Cabina de confesiones
En la pared hay siempre una imagen de La Meca y relojes que indican la hora de varios pa¨ªses. Desde una pantalla de televisi¨®n va transcurriendo alguna pel¨ªcula de Lolywood o Bollywood, mientras las puertas se abren y cierran repitiendo el mismo ritual: marcar, hablar, colgar.
-?Amigo! ?No se escucha, amigo!
-Cuando te contesten aprieta almohadilla.
Voces sincronizadas en horarios dispares cuentan historias en tagalo, ruso, punjabi, rumano, quechua, urdu, ¨¢rabe, bangla, bereber, hindi, franc¨¦s, ingl¨¦s, italiano, portugu¨¦s, alem¨¢n, guaran¨ª, catal¨¢n y espa?ol.
El locutorio es el confesionario moderno. Sus cabinas son c¨®mplices del deseo y la a?oranza, mensajeras de la desesperaci¨®n y la ilusi¨®n. Ant¨ªdoto contra el aburrimiento.
Los habit¨¢culos son c¨®mplices del deseo y la a?oranza, mensajeros de la desesperaci¨®n y la ilusi¨®n
Cuando cae la tarde, los amantes se besan en danzas verbales que mitigan la distancia. Se miran con el o¨ªdo y se tocan con la voz.
Madres que abrazan a sus hijos en encuentros que se cobran a diez c¨¦ntimos por minuto. Padres que desde el destierro reprenden a los suyos:
"Con ese dinero te compras tu chompita, pero no te lo gastes todo. No abuses. Obedece a tu madre y a tus abuelos. Ya no ri?as con tu hermano m'hija, no quiero volver a escuchar una queja de tu madre".
Los peque?os que andan por ah¨ª juegan con las puertas, dejando las marcas de sus dedos ensalivados y pegajosos. Ellas se enojan: "?Deja ya!, ?comp¨®rtate!". Los ni?os se fastidian, tambi¨¦n quieren hablar.
Cabinas intermediarias de sentimientos, arreglos familiares y asuntos laborales.
"Que me han estafado, me sacaron 3.000 euros para hacerle los papeles a mi hermano y se quedaron con la plata".
En total, 17 compartimentos, uno junto del otro, enmarcan rostros multicolores que se descubren desde el cristal: una mujer africana de prolongadas trenzas se aferra al tel¨¦fono sin parpadear, una espa?ola con ropa diminuta y grandes problemas se aflige al hablar: "Te lo he dicho, se pasa todo el d¨ªa con pastillas, ya no aguanto m¨¢s".
Las cabinas siguen escuchando. Un paquistan¨ª pregunta por la familia en Islamabad: "Tumhry khandan ka kia hal hi". Una rumana comienza la conversaci¨®n: "Alo priviet cak dila", "buna. Cum traiti". Una filipina avisa al otro lado del mar que ha encontrado trabajo: "Akoy maligaya, meron na akong trabaho". Un viajero revela sus coordenadas: "Hallo... ja, wir sind gut angekommen, ja... suuuper Barcelona!". Un argelino miente a su madre y dice que se encuentra bien: "Rani labass el hamd¨² li allah".
Bendito refugio de forasteros es esa esquina de las barcelonesas calles de Carretes y la Cera, donde pocos conocen aquello: "Al carrer de les Carretes hi ha un carro, un carret¨®, que carrega i descarrega carretades de carb¨®"; pero con toda seguridad, ah¨ª a nadie se le traba la lengua.
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