Cr¨®nica con buganvillas
Las buganvillas en flor a lo largo del muro. A menudo, no importa qu¨¦ est¨¦ haciendo o en qu¨¦ ande pensando, me vienen las buganvillas en flor, azules y moradas, a lo largo del muro, el viejo y oscuro muro de mi infancia, entre la traves¨ªa y el callej¨®n. Tanta sombra, siempre, por debajo de la buganvilla: e insectos diminutos, lagartijas, amenazas. Recuerdos as¨ª: mi bisabuela, aturdida, desataba un pa?uelo de bolsillo y desparramaba un mont¨®n de joyas en la mesa. Me quitaba los caramelos y se los com¨ªa ella con esa boca el¨¢stica de los viejos, la expresi¨®n de Popeye que tienen todos: s¨®lo les faltan los b¨ªceps y la pipa. Me olvidaba del ancla tatuada: les falta tambi¨¦n el ancla tatuada, claro. Antes del desatino, mi bisabuela se met¨ªa en el tren, a escondidas, para ir a jugar a la ruleta en el casino. De Benfica a Estoril quietecita, con miedo a que la reconociesen. Antes de comenzar a escribir Memoria de elefante, me pas¨¦ un a?o entero jugando todas las noches en el casino. No a la ruleta
"Sal¨ªan con abrigos de piel, frioleras, caminando, como Cristo sobre las aguas"
(nunca me gust¨® la ruleta)
sino a la banca francesa. Al cabo de un mes ya conoc¨ªa a muchas personas con el mismo vicio. Y a las mujeres que se prostitu¨ªan s¨®lo para tener dinero y poder seguir jugando. Llegaba a las once y sal¨ªa a las tres de la ma?ana, cuando se cerraban las puertas. En muchas ocasiones me iba con alguna de esas mujeres: viv¨ªa en un apartamento peque?ito, por encima del mar. He descrito buena parte de esto en la novela. He descrito tambi¨¦n el apartamento. Las pas¨¦ moradas para dejar el casino. Supongo que sufr¨ªa un poco: de soledad, de no ser capaz de crear. Ten¨ªa dos hijas. No ten¨ªa nada salvo mi esterilidad en cuanto artista. No cog¨ªa el papel, no cog¨ªa la pluma, la cabeza se me hab¨ªa vaciado. La guerra, al lado de esta miseria, hab¨ªa sido el Para¨ªso para m¨ª. Es la primera vez que hablo del dolor de la impotencia, e imagino lo que ser¨¢ el martirio de los hombres que fracasan en la cama. Y, no obstante, si me diesen a elegir, preferir¨ªa eso a la imposibilidad de la escritura. Sigo prefiriendo eso
(y todo lo dem¨¢s)
a la imposibilidad de la escritura. ?Por qu¨¦? No merece la pena preguntar por qu¨¦. Es as¨ª. Y ser¨¢ as¨ª hasta el final.
Las buganvillas en flor a lo largo del muro, azules y moradas a lo largo del muro. Qu¨¦ destino del demonio es este que hace que un hombre
(que hace que yo)
mate incluso, si fuere necesario, para proteger un hado que no da ni goce ni alegr¨ªa. Hacer libros es una tarea que no asocio al placer. Y, no obstante, ?qu¨¦ otra cosa me interesa de verdad? Adem¨¢s me ha vuelto humilde, es decir, me ha dado un orgullo humilde. Quer¨ªa ser el mejor. Soy el mejor. ?Y? ?Qu¨¦ he ganado con eso? M¨¢s miedo a escribir, m¨¢s humildad todav¨ªa. Hola, buganvillas en flor a lo largo del muro.
En la sala de juego, me acordaba de mi bisabuela: ?cu¨¢l era su mesa? ??sta, aqu¨¦lla? ?Vender¨ªa cosas, como tantos hacen, para comprar fichas? En los casinos, y eso es algo que siempre me ha perturbado, nadie sonre¨ªa. Expresiones indiferentes. Personas, que se notaba que eran pobres, apostando unos dinerillos menudos; personas, que no sospechaba que fuesen ricas, lanzando al pa?o, con desd¨¦n, en una sola jugada, m¨¢s que todo mi sueldo. Los crupi¨¦s lo recog¨ªan, imperturbables. Se?oras elegantes en el bar que cruzaban las piernas, con el comienzo del liguero al aire, fumando con una expresi¨®n absorta. Echaban nubes blancas por la nariz. Homosexuales a la deriva como los perros en las playas desiertas, intentando descubrir un olor que los guiase. Inspectores de esmoquin con un paso lento de flamencos. Y yo un a?o entero
(buganvillas, buganvillas)
en esto. En momentos de suerte, las se?oras elegantes me convocaban con la boquilla, poniendo el liguero un poco m¨¢s a la vista, y yo me met¨ªa la mano en el bolsillo para disimular el entusiasmo. Vistas de cerca no eran tan j¨®venes, y al dejar el whisky sus bocas eran amargas. Pero era bueno que me susurrasen amabilidades al o¨ªdo, que acababan con una puntita de lengua que me estremec¨ªa. U?as que buscaban los espacios entre los botones de mi camisa. Rodillas contra mis caderas. Sal¨ªan con abrigos de piel, frioleras, caminando, como Cristo sobre las aguas, sobre sus tacones de aguja. Durante d¨ªas y m¨¢s d¨ªas mi coche
(un pobre coche siempre sucio)
ol¨ªa a perfume, y ah¨ª est¨¢n las buganvillas en flor a lo largo del muro, el viejo y oscuro muro de mi infancia, entre la traves¨ªa y el callej¨®n. Tanta sombra e insectos diminutos, lagartijas, amenazas. Una ma?ana de vacaciones, una serpiente: no una serpiente grande, es evidente, una de esas peque?as, inofensivas. La aplast¨¦ con una piedra, la ensart¨¦ en una ca?a, fui a asustar a mi madre con aquello:
-Quita esa porquer¨ªa de mi vista.
Dios m¨ªo, la cantidad de porquer¨ªas que deber¨ªa haber quitado de la vista. ?Estar¨¦ a¨²n a tiempo de comenzar ahora?
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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