Draculae, hijo de Drac
Ante todo, me presentar¨¦. Me llaman Dr¨¢cula. Me conoc¨¦is. Me atrevo a decir que mejor, incluso, de lo que pens¨¢is... s¨ª.
Como es sabido, le debo mi nombre a uno de los pr¨ªncipes de Valaquia, Vlad III, tambi¨¦n apodado Tepes, el Empalador, por su afici¨®n a esa modalidad, para mi gusto poco refinada, de eliminar a sus enemigos, y tambi¨¦n conocido como Draculae: hijo del Drac (drag¨®n, en h¨²ngaro), pues su padre pertenec¨ªa a la orden del mismo nombre, creada por Segismundo para combatir a los turcos. No hay dragones en la mitolog¨ªa rumana, pero s¨ª hay demonio: dracul. El nombre contribuy¨® a dotarme de un perfil siniestro; la casa familiar, el imponente y sombr¨ªo castillo de Bran, en Transilvania, hizo el resto. Pero yo no nac¨ª all¨ª. Nac¨ª en una noche de junio de 1816, en una villa del Adri¨¢tico, en la mente de Polidori, el m¨¦dico de un tal Byron, y nac¨ª viejo, aunque no de apariencia. La apariencia es importante para los personajes. F. Murnau me perfil¨® huidizo; debi¨® comprender hasta qu¨¦ punto me siento a veces perdido en mi ser, debiendo adoptar la consistencia de las sombras... s¨ª.
Llevo conmigo, a todas partes, mi condici¨®n de muerto viviente. Una conciencia dif¨ªcil. ?sa es mi condena
Eso fue en 1922. Pero fue Bram Stoker, en 1897, quien hizo de m¨ª aquello que conoc¨¦is o, mejor dicho, aquello que cre¨¦is conocer de m¨ª... s¨ª. ?l escuch¨® a Arminius Vamb¨¦ry. Le cont¨® la historia de la condesa Carmilla, que desangraba a las muchachas para ba?arse en su sangre y as¨ª conservar su belleza. Puede que eso le hiciera pensar en los vampiros. No hay murci¨¦lagos vampiros en Transilvania. Sin embargo, agradezco esa capacidad de metamorfosis. Es mucho m¨¢s interesante trepar por las paredes que arrastrarse como las sombras. ?Lo hab¨¦is so?ado alguna vez? S¨¦ que so?¨¢is con volar; ?hab¨¦is probado a desplazaros verticalmente con la agilidad que s¨®lo poseen esas criaturas nocturnas? Es una sensaci¨®n ¨²nica. ?se es mi verdadero goce, no el de sorberles la sangre a los que llam¨¢is mis v¨ªctimas. Eso, por el contrario, es mi condena. El placer les pertenece a ellas, a las v¨ªctimas, en raz¨®n de la debilidad que tienen los seres humanos para la libertad, su ansia de descansar en otro, bajo sus alas y su poder. Mis alas son de seda oscura.
Actualmente siento por ellos la compasi¨®n que Neil Jordan puso en el coraz¨®n de Louis. La compasi¨®n es un bien. Puede que la compasi¨®n sea lo que acabe conmigo... s¨ª.
?Sab¨¦is que la hembra del murci¨¦lago vampiro puede almacenar el esperma en una bolsita cerca de la vagina, hasta la pr¨®xima temporada? S¨ª, yo tambi¨¦n puedo esperar que las condiciones sean favorables. Lo hago cada vez que creen acabar conmigo. Vuelvo a mi f¨¦retro y espero. Mi f¨¦retro... s¨ª. Lo llevo a cuestas. Llevo conmigo, a todas partes, mi condici¨®n de muerto viviente. Una conciencia dif¨ªcil. ?sa es mi condena. Recuerdo que un cineasta de nombre Coppola quiso verme as¨ª. Le a?adi¨® a mi historia algo importante, una raz¨®n de ser. Pocas cosas me complacieron tanto como los primeros fotogramas de esa pel¨ªcula, aquellos en los que Vlad Tepes, entendiendo que su dios le hab¨ªa traicionado mientras serv¨ªa su causa, maldice al creador y arroja su lanza al centro de la cruz.
De la cruz mana sangre, y el dios le maldice. La inmortalidad como castigo... s¨ª. Nunca dej¨¦ de tener sed. Sed de sangre viva, de vida real, con su muerte al cabo. Porque ser inmortal teniendo sed es peor que tenerla siendo mortal. Como todos vosotros, como todos. La sed de vida, ¨¦sa es la cruz, ¨¦sa, la condena... s¨ª. Lo que vais a buscar cuando os acerc¨¢is a otro, lo que ven¨ªs buscando cuando pens¨¢is en divertiros no es otra cosa, ?acaso no lo veis?, que esa sangre que os falta para vivir plenamente una vida con su muerte. Os cre¨¦is inmortales. La inmortalidad... ?qu¨¦ hermosa palabra, ?verdad? S¨ª... me conoc¨¦is muy bien. Es tiempo, ahora, de que me reconozc¨¢is. Yo soy de los que se reconocen.
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