Corrida triunfal

La corrida fue triunfal porque hubo triunfo de toros y toreros. ?Ya era hora! Al primero que salt¨® a la arena se le premi¨® con la vuelta al ruedo, y los dem¨¢s, todos con escasas fuerzas, sirvieron para el toreo moderno. Enrique Ponce entusiasm¨® a los tendidos y cort¨® tres orejas, aunque le pidieron cuatro. Joselito Ortega tambi¨¦n obtuvo trofeo. Lo dicho: un triunfo en toda regla, muy merecido por esta sufrida afici¨®n que ha aguantado muchas tardes de soberano aburrimiento.

Pero, ?c¨®mo fueron esos triunfos? Hombre, pues seg¨²n y c¨®mo.

El toro de Rom¨¢n Sorando se asom¨® por chiqueros como un alma en pena, pero se encel¨® con el caballo y no hab¨ªa manera de sacarlo en los dos picotazos que recibi¨®. Se doli¨® en banderillas y lleg¨® a la muleta con recorrido y extraordinaria nobleza. Fue un toro nobil¨ªsimo, de embestida dulce como el alm¨ªbar, pero con las fuerzas muy justas. Dobl¨® varias veces las manos, y no se desplom¨® en la arena porque ten¨ªa delante al mejor enfermero del toreo, que lo cuid¨® y mim¨® en todo momento. En resumen, un toro de enorme calidad, al que no sobr¨® el poder¨ªo que se le supone a los toros bravos.

?Y Ponce? Como es torero conocido por todos, no hace falta presentaci¨®n alguna. Conoce los secretos de la t¨¦cnica, es inteligente y demuestra una suficiencia insultante. Salud¨® a ese toro con unas garbosas ver¨®nicas y lo quit¨® por elegantes chicuelinas. No lo oblig¨® con la muleta, se dedic¨® a acariciarlo y toda la faena fue bonita, fr¨ªa, impersonal, sin hondura ni emoci¨®n. En una palabra, no se embraguet¨® con el toro, que es condici¨®n necesaria para el triunfo.

Inv¨¢lido fue el cuarto, pero consigui¨® que embistiera en el tercio final y volvi¨® a ganarse al p¨²blico con una faena muy larga, facilona, con pases de todas las marcas, pero todos m¨¢s cercanos a la bisuter¨ªa que al toreo profundo. Quiz¨¢, la bondad del toro merec¨ªa ese toreo epid¨¦rmico. A fin de cuentas, los dos que le tocaron en suerte fueron dignos representantes del moderno toro artista.

El joven Joselito Ortega torea poco y no lo puede ocultar, pero sus carencias las suple con una encomiable entrega y valent¨ªa. Muy voluntarioso en su primero, se justific¨® sobradamente y, por momentos, lleg¨® a brillar tanto a la ver¨®nica como al natural. Volvi¨® a lucirse a la ver¨®nica en el sexto, meciendo muy bien los brazos, y plant¨® cara a su encastado oponente con gallard¨ªa y arrestos muy meritorios. Su valiente apuesta fue muy apreciada por sus paisanos, que cantaron el toreo alegre y apasionado de Ortega. Sus maneras inexpertas son discutibles, pero su triunfo, le valga o no para el futuro, fue leg¨ªtimo.

Y las broncas se las gan¨® con todo merecimiento Javier Conde. Sus toros fueron del mismo estilo que los dem¨¢s, blandos y nobles, pero ¨¦l no los vio y toda su labor transcurri¨® entre el choteo general. No es posible el toreo si se ejecuta con aceleraci¨®n, sin ajuste y cargado de precauciones.