Los de baba
A algunos padres les da una verg¨¹enza imponente re?ir a los ni?os delante de la visita. A los padres les llamaremos progenitores; a la visita en cambio podemos llamarla como toda la vida de Dios: la visita. La visita que se joda. A los progenitores les da verg¨¹enza reprender a los ni?os, sobre todo en verano. Los progenitores han aprendido (de los famosos) a decir eso de que los hijos son el motor de su vida. Lo dicen de boca para afuera, para dentro cuentan los d¨ªas que faltan para que los ni?os partan hacia campamentos lejanos, para que vuelva septiembre o para que venga una abuela y se los lleve de una pu?etera vez. Los progenitores viven esa contradicci¨®n como un pecado mortal y, carcomidos por la culpabilidad, no se atreven a reprenderle al ni?o cuando viene la visita. La criatura no saluda a la visita. Los progenitores, primero el A, luego el B, le ruegan que diga hola, que al menos tire un besito al aire aunque sea sin mirar, ?lo que sea! Pero nada, la criatura se cierra en banda. La visita, a la que a su vez le da verg¨¹enza que los progenitores sientan verg¨¹enza de reprender, intenta atraer la atenci¨®n del ni?o/a habl¨¢ndole de temas fascinantes: una infecta serie de televisi¨®n, un juego de la Play o el peinado de Ronaldinho. La criatura gru?e como si estuviera acorralada y la visita entonces piensa que ese ¨¢ngel que vio cuando entr¨® a la casa es ahora un calco de la ni?a de El Exorcista, pero no lo dice, porque los progenitores, cuando de sus ni?os se trata, pierden la objetividad y qui¨¦n sabe si la cosa se l¨ªa de tal forma que la visita tiene que largarse sin probar bocado. Es bastante com¨²n en nuestros d¨ªas que a costa de los ni?os se llegue a las manos.
Esa visita que est¨¢ ahora mismo haciendo el payaso delante de la criatura para que eructe un m¨ªsero saludito est¨¢ deseando acabar con la farsa, que le den por saco a la criatura y que los progenitores saquen el jam¨®n y el Tempranillo. S¨®lo el jam¨®n y el vino pueden hacer que la noche remonte. Despu¨¦s de la tercera copa, una vez que el alcohol ha golpeado los malos sentimientos, la noche se encauza y la visita y los progenitores hablan de temas candentes. V¨¦ase, la educaci¨®n para la ciudadan¨ªa. Tanto la visita como los progenitores est¨¢n dedicados de alguna manera al mundo de la ense?anza as¨ª que se muestran de acuerdo en considerar que tanto art¨ªculo publicado sobre las diferencias entre Instrucci¨®n y Educaci¨®n se les antoja ya como un remake de Barrio S¨¦samo, en donde se aprend¨ªa a distinguir entre arriba y abajo, dentro y fuera. Ellos se pasan el d¨ªa educando e instruyendo y es verdad que ahora se pierde m¨¢s tiempo en educar, dicen, porque los ni?os van a la escuela sin desasnar, pero en la escuela siempre ha estado ¨ªntimamente un concepto relacionado con el otro. La conversaci¨®n va subiendo de tono sin que se den cuenta porque (en casa del herrero cuchillo de palo), seg¨²n la criatura ha ido subiendo el volumen de la tele, ellos han ido elevando el tono de voz, y en esa especie de guerra sorda entre progenitores y criatura se ha ido desarrollando la noche. A las tres de la ma?ana la visita se levanta dando tumbos. Los progenitores quieren que la criatura diga adi¨®s. La criatura dice que para nada. Los progenitores dicen, pobrecita, tiene sue?ec¨ªn. La visita va a decir, "c¨®mo se parece vuestra ni?a a Chuqui el mu?eco diab¨®lico", pero la sensatez se impone a la curda que lleva. Una vez en el taxi, la visita, una pareja en la flor de su madurez, dormita, apoyados el uno en el otro. Est¨¢n tan compenetrados que a los dos se les viene el mismo pensamiento a la mente. La actitud de esos progenitores, tontos de baba, hacia su criatura es la misma que adoptan los partidos hacia el mundo radical vasco. Por favor, condenad la violencia, anda, para que no digan, si no os cuesta tanto. Mientras, la visita piensa que tanta insistencia es pat¨¦tica.
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