampa imperiosa, imponente, aunque un tanto sombr¨ªo y melanc¨®lico debido a la altura de los edificios y la estrechez relativa de la calzada; lamentablemente, su funci¨®n de arteria r¨¢pida, siempre atestada de autos, lo angosto de sus aceras y la atm¨®sfera irrespirable no invitan precisamente a los paseos indolentes.
Los vecinos de uno y otro lado llaman a la V¨ªa Layetana el R¨ªo Grande, para subrayar su condici¨®n de l¨ªmite, de frontera.
Quiz¨¢ ese muchacho que Falcones imagin¨® para protagonizar su best seller entrase en Barcelona por el Portal del ?ngel, la Puerta del ?ngel, donde se abr¨ªa -de ah¨ª el nombre- una de las puertas de la ciudad, presidida por la figura de un ¨¢ngel. Por ah¨ª tambi¨¦n es por donde hoy entran los turistas que quieren conocer algo de la Barcelona medieval, aunque sea s¨®lo algunos de sus lugares m¨¢s destacados. Es un objetivo que se puede alcanzar en el curso de una ma?ana, pero que se puede seguir disfrutando durante toda una vida. Si ahora nosotros entramos tambi¨¦n, no veremos vestigio alguno de la puerta, sino en su lugar una anchurosa avenida comercial y peatonal, siempre atestada de gente, la mitad turistas y la otra mitad ind¨ªgenas que entran y salen de las tiendas; y en lugar de ¨¢ngel lo caracter¨ªstico es el gigantesco term¨®metro de la ¨®ptica Llobet, que ha sido punto de encuentro, de cita, para sucesivas generaciones barcelonesas, aunque ¨²ltimamente los j¨®venes prefieran la marquesina del cercano edificio de El Corte Ingl¨¦s. Especialmente los s¨¢bados y domingos por la tarde, las chicas emperifolladas y nimbadas por la luz triunfal de los escaparates aguardan all¨ª la llegada de sus galanes, para ir del bracete a la discoteca.
Hasta hace relativamente pocos a?os, en Barcelona hac¨ªa mucho fr¨ªo, y el fr¨ªo, seg¨²n detect¨® Josep Pla, entraba en Barcelona por la calle Canuda, a mano derecha de la Puerta del ?ngel. Entraba por ah¨ª como por un t¨²nel que conduce a las Ramblas, y desde all¨ª se difund¨ªa por toda la ciudad. En la calle Canuda se alza el Ateneo, donde Pla se sentaba a platicar con su pe?a, seg¨²n era costumbre, en animadas tertulias de escritores y periodistas. Hoy los socios del Ateneo de edad m¨¢s provecta juegan en esa sala infinitas partidas de ajedrez, y sobre sus cabezas, en la biblioteca que conserva numerosos y refinados trabajos del gran arquitecto Jujol, los socios m¨¢s j¨®venes preparan oposiciones. Y encima de ellos tiene su sede una academia de escritura o escuela de creative writing, de la que fue alumno el abogado Falcones mientras redactaba su best seller. Por cierto que desde que se supo que el autor de La catedral del mar hab¨ªa estudiado en esa escuela el n¨²mero de estudiantes se ha multiplicado a la en¨¦sima potencia. Yo tambi¨¦n me he matriculado all¨ª como alumno en los cursos sobre "escritores raros suramericanos" que imparte Rolando S¨¢nchez Mej¨ªas, ¨¦l mismo un escritor rar¨ªsimo y al que admiro tanto...
Dando unos pasos m¨¢s atr¨¢s se encuentra, junto al Portal del ?ngel, en la calle Montsi¨®, Els Quatre Gats, un local famoso porque en esa sede de la bohemia de principios del siglo pasado se reun¨ªa Picasso en sus a?os mozos con otros artistas de su generaci¨®n. Es un inmueble del arquitecto Puig i Cadafalch, a base de ladrillo rojo, arcos ojivales, hierro forjado, motivos her¨¢ldicos y relieve de Sant Jordi matando el drag¨®n, cosas todas ellas muy querenciosas a la variante catalana del modernismo. A los hombres de aquella generaci¨®n les parec¨ªa una edad de oro aquella ¨¦poca siniestra del medievo hediondo, con sus fueros, sus jerarqu¨ªas, sus gremios, sus epidemias, sus hambrunas y sus fanatismos, y aportaron al estilo modernista esa querencia ojival y caballeresca que con tanta gracia adorna este edificio.
El Portal del ?ngel conduce hasta la plaza de la catedral, una meritoria f¨¢brica religiosa, aunque la fachada sea del siglo XIX y actualmente est¨¦ en fase de restauraci¨®n, cubierta de andamios. A trav¨¦s de las puertas de la ciudad romana, que se conservan todav¨ªa a la derecha de la fachada, y junto a la reconstrucci¨®n decorativa de unos arcos del desaparecido acueducto, entramos en el ¨¢rea de la catedral. Contra su planta noble, amena y esquinada, sus contrafuertes, torres, campanarios, salientes y muros coronados con g¨¢rgolas se aprietan la Pia Almoina (p¨ªa limosna), la Casa del Ardiaca, la Casa del Obispo, y una formidable diadema de iglesias, palacios, conventos, residencias se?oriales y arzobispales, plazas, claustros y patios, rincones llenos de encanto, apenas salpicados por alguna construcci¨®n de arquitectura barroca, que no fue el estilo ni la ¨¦poca m¨¢s lucida de Barcelona. Todo est¨¢ amorosamente conservado y preservado y el conjunto monumental concita tal impresi¨®n de fortaleza y dignidad que acaso experimentar¨ªamos un ataque del famoso s¨ªndrome de Stendhal, la crisis de ansiedad que padecen algunos turistas norteamericanos en Italia cuando se ven frente a tantas y tan bellas y majestuosas obras de arte, pero nos salva de ello la multitud permanente de turistas con sus c¨¢maras de fotos, sus camisetas con el lema ?D¨®nde est¨¢ mi cerveza? y el mel¨®dico resonar de las chanclas contra las losas venerables. Tambi¨¦n es salv¨ªfico y reconfortante el guitarrista que, apostado en cada esquina, toca El concierto de Aranjuez, El amor brujo y Juegos prohibidos.
Cruzando la V¨ªa Layetana y a trav¨¦s de la calle Montcada, salpicada de palacios de los siglos XV-XVIII, dos de los cuales albergan el Museo Picasso, el m¨¢s visitado de la ciudad (aunque compite por esta distinci¨®n con el Museo del F¨²tbol Club Barcelona), en el meollo del barrio m¨¢s in y m¨¢s gentrificado de Barcelona, llegaremos a Santa Mar¨ªa del Mar. Es verdad que desde fuera su f¨¢brica maciza no llama mucho la atenci¨®n a los paseantes que van y vienen hacia los restaurantes y cocteler¨ªas del Born, pero por dentro es una maravilla ese g¨®tico desnudo, elemental, y, gracias a su r¨¢pida construcci¨®n en 54 a?os (1329-1393), la coherencia estil¨ªstica entre todas sus partes y el conjunto. La austeridad de sus paredes lisas, de sus altas naves, sostenidas por las columnas estilizadas, octogonales, sin base, que parecen brotar directamente del suelo y subir vertiginosas hasta abrirse como palmeras en los arcos de crucer¨ªa, cerrados por llaves magn¨ªficas, asombra y admira. Santa Mar¨ªa tuvo la suerte de que le prendieran fuego en el a?o 1936, en los primeros compases de la Guerra Civil, y ardiese en llamas la siller¨ªa del coro, los p¨²lpitos y otros paramentos, que en otras bas¨ªlicas, por ejemplo en la misma catedral, interrumpen la perspectiva de las naves y las l¨ªneas de fuga. En cambio, Santa Mar¨ªa, reducida a su osamenta de piedra y luz, parece m¨¢s espiritual y m¨¢s divina y humana que cualquier otro templo.
RUTA DE VIAJE. Vestigios de la juder¨ªa
Entre los siglos XII y XIV hubo en Barcelona una comunidad hebrea que le dio nombre a las calles del call, o sea de la juder¨ªa, y de la que quedan apenas unos pocos vestigios: los restos de la gran sinagoga, las columnas de unos ba?os rituales para hombres en el fondo de una tienda de muebles, los orificios en alguna porter¨ªa donde se clavaban los mezuza con una plegaria enrollada en su interior, una inscripci¨®n en hebreo en una esquina en la que se rinde tributo al rabino Samnuel Hasard¨ª, los arcos de los ba?os de mujeres en el s¨®tano y cafeter¨ªa de la tienda Caelum, en la confluencia de las calles Banys Nous y de la Palla, que est¨¢ especializada, curiosamente, en pastelitos y dulces procedentes de los conventos de monjas de toda Espa?a. Tambi¨¦n, en cierta esquina, el blas¨®n del Tribunal de la Santa Inquisici¨®n. A los jud¨ªos se les trat¨® cruelmente en Barcelona, como en casi todas partes. Se difund¨ªa la sospecha de que secuestraban ni?os p¨ªos cuando se dirig¨ªan solitos a escuchar la misa y los lapidaban o crucificaban en s¨®tanos inmundos, de que profanaban la hostia consagrada y de que atra¨ªan epidemias de c¨®lera y peste. Cien a?os antes de la expulsi¨®n de los jud¨ªos por los Reyes Cat¨®licos, el call barcelon¨¦s fue arrasado por los vecinos de la ciudad. El ¨²ltimo progrom se desencaden¨® a finales del siglo XIV. Desde entonces no hay una comunidad jud¨ªa en Barcelona. Hoy se intenta recuperar y reconstruir algunos centros religiosos para recrear su ef¨ªmera y torturada presencia.
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