M¨¢s se perdi¨® en Cuba
Negras mondongueras de Sevilla y reinas africanas esclavizadas emparejaron en Cuba con hidalgos, soldados y chusma espa?ola, y naci¨® la poblaci¨®n mulata de la colonia, a cuyo crecimiento demogr¨¢fico contribuyeron los curas amancebados con hembras que no cre¨ªan en Dios. Durante el turbulento esplendor de la perla de las Antillas, en los siglos anteriores a su dolorosa p¨¦rdida, las calesas eran plateadas y el puerto de La Habana embarcaba hacia Espa?a el oro de las conquistas americanas y el tributo de los encomenderos y oligarcas criollos. Pero el estallido liberal de las colonias inglesas, la onda expansiva de la Revoluci¨®n Francesa y la voracidad recaudadora de la metr¨®poli detonaron las sublevaciones de la independencia.
El acuerdo de paz fue un espejismo y el independentismo prendi¨® de nuevo en el a?o 1895
La aportaci¨®n espa?ola sobrevive a las crisis pol¨ªticas y a los enconos bilaterales
Caneda ense?a el certificado de haber cortado 870.000 arrobas de ca?a en una zafra
M¨¢s se perdi¨® en Cuba y volvieron cantando las milicias espa?olas, derrotadas por Estados Unidos en el a?o 1898 porque la flota del almirante Cervera, en la bah¨ªa de Santiago, era de papel frente al ca?oneo de los acorazados yanquis. Espa?a dej¨® mucho al perder aquel a?o su posesi¨®n m¨¢s querida: hijos y cultura, vicios y virtudes, palacios y conventos, la fabada asturiana y la descendencia blanca o parda de aquellos pioneros embrujados por el tr¨®pico. Pero Cuba no fue entregada f¨¢cilmente. Veteranos de las contiendas peninsulares y de las campa?as de ?frica y Conchinchina, una fuerza de 175.774 hombres, desembarc¨® en las d¨¢rsenas isle?as para combatir a muerte en la horrorosa Guerra de los Diez A?os (1868-1878).
"Tengo t¨ªos que trabajaron como voluntarios, civiles que se inscrib¨ªan en las milicias espa?olas", recuerda el espa?ol de Lugo Jos¨¦ Caneda, de 72 a?os, mientras juega al domin¨® en el Centro Gallego, del que es vicepresidente. Las luchas en la manigua, el v¨®mito negro, la disenter¨ªa y la fiebre amarilla fueron tan horrorosamente carniceras que el general Arsenio Mart¨ªnez Campos, uno de los principales jefes expedicionarios, pidi¨® al presidente Antonio C¨¢novas del Castillo, que no enviara m¨¢s tropa a aquel cementerio de espa?oles: "Trate usted de hacer un arreglo con los independientes y retir¨¦monos cuanto antes", resumi¨® en un exhorto, fechado en el a?o 1876. El mando militar criollo tampoco era una pi?a, pues sus caudillos, inmersos en una amalgama de problemas, no se percataron "de la profunda falta de fe en la victoria del mando militar espa?ol", seg¨²n los investigadores cubanos Ren¨¦ Gonz¨¢lez y H¨¦ctor Espulgas.
El acuerdo de paz fue un espejismo y la tea independentista prendi¨® de nuevo en el a?o 1895 en una isla definitivamente insurrecta. Espa?a decret¨® la ley marcial y, una sucesi¨®n de flotas guerreras zarp¨® con 80.000 hombres a los acordes del pasodoble La marcha de C¨¢diz. La decadente metr¨®poli, pol¨ªtica y militarmente inestable, reforz¨® las guarniciones que batallaban contra los machetes de la negritud y la revancha, y contra la parentela independentista de los colonizadores del siglo XVI. El curso de la guerra en aquel choque de ideales, pasiones y codicia fue incierto, pues el acero de Toledo aguantaba el hierro mamb¨ª. Siempre al acecho, Estados Unidos exigi¨® a Madrid la independencia de Cuba, situada a 145 kil¨®metros de sus costas. Quiso obtenerla a la medida, y fragu¨® su entrada en liza: el choque naval de Santiago y la colonia fueron perdidas en las cuatro horas de aquel tiro al plato gringo. Cuba se convirti¨® constitucionalmente en protectorado, abastecedor y balneario norteamericano hasta el triunfo de la revoluci¨®n de Fidel Castro, en enero de 1959.
?M¨¢s de un siglo despu¨¦s del desastre cantado en d¨¦cimas es visible la huella de Espa?a en la isla? Hasta debajo de las piedras. Aparece en la sangre del comandante y sus leales, en el sincretismo religioso, en los negros y mulatos de apellido Mart¨ªnez o Echeverr¨ªa, en el temperamento y picard¨ªa cubanos, y en el potaje de olla, cuya ingesta en estas t¨®rridas latitudes hace sudar a mares. "La fabada y el caldo gallego llegaron a ser casi platos nacionales", recuerda Aurelio Alonso, subdirector de la revista Casa de las Am¨¦ricas, nieto de un abuelo fundador del club asturiano Llanera. Las se?ales de Espa?a parpadean en las fortalezas militares de Santiago, en el mobiliario de Trinidad, en los patios y porches andaluces, en los museos capitalinos y en los soberbios centros gallego y asturiano de La Habana, exponentes de la pujanza de sus comunidades hasta las confiscaciones revolucionarias.
"Queremos a Espa?a y a Cuba, porque somos hijos de Espa?a, porque Cuba nos abri¨® sus puertas cuando nuestro pa¨ªs era pobre", subraya Alfredo G¨®mez, de 77 a?os, con hijos y nietos cubanos, presidente del Centro Gallego, inmigrante desde el a?o 1957. "Espa?oles nacidos en Espa?a e inscritos somos entre 1.200 y 1.300, y con pasaporte espa?ol, 54.018".La lista no se agota porque miles de hijos y nietos a¨²n no lo han solicitado. Otros andan buscando ahora el domicilio de sus ancestros peninsulares porque los lazos de sangre cotizan: la Administraci¨®n espa?ola ayuda a los inscritos con unos 1.400 euros al a?o. Vienen muy bien porque la granizada revolucionaria fue tremenda en Cuba, que hoy tiene 11 millones de habitantes, cerca del 60% blanco, el 25% mulato y el resto negro y asi¨¢tico. Las tradiciones espa?olas y el compendio de otras inciden en todos. La poblaci¨®n insular creci¨® mucho desde el censo de 1774 al 1817: pas¨® de 171.000 habitantes, 44.000 esclavos, a m¨¢s de medio mill¨®n.
A partir de 1880, el ¨¦xodo espa?ol hacia Am¨¦rica fue masivo y Cuba acogi¨® el mayor n¨²mero de las peonadas: 1.118.968 hasta 1930: el 33,93% del total. "?D¨®nde trabaj¨¢bamos? En el comercio, como ch¨®feres, como muchachas del servicio dom¨¦stico", recuerda G¨®mez. "Y a base de esfuerzo y trabajo nos fuimos abriendo paso en la vida. Siempre trabaj¨¦ en el giro (sector) de la gastronom¨ªa, en lo que en Espa?a se llamaba ultramarinos y aqu¨ª bodegas con cantina". Y en esto lleg¨® Fidel y mand¨® parar: todo para el Estado y a la ventanilla. El grueso de los espa?oles expropiados abomina de la revoluci¨®n porque les arrebat¨® despachos profesionales, ultramarinos, hoteles, ingenios azucareros, casas y esperanzas: el patrimonio de toda una vida de deslome. La proclamada justicia distributiva de los nuevos gobernantes, les pareci¨® una milonga al decir de un abuelo navarro: "Si alguien quiere tener una gran casa como la m¨ªa que se deje primero los cojones en las zarzas como me los he dejado yo para poder tenerla". Un canario despotrica en privado porque todav¨ªa pintan bastos: "Los comunistas me quitaron toda una flota de camiones. Y aqu¨ª me ve usted, sin un duro".
Miles de espa?oles partieron en los sesenta hacia Espa?a, Nueva York o Miami, y miles se quedaron. Jos¨¦ Caneda fue uno de ellos. Morir¨¢ en Cuba. Su historia es bastante singular. Su padre vivi¨® tres gobiernos, el espa?ol, el norteamericano y el cubano; la madre, que lo quer¨ªa cura, meti¨® a Jos¨¦ en un seminario. Pero el chaval abandon¨® pronto los amenes porque miraba el mundo por los ojos del indiano y so?aba con la copla escuchada al padre durante el auge capitalista: "Cuba, Cuba, encanto m¨ªo / en Cuba no hay ning¨²n pobre / ni hay moneda de cobre / y corre el oro como el r¨ªo". Caneda, que se cas¨® en 1959 con una cubana, Raquel V¨¢zquez, hoy jubilada de la Direcci¨®n Provincial de Justicia, perdi¨® su comercio, y decidi¨® integrarse en la sociedad revolucionaria, aunque sin militancia pol¨ªtica.
El espa?ol ense?a su documento de identidad nacional, el certificado de haber cortado 870.000 arrobas de ca?a en una zafra, y su t¨ªtulo de Vanguardia Nacional como el trabajador de comercio m¨¢s destacado de la provincia de La Habana durante 10 a?os consecutivos: una fiera. El Partido Comunista Cubano (PCC), "que como sabe es una organizaci¨®n totalmente selectiva", le abri¨® sus puertas:
-Mire, Caneda, usted tiene los m¨¦ritos suficientes para ingresar en el partido. ?Tiene usted alg¨²n impedimento, alg¨²n complejo, algo que se lo impida? Nosotros le podemos ayudar.
-No, nada de eso. Es que yo no siento esa conciencia que debe tener un comunista. Yo trabajo porque trabajo, pero no me gusta que me manden a trabajar.
-(Risas...) Bueno, pues siga as¨ª.
Los espa?oles, hijos de espa?oles o nietos de espa?oles consultados para este trabajo siguen as¨ª o as¨¢. Casi todos viajaron a Espa?a en los programas del Inserso. Sus historias son elocuentes. Algunos fueron aventureros, aspirantes a indianos, adscritos a los ayuntamientos carnales, sacramentados o no, con las forzadas de los barcos negreros. La mayor¨ªa, sin embargo, era pobre en la Espa?a del esparto de gran parte del siglo XX; miles fueron fugitivos de la Guerra Civil de 1936. Todos se alejaron de una patria siempre a cuchilladas. ?ngel Nicol¨¢s Fern¨¢ndez, de 72 a?os, nacido en Asturias, matrimoni¨® con una cubana emigrante de Estados Unidos, y tuvieron un hijo, cirujano instalado en M¨¦xico, y una hija, administradora de hotel en La Habana. "?Qu¨¦ hacemos? Pues nos reunimos los domingos y hablamos de aqu¨ª y de all¨¢". Hablan hasta la saciedad de aqu¨ª, del futuro sin Fidel Castro, del precio del mango, o de all¨¢, de la Liga espa?ola y las vicisitudes p¨²blicas.
El padre de Antonio Garc¨ªa, de 70 a?os, era de Almer¨ªa, y lleg¨® a principios del siglo pasado con la maleta de madera y lleno de ilusiones. Antonio trabaj¨® cuatro a?os en Budapest y se declara "barman internacional". Visit¨® Espa?a el a?o pasado y quiere volver. ?Y los nietos de espa?oles? Esperanza Molina Salgado, 60 a?os, de padres cubanos, los es por tres partes: abuela materna, gallega de Pontevedra, abuela paterna, vasca, y abuelo por parte de padre, canario. "Nos criamos con mi abuelo asturiano". Casada y sin hijos, espera alguna ayuda oficial de Madrid. "Vamos a ver si con lo de los nietos puedo recibir algo porque ahora empiezan a arreglar lo de los nietos". Los espa?oles hablan y no paran. El viejo de Marcelino Gonz¨¢lez, de 82 a?os, naci¨® en Oviedo. Acumul¨® dinero, casas y negocios, "pero bueno....", se resigna el hijo. "Mire", y abre un sobre de correos, "este dinerito me lo manda mi hija desde Alemania".
La huella de Espa?a permanece en las nostalgias, en Adela Feij¨®, que con 104 a?os no est¨¢ para entrevistas, en el complejo de museos hist¨®ricos militares de las principales ciudades isle?as, en la plaza de San Francisco y el parque del Morr; perdura en los elegantes estilos arquitect¨®nicos de las viviendas familiares y en las cerca de cien sociedades asistenciales o culturales que atienden a compatriotas en desgracia, organizan actos culturales o imparten clases de baile flamenco.
El bautizo de la capital como San Crist¨®bal de La Habana, cuyo centro hist¨®rico es Patrimonio de la Humanidad, la villa de la Sant¨ªsima Trinidad, hoy Trinidad a secas, o Sancti Sp¨ªritu, remiten a un pasado de misi¨®n y conquista, a los arsenales de avemar¨ªas y p¨®lvora desembarcados en las bah¨ªas de Cuba desde que el adelantado Diego de Vel¨¢zquez, primer gobernador, se apoltronara en Santiago, en el a?o 1510, para gloria de la corona y enriquecimientos de sus arcas. La generosidad de las monjas espa?olas de hoy rivaliza con el desprendimiento del clero de la colonia comprometido contra la explotaci¨®n de ind¨ªgenas y esclavos, y es el contrapunto de los frailes abarraganados de los siglos de la corrupci¨®n y el saqueo, m¨¢s dados al cop¨®n de la baraja que al eucar¨ªstico
"Los africanos emparentaron las virtudes y caracter¨ªsticas de sus ¨ªdolos con las deidades de la cristiandad, de las que tomaron sus nombres", se?ala la investigadora In¨¦s Mar¨ªa Martiatu. Millones de cubanos rezan a su manera, hablan un espa?ol de reminiscencias canarias, su m¨²sica y baile nos acercan a Andaluc¨ªa y su arquitectura a Catalu?a y al moro. Los aportes sobreviven a las crisis pol¨ªticas y enconos bilaterales porque la Espa?a lleg¨® para quedarse en sus aciertos y fracasos. La llegada de europeos, africanos y asi¨¢ticos en las largas traves¨ªas veleras dibuj¨® la actual miscel¨¢nea cultural y racial del archipi¨¦lago antillano, visible a¨²n en la organizaci¨®n veraniega de sus casas m¨¢s antiguas, en el mimbre de las mecedoras, el ornato de las festividades paganas y en los hermosos ojos verdes y achinados de cuerpos de canela y conga.
?Ay, pero qu¨¦ sabroso, chico!
RUTA DE VIAJE. El falso cocinero
El patrimonio de la madre patria en Cuba es ingente. La picaresca espa?ola y la cinematograf¨ªa del tocomocho encuentran aqu¨ª tipos dignos de figurar entre los cl¨¢sicos del g¨¦nero. El pa¨ªs afronta graves carencias y la moneda convertible permite las compras apetecidas. Nadie mejor para ser timado que el gallego bondadoso, primo hermano, embelesado por las bellezas naturales y, a poder ser, aturdido por el ron a?ejo.
La actuaci¨®n del pillo, que gimotea simulando que la hija de seis a?os muere de leucemia y necesita dinero para medicinas, rivaliza en brillantez con el vendedor de grecos a 100 euros, y el trilero de puros. El falso cocinero, una joya.
-?D¨®nde est¨¢s alojado?
-En el hotel del malec¨®n.
-Pero qu¨¦ casualidad, yo soy all¨ª el cocinero. Ni lo dudes, langosta gratis para ti y tus amigos. ?Qu¨¦ te gustan, las negras o las mulatas?
-Hombre, as¨ª de sopet¨®n...
-Nada, nada, que ya s¨¦ como sois los gallegos. Pregunta por m¨ª en cuanto llegues al hotel. Por cierto, cobro por la tarde. D¨¦jame 40 pesos, que te los devuelvo en dos horas. Me toca el turno de tarde. Y ya sabes, lo que quieras...
La cadencia de los susurros y exclamaciones, el impecable desarrollo de la farsa, mueven al aplauso. Se me hizo corta la representaci¨®n.
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