Mongolia se encomienda a Gengis Jan
Los monjes recitan las oraciones. Como el ir y venir de las olas. Es un canto polif¨®nico, en ocasiones gutural. Votos, tankas y tambores cuelgan del techo. Los fieles giran en el interior del templo en el sentido de las agujas del reloj. Rojo, verde, azul. Una anciana deja la sala caminando hacia atr¨¢s para no dar la espalda al altar. M¨¢s all¨¢, ora una joven de camiseta ajustada y pechos cobrizos. De repente, los monjes interrumpen el rezo, soplan las cornetas, chocan los platillos, aceleran el ritmo, y callan. El sol rebota sobre una viga roja e ilumina la cara de un novicio pel¨®n. En la mano, un rosario; en la mu?eca, un reloj digital. El olor a grasa rancia se funde con el silencio, mientras las llamas de las velas se agitan como espigas.
La enorme figura sentada en el trono respira poder¨ªo, pero tambi¨¦n paternalismo
Aparece la estepa mongola, salpicada de 'yurtas' y manadas de vacas, caballos y camellos
Se cree que fue enterrado en su regi¨®n natal, pero la tumba nunca fue encontrada
El monasterio de Gandan (1838), en Ulan Bator, capital de Mongolia, bulle a media ma?ana. Es el mayor del pa¨ªs. Gente de todas las edades, n¨®madas de la estepa y viajeros dejan donativos ante las urnas en las que descansan budas dorados, figuras de mantequilla de motivos geom¨¦tricos, y una foto del Dalai Lama.
Los monjes, envueltos en sus t¨²nicas granate y naranja, practican el ritual diario del c¨¢ntico conocido como bat tsagaan. Siguen la vieja tradici¨®n, en este pa¨ªs en el que el budismo volvi¨® a florecer tras el regreso de la libertad religiosa con la democratizaci¨®n, en 1990. Durante la represi¨®n comunista, en la d¨¦cada de 1930, fueron destruidos alrededor de 900 monasterios y asesinados miles de monjes. En Gandan, llegaron a vivir 5.000. Hoy son unos 900.
Pero, con la democracia, Mongolia no s¨®lo recuper¨® la libertad de culto, sino tambi¨¦n el derecho a honrar al hombre que encarna la uni¨®n del pa¨ªs: Gengis Jan (1162-1227), fundador, en el siglo XIII, del imperio mongol, uno de los mayores de la historia, que lleg¨® a extenderse desde la pen¨ªnsula coreana hasta el Danubio.
La sola menci¨®n de su nombre evoca terror y barbarie, pero, para Mongolia, se ha convertido en un icono omnipresente, y en aglutinador de un Gobierno que busca c¨®mo relanzar una naci¨®n en la que el 36% de sus 2,9 millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza. El aeropuerto de Ulan Bator se llama Chinggis Khaan (Gengis Jan, en mongol), y el mismo nombre lucen uno de los mejores hoteles de la capital, cervezas, vodka, bebidas energ¨¦ticas, restaurantes y clubes nocturnos. Su rostro -o la representaci¨®n de lo que se imagina que fue- con barba de chivo, bigote fino y ojos de acero est¨¢ por todo el pa¨ªs, como si de un dios se tratara. Al igual que Mao Zedong reina en los billetes en China, Gengis Jan lo hace en los de Mongolia.
Hasta tal punto el emperador es una herramienta de mercadotecnia, que muchos libros de historia de Mongolia se titulan La Mongolia de Gengis Jan. Y no porque abarquen ¨²nicamente los casi dos siglos que sus huestes y las de sus sucesores dominaron gran parte del mundo, sino porque sus autores estiman que la Mongolia de hoy tambi¨¦n le pertenece.
El a?o pasado se cumpli¨® el 800? aniversario de la unificaci¨®n de las tribus n¨®madas mongolas por parte de quien al nacer fue llamado Temujin, en referencia a un l¨ªder t¨¢rtaro al que su padre hab¨ªa matado poco antes, y del inicio de lo que ser¨ªa una extraordinaria sucesi¨®n de conquistas.
En la plaza Sukhbaatar, a las puertas del Parlamento, una gran estatua de bronce da una idea del lugar que Gengis Jan ocupa en la memoria colectiva. Fue colocada el a?o pasado en sustituci¨®n del mausoleo que conten¨ªa el cuerpo de Damdin Sukhbaatar, el l¨ªder revolucionario que logr¨® la independencia de China, en 1921, pero que abri¨® las puertas a 70 a?os de comunismo bajo el paraguas sovi¨¦tico.
La enorme figura, sentada en el trono, con las piernas abiertas y las manos firmemente apoyadas en los reposabrazos, respira poder¨ªo; pero, tambi¨¦n, paternalismo. Extiende la mirada sobre el pavimento de la plaza, donde pasean las familias y patinan algunos j¨®venes. Del antiguo l¨ªder, dijo Nambaryn Enkhbayar, presidente del pa¨ªs, el d¨ªa en que fue desvelada la estatua: "Que el esp¨ªritu del gran Gengis Jan inspire en el futuro al pueblo mongol y le conduzca de nuevo a la prosperidad".
A pocos minutos en coche de all¨ª, una de las personas m¨¢s respetadas de Mongolia descifra desde hace meses las claves del origen y la existencia de Gengis Jan. Vive en un bloque de aire sovi¨¦tico. Una escalera, de paredes desconchadas, conduce a un modesto apartamento. En la esquina de una habitaci¨®n repleta de libros, un hombre mayor repasa unos folios. Viste pantal¨®n corto y pantuflas. Dalantai Tserensodnom, miembro de la Academia de Ciencias de Mongolia, est¨¢ trabajando en una nueva interpretaci¨®n de la obra literaria m¨¢s antigua del pa¨ªs, La historia secreta de los mongoles. Escrita por un autor an¨®nimo poco tiempo despu¨¦s de la muerte de Gengis Jan, narra sus conquistas en un tono ¨¦pico; en ocasiones, folcl¨®rico. El libro fue redactado originalmente en lengua uigur, pero los manuscritos que sobrevivieron derivan de una versi¨®n en caracteres chinos.
Tserensodnom, de 70 a?os, que ya realiz¨® una traducci¨®n comentada en 1993, levanta la mirada de los papeles y dice: "A diferencia de lo que muchos creen, Gengis Jan naci¨®, probablemente, en 1155".Habla despacio de la vida de Temujin ni?o y de sus gestas a caballo, y explica que est¨¢ intentando describir c¨®mo era Mongolia y qu¨¦ hizo aquel conquistador. "Gengis Jan no era como la historia le ha dibujado", afirma. "Cuando ten¨ªa nueve a?os, su padre muri¨® envenenado. Fue el unificador de todas las tribus".
La pasi¨®n por el antiguo emperador embarga a algunos mongoles hasta el extremo. A las afueras de Ulan Bator, en un barrio de casas de tablones de madera y yurtas (la vivienda redonda tradicional de los n¨®madas, fabricada con postes ligeros y fieltro blanco), est¨¢ la sede de la autodenominada Academia Mundial de Gengis Jan, una asociaci¨®n que reivindica la figura del gran gobernante y pretende recuperar sus rituales de culto al cielo. "Hay una visi¨®n err¨®nea sobre ¨¦l. La gente s¨®lo conoce su faceta militar, pero no su filosof¨ªa", asegura Purev-Oidoviin Davaanyam, que se dice descendiente en la l¨ªnea geneal¨®gica del l¨ªder. En un gran ¨®leo, el emperador cabalga sobre un corcel pelirrojo.
Pero no todos en Mongolia idolatran al guerrero. Sentado en el Gran Jan, el bar de moda de la capital, Dashzeveg, un m¨¦dico anestesista de 45 a?os, afirma: "Todo el mundo sabe que era un asesino, todo el d¨ªa cabalgando y matando. ?Cu¨¢nto dur¨® su imperio? ?Qu¨¦ construy¨®? ?Qu¨¦ legado dej¨®?". Entre algunos j¨®venes, el sentimiento es similar. "Gengis Jan vivi¨® hace 800 a?os. ?Qu¨¦ puede aportar hoy? Mongolia debe mirar hacia el futuro", dice un artista local.
Se cree que Temujin naci¨® cerca del r¨ªo Onon, en el noreste de la actual Mongolia. Seg¨²n La historia secreta de los mongoles, lleg¨® al mundo con un co¨¢gulo de sangre encerrado en el pu?o derecho. Su padre, jefe de una de las tribus locales, fue envenenado por los t¨¢rtaros. Tras una ni?ez de precariedad y violencia -a los 13 a?os, mat¨® a sangre fr¨ªa a un hermanastro tras una discu-si¨®n-, lleg¨® a lo m¨¢s alto, por medio de alianzas y batallas. En 1206, unific¨® todos los clanes rivales, y se proclam¨® Gengis Jan (El gobernante universal). Ten¨ªa 44 a?os. Estaba listo para conquistar el mundo.
El objetivo inicial fue China, que, entonces, estaba dividida en tres Estados. El verano de 1215, cay¨® Pek¨ªn. Luego vino, bajo su reinado y el de sus descendientes, la expansi¨®n hacia el oeste: lo que hoy son Afganist¨¢n, Rusia, Turqu¨ªa, Irak, Ir¨¢n, Polonia, Hungr¨ªa.
El todoterreno ruso sale de Ulan Bator, camino de Karakorum, la antigua capital del reino mongol, situada 370 kil¨®metros al suroeste. Rueda mansamente sobre el asfalto. Deja atr¨¢s calles melanc¨®licas, en las que a¨²n se yergue una estatua de Lenin, bajo la que dormitan los mendigos.
Al poco rato, aparece en todo su esplendor la estepa mongola, infinita, de colinas sensuales, salpicada de yurtas y manadas de caballos, vacas, cabras y camellos. El coche ha tenido que abandonar la carretera. Navega sobre la hierba, que a¨²n no brilla verde debido a la escasez de lluvias. Luego, comienza a dar botes sobre las pistas de tierra, que se ramifican hasta el horizonte como si formaran un gran estuario. Los veh¨ªculos -muchos de ellos, camiones cargados de cachemira- arrastran estelas de polvo.
En el retrovisor quedan Atar y Lun, dos pu?ados de caba?as alineadas al borde de la carretera, donde los locales almuerzan sopas de patata y cordero. El sol cae a plomo, pero el aire no quema. Aqu¨ª y all¨¢ se elevan torbellinos del suelo. El polvo se cuela en la cabina. Poco despu¨¦s, el coche sube un repecho, deja tres estupas (santuarios budistas) blancas a la derecha, y accede a Orkhorndii Khondii, una planicie de varios kil¨®metros de longitud, flanqueada por colinas al norte y al sur, donde las tropas de Gengis Jan pasaban largas temporadas estacionadas.
Gran parte de su reputaci¨®n salvaje la gan¨® durante la conquista del imperio Khwarezm, emprendida despu¨¦s de que uno de los gobernadores, Inalchuq, ordenara asesinar a los miembros de una caravana comercial y a un grupo de embajadores mongoles. En venganza, Gengis Jan destruy¨® ciudad tras ciudad a sangre y fuego. Cuando captur¨® a Inalchuq, lo ejecut¨® verti¨¦ndole plata fundida en los ojos y los o¨ªdos.
Al declinar el sol, el UAZ ruso llega a Kharkhorin, un poblado inh¨®spito construido durante la ¨¦poca sovi¨¦tica en las inmediaciones de donde estuvo Karakorum, ciudad en la que convivieron budistas, cristianos y musulmanes, y una extensa comunidad extranjera; entre otros, persas y chinos.
Gengis Jan estableci¨® en este lugar, ba?ado por el r¨ªo Orkhon, la base de su imperio, en 1220. Pero Karakorum s¨®lo sobrevivi¨® unas d¨¦cadas. En 1267, su nieto Kublai Jan -el m¨¢s brillante de sus sucesores y fundador de la dinast¨ªa china Yuan (1271-1368)- desplaz¨® la capital a Khanbalik (hoy Pek¨ªn). En 1368, Bilikt Jan, el ¨²ltimo emperador Yuan, regres¨® a Karakorum. Veinte a?os despu¨¦s, el Ej¨¦rcito chino invadi¨® Mongolia, destruy¨® Karakorum, masacr¨® a sus habitantes y captur¨® a 70.000 personas. Aunque despu¨¦s fue reconstruida en parte, finalmente fue abandonada.
Con las piedras de las ruinas, fue edificado, en 1585, el monasterio budista de Erdenezuu. La mayor¨ªa de sus templos fueron arrasados durante los a?os comunistas. Hoy s¨®lo vive all¨ª un centenar de monjes. El recinto, cuadrado, de 400 metros de lado, mezcla sobriedad y elegancia, con sus murallas jalonadas por 108 (n¨²mero sagrado del budismo) estupas blancas. Bajo la luna, sus sombras semejan el perfil de los cascos de los guerreros mongoles.
En 1235, Ogedei, hijo de Gengis Jan, amurall¨® Karakorum y construy¨® un palacio, a cuya entrada levant¨® un ¨¢rbol de plata, dise?ado por el maestro artesano franc¨¦s Guillaume Boucher. Estaba coronado por un ¨¢ngel, con una trompeta que sonaba cuando se insuflaba aire, y decorado con leones y serpientes doradas. De sus ramas, manaban chorros de vino de uva, leche de yegua fermentada, vino de arroz y una bebida de miel
"Gengis Jan mat¨® a mucha gente, pero es muy importante para la historia de Mongolia", dice Handsuren Baasansuren, un monje de 30 a?os, en Erdenezuu. A dos kil¨®metros de all¨ª, la escultura de un pene de piedra, de unos 80 cent¨ªmetros de largo, apunta a la hendidura suave de una colina cercana. Supuestamente, fue colocada para calmar los escarceos de los monjes con las j¨®venes del lugar. Hoy, algunas mujeres en busca de fertilidad se sientan a horcajadas sobre el falo, y le dejan dinero. Otras se introducen en la boca, como si fueran caramelos, peque?as reproducciones del sexo esculpidas en piedra.
Uno de los mayores expertos en la historia de Karakorum es Hans-Georg H¨¹ttel, el arque¨®lgo jefe de las excavaciones germano-mongolas en marcha en la zona. H¨¹ttel piensa que, a diferencia de lo que se cre¨ªa hasta ahora, los restos del antiguo palacio de Ogedei no han sido a¨²n descubiertos, y se hallan en el interior del recinto del monasterio. "Hemos comprobado que bajo la muralla actual corre paralela otra del siglo XIII, que debe de ser la que rodeaba el palacio".
El arque¨®logo alem¨¢n afirma que Gengis Jan dio a los mongoles "una identidad como naci¨®n, y construy¨® el ¨²nico imperio n¨®mada del mundo que a¨²n sigue en pie". "Su mala imagen se debe a que es la que han transmitido los pa¨ªses que ¨¦l derrot¨®. Por supuesto que era brutal y asesin¨® a mucha gente, pero qu¨¦ emperador en la historia no lo ha hecho".
Algunos expertos argumentan que el mundo ha ignorado el gran impacto que tuvieron sus aportaciones, como impulsar los intercambios entre Oriente y Occidente, garantizar la libertad religiosa y otorgar la inmunidad diplom¨¢tica a los embajadores.
Gengis Jan falleci¨® en 1227, en campa?a, en lo que hoy es la provincia china de Gansu. Se cree que fue enterrado en su regi¨®n natal, pero su tumba nunca ha sido encontrada. La leyenda cuenta que los esclavos que la construyeron fueron asesinados, y los soldados que los eliminaron tambi¨¦n. El folclore popular dice que un r¨ªo fue desviado sobre el lugar para borrar todo rastro. Y otra leyenda, que se utiliz¨® para ello una estampida de caballos.
Al desaparecer el Gran Jan, el imperio fue dividido entre sus cuatro hijos. La dificultad de gestionar el vasto territorio, las luchas por la sucesi¨®n, y la influencia de los bur¨®cratas y los pueblos conquistados impulsaron el declive del dominio mongol tras la muerte de su nieto Kublai Jan, en 1294. H¨¹ttel lo resume: "Hay un proverbio chino que dice 'Puedes conquistar un imperio a lomos de un caballo, pero no puedes gobernarlo a lomos de un caballo".
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RUTA DE VIAJE: Maestro de la guerra
Cuando Gengis Jan logr¨® la uni¨®n de todas las tribus mongolas, en 1206, la nueva naci¨®n fue organizada, por encima de todo, para la guerra. Mov¨ªa sus tropas con rapidez, mediante se?ales de las manos y banderas, con un efecto devastador. Los generales eran sus hijos u hombres de una absoluta lealtad. Gengis Jan dio prioridad al talento y la fidelidad, y bas¨® su organizaci¨®n en la meritocracia.
Sus jinetes son legendarios. Empleaban el peque?o, pero resistente, caballo mongol, capaz de arrancar con las pezu?as la hierba del suelo congelado en los duros inviernos, cuando las temperaturas alcanzan con frecuencia 30 grados bajo cero. Y dominaban el poderoso arco mongol, cabalgando de frente o de espaldas. Los mongoles gustaban de batallar en invierno, y utilizaban los r¨ªos y los lagos congelados como v¨ªas de desplazamiento.
Gengis Jan supo adaptarse r¨¢pidamente a las circunstancias. Inicialmente, sus hordas se basaron en el poder de la caballer¨ªa. Pero, r¨¢pidamente, aprendi¨® a asediar grandes ciudades, para lo cual empleaba catapultas, escalas e, incluso, desviaba r¨ªos.
Tambi¨¦n supo aprender de los pueblos conquistados, y aprovechar la experiencia de sus ingenieros para la guerra. Algunos historiadores aseguran que s¨®lo masacraba cuando los esfuerzos diplom¨¢ticos fallaban. Se considera que el ¨¦xito de sus campa?as fue el resultado de un conjunto de circunstancias hist¨®ricas, manipuladas por un l¨ªder de gran genio y ambici¨®n.
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