El movimiento
El d¨ªa empez¨® con una sorpresa agradable para los lime?os, que est¨¢bamos viviendo el invierno m¨¢s crudo en muchos a?os. Hab¨ªa un cielo claro, como perdido de otra estaci¨®n, que r¨¢pidamente llen¨® el malec¨®n de peatones y corredores. Al mediod¨ªa, para mayor sorpresa, apareci¨® un sol veraniego que se mantuvo en alto durante buena parte de la tarde.
A las siete menos veinte, yo estaba sentado frente al ordenador, oyendo vagamente a mi hijo que habla por tel¨¦fono. De pronto, la pantalla empez¨® a moverse de un lado a otro, lo mismo que las fotograf¨ªas en la pared (mientras escribo veo que siguen torcidas, a¨²n paralizadas en el balanceo).
Cuando escuch¨¦ a mi hijo decir "voy a colgar porque hay un temblor", me pareci¨® exagerado. Vivir en Lima nos ha acostumbrado a los temblores, y, por lo general, ¨¦stos s¨®lo duran algunos segundos.
Segu¨ª frente a la m¨¢quina hasta que vi las plantas y las cortinas moverse. De pronto el piso cobr¨® una fuerza monstruosa. Est¨¢bamos encima de un movimiento ondulatorio, como el de un barco en una tormenta. En la ventana, retumbaba el sonido de un tren. Me puse en el umbral de la puerta con uno de mis hijos, mientras me comunicaba con el otro (a trav¨¦s de los gritos m¨¢s tranquilos de los que era capaz), en el segundo piso. Cuando el movimiento pareci¨® amainar, intent¨¦ tranquilizarlos. La realidad me contradijo, pues de pronto el movimiento se convirti¨® en una serie de sacudidas violentas. "Vamos a la calle", dijo mi hijo mayor.
Nunca he pasado tanto tiempo bajando las escaleras de mi casa, agarr¨¢ndome a las barandas, buscando con esfuerzo cada pelda?o, mir¨¢ndonos salir.
En la acera, nos encontramos con los vecinos. Todos hablando al mismo tiempo (nada une m¨¢s a la gente que compartir una cat¨¢strofe). Mi esposa lleg¨®. El terremoto la hab¨ªa sorprendido entre un puente y unos edificios que se balanceaban. Nos abrazamos.
Durante las siguientes horas, se sucedieron las im¨¢genes. El mensaje del presidente Garc¨ªa, las terribles noticias en Ica, los reproches a las empresas telef¨®nicas por la falta de comunicaciones, las entrevistas a los expertos, los protocolos del duelo. La vida sigue, pero no para todos.
Mientras he escrito este texto ha habido algunos temblores. En este mismo instante hay otro. Pero nada serio. Hasta dentro de muchos a?os, espero. Seguiremos recordando el sol que apareci¨® temprano ese d¨ªa de agosto.
Alonso Cueto, escritor peruano, gan¨® el Premio Herralde de novela en 2005 y el Planeta-Casa de Am¨¦rica de 2007
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