La segunda vida de Bob Frank
Un debutante que se niega a interpretar canciones de su ¨²nico ¨¢lbum en el showcase de presentaci¨®n ante la prensa? Bob Frank (Memphis, 1944) lo hizo en 1972, con el Max's Kansas City neoyorquino abarrotado de periodistas: "Sent¨ªa que mi sello, Vanguard, estaba jugando conmigo. Me hab¨ªan prometido cosas que no estaban cumpliendo y cuando el presidente, Seymour Solomon, se levant¨® en medio del concierto y me lo pregunt¨®, le dije que si alguien quer¨ªa escuchar el jodido disco, se lo comprara", rememora el cantautor estadounidense.
Aquel gesto rebelde ("sobre el escenario s¨®lo yo decid¨ªa lo que cantaba") le cost¨® un par¨¦ntesis de 30 a?os en su carrera: "No hubo despido formal ni nada muy brusco, simplemente se olvidaron de m¨ª y del ¨¢lbum. Ten¨ªa un hijo, mi mujer esperaba el segundo, y opt¨¦ por buscar otro tipo de trabajo, desilusionado con la industria. Tampoco era tan feliz como m¨²sico. No llevas las riendas de tu vida con la libertad que la gente err¨®neamente imagina", se consuela Frank, reaparecido en 2002 de la mano del productor Jim Dickinson (Bob Dylan, The Rolling Stones, Big Star, John Hiatt...) y ahora con el oscuro y deslumbrante World without end (D¨¦cor/Pop stock!) reci¨¦n horneado.
En su otra vida, Frank se dedic¨® a instalar sistemas de riego. Su ¨¢lbum hom¨®nimo de los setenta, joya de la Americana pendiente de reedici¨®n -"est¨¢ en manos de un abogado seguidor de mi m¨²sica"-, desarroll¨® un estatus de culto. Y ¨¦l nunca dej¨® de escribir, afincado en San Francisco: "Acumulo cientos, miles de canciones, y me encanta la idea de que queden grabadas para siempre". Bob ha editado cinco discos desde su resurrecci¨®n: "Se lo debo a la mano que me ech¨® Jim al producirme gratis el primero y al esfuerzo de mi hija y su marido para crear mi p¨¢gina en internet. Me han devuelto al mapa".
Bob Frank conoc¨ªa a Dickin
son desde los sesenta, cuando ambos tocaban en los caf¨¦s de Memphis. Con otro m¨²sico sure?o mucho m¨¢s joven, John Murry (Tupelo, Misisipi, 1980), Bob firma a medias World without end, su disco de murder ballads. "Fue idea de John. Y optamos por no tirar de los cl¨¢sicos del g¨¦nero, sino por escribir temas propios sobre historias reales de asesinatos nunca musicadas. No nos interesaba la moralina, s¨®lo lo dram¨¢tico". Diez casos hist¨®ricos de violencia en Estados Unidos, sucedidos entre 1796 y 1961, ocupan el ¨¢lbum. Narrados desde el punto de vista de la v¨ªctima o desde el del asesino, y fruto no s¨®lo de una investigaci¨®n documental. "Algunos episodios ya los conoc¨ªamos. John creci¨® oyendo lo que le pas¨® a cierto sujeto en Tupelo, y la historia, por ejemplo, de Bubba Rose ocurri¨® en mis tiempos de instituto. Me la cont¨® mi t¨ªo". Conviene aclarar tanta negrura: el individuo de Tupelo era un racista moribundo al que uno de sus linchados le hab¨ªa profetizado la muerte antes de expirar, mientras que Bubba Rose salt¨® a los peri¨®dicos en los sesenta por despacharle un tiro inopinado a su jefe. Y as¨ª, horror tras horror, sin que nada impida a la m¨²sica de World without end envolver al oyente.
Frank y John Murry comparten una influencia: la del escritor sure?o por antonomasia, William Faulkner, tatarabuelo de Murry. Y Bob lo detalla: "He le¨ªdo toda su obra. No escribimos como ¨¦l, claro est¨¢, pero result¨® muy importante para nuestro disco, tan lleno de viejos espectros. Al primer personaje, Little Wiley Harpe, le menciona incluso en uno de sus libros. Y estoy de acuerdo con ¨¦l: el pasado nunca acaba".
El factor meridional lleva
a Bob no s¨®lo a reconocer la guerra de Secesi¨®n como uno de sus intereses ("es algo de lo que siendo del Sur no te puedes alejar"), sino tambi¨¦n a recordar su ¨¦poca de compositor a sueldo en Nashville, previa al debut en 1972. "Trabaj¨¦ en la misma editorial musical que Kris Kristofferson, aunque no llegu¨¦ a conocerle. No es cierto en cambio que compartiera piso con John Hiatt, s¨®lo le aloj¨¦ una noche cuando aterriz¨® muy joven en la ciudad. Su biograf¨ªa deforma la verdad: no durmi¨® en un parque, sino en el suelo de mi peque?o apartamento. En realidad durante a?os no tuve ni para ropa interior, s¨®lo un par de pantalones y de camisetas. Y a menudo iba sin zapatos".
Un Randy Newman descalzo: as¨ª le llam¨® alg¨²n plumilla entonces. Bob lleg¨® a compartir cartel con Tim Buckley o Lightnin' Hopkins y las primeras cr¨ªticas de su disco fueron buenas. Luego, fundido en negro. "Alguno me busc¨® sin ¨¦xito: un noruego que cre¨® una p¨¢gina en internet o un periodista que titul¨® ?Qu¨¦ fue de Bob Frank?". Hoy ya se sabe: escrib¨ªa sin freno.
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