La puerta al centro de la Tierra
Cuando ven alg¨²n coche acercarse a su casa, Sarah y Jakob, de siete y cinco a?os, levantan sus cabezas rubias como pollitos. ?C¨®mo ser¨¢n estos turistas? ?Habr¨¢ ni?os a bordo? Los dos hermanos viven con sus padres en una casa de madera con el techo cubierto de hierba y musgo. El musgo, de un verde casi fosforescente, crece incontrolable por todas partes en este rinc¨®n de Islandia, Sn?fellsnes, una alargada Pen¨ªnsula que se adentra 90 kil¨®metros en el mar y en la que viven menos de 4.000 personas. Hace unos a?os, sus padres reconvirtieron su granja en alojamiento tur¨ªstico (www.gistihof.is). De un lado est¨¢ el mar; del otro, las monta?as. Los ¨²nicos signos de vida son las gaviotas y alguna que otra oveja. Un d¨ªa a la semana los ni?os van a un colegio con 20 alumnos. Para hacer la compra hay que conducir durante 45 minutos. La ida. Hoy, 31 de julio, hay niebla y llueve. Laila, la madre de los ni?os, est¨¢ contenta. Su alergia al musgo la dejar¨¢ respirar tranquila un par de d¨ªas. Los turistas reci¨¦n llegados lo est¨¢n menos. Dejan las maletas en su caba?a, sueltan un grito de emoci¨®n cuando ven el jacuzzi del porche y ponen la p¨¢gina 131 del teletexto, con la previsi¨®n meteorol¨®gica en ingl¨¦s. Miran por la ventana. Sn?fellsj?kull, el glaciar que han venido a ver, el protagonista de esta apartada Pen¨ªnsula, no aparece por ninguna parte. Y, sin embargo, est¨¢ ah¨ª enfrente...
El Islandia hay decenas de volcanes. ?Por qu¨¦ eligi¨® Verne el Sn?fells para su historia?
A medianoche, desde la cima del glaciar, se ve c¨®mo el sol roza el horizonte sin sumergirse en ¨¦l
Gu?run cuenta con naturalidad que ve elfos, puede medir auras y habla con su marido muerto
En 1864, Julio Verne, un escritor franc¨¦s de 35 a?os, publica su segunda novela, Viaje al centro de la Tierra. Licenciado en Derecho, agente de Bolsa sin vocaci¨®n, Verne acaba de firmar un contrato con Pierre-Jules Hetzel, el que ser¨ªa su editor de por vida, y empieza a cumplir su sue?o de ser "artista". Apasionado por la geograf¨ªa, la f¨ªsica, la oceanograf¨ªa o la geolog¨ªa, se ha impuesto una misi¨®n: fundir ciencia y literatura.
El libro, para quien no lo tenga fresco, arranca en Hamburgo (Alemania). En una de sus m¨²ltiples incursiones a la biblioteca, Otto Lindenbrock, un temperamental profesor universitario de mineralog¨ªa, "un sabio ego¨ªsta (...) que al andar manten¨ªa los pu?os s¨®lidamente cerrados", encuentra un mensaje cifrado que ha permanecido oculto desde el siglo XVI. Lo firma Arne Saknussemm, un alquimista island¨¦s: "Desciende al cr¨¢ter del Snaefells Yokul, que la sombra del Scartaris acaricia antes de la calenda de julio, viajero audaz, y alcanzar¨¢s el centro de la Tierra tal y como yo lo he hecho". Siguiendo estas indicaciones, Lindenbrock, su sobrino Axel y Hans, su gu¨ªa, penetran en las entra?as de la Tierra a trav¨¦s de este volc¨¢n island¨¦s. Dos meses y muchas penurias m¨¢s tarde, salen escupidos por el cr¨¢ter del Stromboli (Italia).
Uno puede imaginarse a Verne en su escritorio, leyendo al naturalista Milne Edwards y al vulcan¨®logo Sainte-Claire Deville. Poni¨¦ndose al d¨ªa. Rodeado de mapas, mes¨¢ndose las barbas, eligiendo los volcanes clave para su historia. La elecci¨®n de la lejana Islandia es comprensible. Escoria, riolita o seudocr¨¢ter se vuelven palabras familiares para todo el que le pone un pie encima. Hace dos a?os, el catedr¨¢tico de ciencia planetaria David J. Stevenson dijo que, si pudiera introducir una sonda hasta el n¨²cleo terrestre, a 3.000 kil¨®metros de profundidad, lo har¨ªa a trav¨¦s de este pa¨ªs.
Pero en Islandia hay decenas de volcanes. ?Por qu¨¦ eligi¨® Verne el Sn?fells? Quiz¨¢ le atrajo la "?", esa vocal escandinava que se pronuncia como una a seguida de una e tan abierta que parece una i. O quiz¨¢ porque durante siglos se pens¨® que era el punto m¨¢s alto de Islandia. Y no lo es. Mide 1.446 metros, menos que el Hecla o ?r?jaj?kull, aunque al contrario que ¨¦stos est¨¢ rodeado por el oc¨¦ano y corona la Pen¨ªnsula como un flan. En la biograf¨ªa Julio Verne, ese desconocido (Alianza Editorial), Miguel Salabert, traductor de su obra, se hace eco de otra teor¨ªa: "Desde hace mucho tiempo se ha observado la coincidencia de algunas erupciones del Etna con las del Hecla. Esto pudo llevar a Verne a ver en ambos volcanes algo as¨ª como un sistema de vasos comunicantes. Pero la violenta actividad de dichos volcanes debi¨® obligarle, por razones de verosimilitud dentro de lo inveros¨ªmil, a desplazar ligeramente el escenario del Hecla al Sn?fells, del Etna al Stromboli".
Verne nunca pis¨® Islandia, pero se document¨® bien. En los pasajes del libro que transcurren en la isla habla de sus fiordos, de pastizales, de r¨ªos de lava y paisajes des¨¦rticos que s¨®lo mancha alguna granja "aqu¨ª y all¨¢". Tambi¨¦n menciona los caballos -pasear a lomos de uno es, junto al golf y el ajedrez, el hobby m¨¢s extendido en Islandia, que ostenta el r¨¦cord de caballos por barba- y algunos de sus productos gastron¨®micos estrella: el pescado seco, el skyr, un tipo de yogur, y el zumo de bayas, uno de los pocos frutos que no se ven obligados a importar.
Tampoco olvida Verne que en los meses de junio y julio no se pone el sol -lo que hace felices a juerguistas y fot¨®grafos aficionados, pues la luz anaranjada del atardecer se prolonga durante horas- ni otra de sus caracter¨ªsticas m¨¢s llamativas: no hay ¨¢rboles. Los meses de oscuridad pueden con ellos y los esfuerzos de reforestaci¨®n resultan siempre frustrantes. Los que hay son enanos, y apenas cubren el 1% del pa¨ªs. Uno sabe que lleva m¨¢s de 10 d¨ªas en Islandia cuando se oye exclamar: "?Qu¨¦ pedazo de bosque!" ante un pu?ado de aspirantes a abedul, o cuando entiende el chiste de un taxista que dice se?alando un arbusto: "Mira, un ¨¢rbol island¨¦s".
La historia de Verne transcurre en la ¨¦poca en que la escribi¨®, a finales del siglo XIX, cuando Islandia era una colonia danesa tan pobre, escribe el autor, que las iglesias no ten¨ªan reloj. Hoy es un pa¨ªs orgulloso de su independencia y con una renta per c¨¢pita que duplica la espa?ola. Tambi¨¦n es uno de los pa¨ªses m¨¢s caros del mundo. Una jarra de cerveza cuesta 7,50 euros. Una habitaci¨®n doble en un hotel mediocre, 95 euros. Una manzana, 1 euro. Una cena para tres en un italiano, 140 euros. En una de las escenas del libro, unos granjeros despluman a Lindenbrock "como un hotelero suizo", cobr¨¢ndole por su hospitalidad "una factura formidable en la que se contabiliza hasta el aire infecto (...)". Verne lanza sin querer un gui?o a los turistas que recorren el pa¨ªs llev¨¢ndose las manos a la cabeza.
El 10% del territorio de la isla est¨¢ cubierto de glaciares, pero Sn?fellsj?kull es el ¨²nico visible desde Reikiavik, donde reside un tercio de los 300.000 habitantes del pa¨ªs. Bueno, visible, visible... Entre 1999 y 2003, ?str¨¢?ur Eysteinsson, profesor de literatura comparada en la universidad de la capital, llev¨® a cabo un ritual: se asomaba a su ventana todos los d¨ªas para admirar el glaciar. S¨®lo se distingu¨ªa con nitidez un d¨ªa a la semana. "Es como una mujer temperamental", dicen en la zona. "Cuando est¨¢ de mal humor, se esconde".
A lo mejor por eso est¨¢ rodeado de tanto misticismo. La mayor¨ªa de los islandeses cree a pies juntillas que desprende una energ¨ªa especial, aunque pocos est¨¢n dispuestos a admitirlo. Algunos escritores, como Halld¨®r Laxness, el ¨²nico Nobel island¨¦s, han escrito all¨ª algunas de sus obras. Laxness intent¨® explicar su energ¨ªa con un poema: "Donde el glaciar se encuentra con el cielo, la tierra deja de ser terrenal y se funde con el firmamento. Aqu¨ª no habita el dolor y la felicidad, por tanto, ya no es necesaria; s¨®lo reina la belleza, por encima de cualquier deseo". Pero su fama trasciende fronteras. El 5 de noviembre de 1993, 500 personas se reunieron a sus pies siguiendo el p¨¢lpito de un ciudadano ingl¨¦s que so?¨® que ese d¨ªa aterrizar¨ªa una nave con extraterrestres. Si lo hicieron, nadie los vio, aunque s¨ª distinguieron "unas luces raras".
Por la carretera que conduce al volc¨¢n elegido por Julio Verne pasan pocos coches. La primera parada es B¨²?ir, "un villorrio a orillas del mar", seg¨²n el autor. Hoy s¨®lo hay una iglesia y un hotel; eso s¨ª, el mejor de la isla. Ocupa un edificio de 1843, est¨¢ decorado con un toque kitch y en su bar suena la suave m¨²sica electr¨®nica de Goldfrapp (www.hotelbudir.is; 225 euros la habitaci¨®n doble). Tras una breve conversaci¨®n, la recepcionista se incomoda ante la pregunta ?cree que el glaciar tiene una energ¨ªa especial? "Bueno, es una de las teor¨ªas. Es evidente que hay algo casi f¨ªsico en ello, pero si lo creo o no, es s¨®lo cosa m¨ªa".
Arnastapi, el pueblo en el que pernoctan los protagonistas del libro antes de trepar por la monta?a, est¨¢ a unos cinco kil¨®metros. El nombre, acantilado de gaviotas, est¨¢ bien elegido. No hay mucho por all¨ª, aparte de unos acantilados espectaculares y miles de gaviotas que aterrorizan a los turistas volando a un palmo de sus cabezas mientras p¨ªan como posesas. Tambi¨¦n hay una imponente estatua de piedra que representa a B¨¢r?ur Sn?fells¨¢s, un semidios vikingo. Mitad hombre, mitad gigante, se dice que B¨¢r?ur vive en una cueva del glaciar y lo protege.
Enfrente hay una caba?a de madera en la que una camarera con sonrisa bobalicona y el mismo acento que Bj?rk sirve caf¨¦ aguado por 3 euros. Desde aqu¨ª se organizan excursiones en motos de nieve por la cima del glaciar (92 euros; www.snjofell.is), que debe seguir de mal humor e insiste en ocultarse tras la niebla. Algunos hacen el tour a medianoche para ver desde la cima c¨®mo el sol roza el horizonte, sin llegar a sumergirse en ¨¦l. Tryqqvi Konradsson es uno de los gu¨ªas. Le pregunto que por qu¨¦ se mud¨® aqu¨ª, y responde "porque no hab¨ªa nadie". Le pregunto que por qu¨¦ cree que Verne eligi¨® el Sn?fells y se encoje de hombros. "A la gente se le meten ideas en la cabeza. ?Por qu¨¦ est¨¢s haciendo t¨² este reportaje?". Le pregunto que qu¨¦ opina del tema de la energ¨ªa, y responde "preg¨²ntale a Gu?run".
Hellnar, el lugar donde vive Gu?run Bergmann, est¨¢ a un paso. En 1783 viv¨ªan aqu¨ª 200 personas que subsist¨ªan de la pesca. Hoy tiene nueve habitantes. Hace 15 a?os, Gu?run, una atractiva mujer de 56 a?os que lleva una piedra de ¨¢mbar colgando del cuello, cerr¨® su f¨¢brica textil y se mud¨® aqu¨ª con su marido. Formaban parte de un grupo new age que organizaba retiros espirituales al pie del glaciar. As¨ª que Gu?run habla con total naturalidad de la energ¨ªa, de su aparato para medir auras, de l¨ªneas terrestres que conectan Sn?fellsj?kull con las pir¨¢mides de Keops, de que de vez en cuando ve elfos y que son as¨ª como brillantes, que Peter Jackson los clav¨® en El Se?or de los Anillos...
De aquel grupo new age s¨®lo queda ella. Los dem¨¢s fueron march¨¢ndose, y su marido muri¨®. Sus cenizas, seguro que ya se lo imaginan, las esparci¨® por el glaciar. "Habl¨¦ con ¨¦l despu¨¦s de su muerte y decidimos que era el sitio adecuado", dice con una sonrisa que da a entender que la comunicaci¨®n con su marido es fluida. Lo que s¨ª permanece, y va viento en popa, es su hostal (www.hellnar.is), con unas vistas espectaculares. El comedor est¨¢ lleno de cuadros del glaciar y en recepci¨®n venden, por 10 euros, papelitos con frases como: "Pienso con el coraz¨®n". Gu?run sigue hablando: "Todo tiene aura, y el del glaciar es enorme, porque el hielo es magn¨¦tico. Cerca de ¨¦l se intensifican los sentimientos. Si est¨¢s positivo, lo estar¨¢s m¨¢s. Si te encuentras pesimista, empeorar¨¢s. A muchos les abre el coraz¨®n, lloran. Te guste o no, cerca de ¨¦l entras a formar parte de su energ¨ªa. Pero si quieres saber m¨¢s, preg¨²ntale a Erla".
?Es posible que Erla resulte a¨²n m¨¢s sorprendente? Pues s¨ª, lo es. Erla, de 72 a?os, es profesora de piano de Reikiavik y tiene un don: es clarividente. Pero no una clarividente cualquiera. Mientras que otros s¨®lo ven ciertos mundos, Erla los ve todos: elfos, trolls, ¨¢ngeles, divas, esp¨ªritus... No habla ingl¨¦s, as¨ª que Olafur, uno de sus disc¨ªpulos, hace de mediador. Ante la pregunta de c¨®mo es eso de ver tantas cosas, ¨¦ste explica que es como cuando ves un p¨¢jaro. "?A que no vas por ah¨ª cont¨¢ndoselo a todo el mundo?". Gracias a su poder, Erla sabe que Sn?fellsj?kull es uno de los siete chacras o puntos energ¨¦ticos de la Tierra. Los otros son el Tri¨¢ngulo de las Bermudas, Sedona, en Arizona, el Parque Nacional Snowdonia, en Gales, la pir¨¢mide de Keops, en Egipto, y un monte del T¨ªbet y otro de Per¨² que ahora mismo no recuerda. Sn?fellsj?kull, por cierto, era el chacra de la garganta, pero las energ¨ªas, dice Erla, est¨¢n cambiando. Ahora es el del coraz¨®n.
El 1 de agosto amanece despejado en Sn?fells. Sarah se acerca a los turistas, que salen de la caba?a animados. Como su madre, es dicharachera y sociable; claro que Laila es sueca. Jakob, que ha salido a su padre, un island¨¦s taciturno, observa desde la distancia c¨®mo su hermana pellizca el culo de los turistas y les regala dibujos. ?l se entretiene persiguiendo a Spiderman, su gato.
El glaciar brilla a lo lejos como una alucinaci¨®n, y el turista empieza a entender muchas cosas. Musgo, mar, lava, hielo. Verde, azul, negro, blanco. Entonces cae en la cuenta. A Verne se le pas¨® por alto un detalle: el cr¨¢ter del Sn?fells, el camino por el que se accede al centro de la Tierra, est¨¢ enterrado bajo toneladas de hielo. Su ¨²ltima erupci¨®n fue en 1219. Poco despu¨¦s, la nieve lo cubri¨® por completo. Aunque Gu?run avisa: "Cada vez hay menos hielo. De seguir as¨ª, en 50 a?os se habr¨¢ derretido todo". Quiz¨¢ entonces se cumpla la profec¨ªa de Verne, que, seg¨²n Erla, fue -al igual que ella- clarividente. Si es as¨ª, pueden estar seguros de algo: la excursi¨®n costar¨¢ un Potos¨ª y s¨®lo podr¨¢n adentrarse en las entra?as del planeta un pu?ado de millonarios.
RUTA DE VIAJE Un volc¨¢n como una r¨®tula
En Viaje al centro de la Tierra, el profesor Otto Lindenbrock y su sobrino Axel llegan a Islandia desde Hamburgo tras un recorrido que incluye varios trenes y una larga traves¨ªa a bordo de la goleta danesa Valkyrie. Hoy, decenas de aviones llegan a la isla cada d¨ªa cargados de turistas. Pero s¨®lo en temporada alta, de mayo a septiembre. Desde Madrid, en vuelo directo, se tarda unas 3,5 horas.
Reikiavik suele ser la primera parada de los reci¨¦n llegados. Tambi¨¦n lo fue para Lindenbrock. Verne describe la capital como un pueblo con dos calles en el que es dif¨ªcil extraviarse. Desde entonces, ha aumentado considerablemente de tama?o, pero mantiene su aire rural y hay que ser muy negado para perderse por sus calles.
Los protagonistas del libro tardaron ocho d¨ªas a caballo en llegar al pie del Sn?fells, el volc¨¢n que conduce a las tripas del planeta. Hoy se tarda 2,5 horas en coche, lo que incluye atravesar un t¨²nel de seis kil¨®metros (peaje: 11 euros). Desde la capital hay que tomar la nacional 1, que circunda la isla y, a la altura de Borgarnes, desviarse por la 54, que se adentra por el sur en Sn?fellsnes (www.snaefellsnes.com), una alargada Pen¨ªnsula menos transitada por los turistas y que Axel describe en el libro como "una especie de Pen¨ªnsula semejante a un hueso descarnado que termina en una enorme r¨®tula". Al final, cerca del oc¨¦ano, est¨¢ el glaciar, visible desde kil¨®metros de distancia. A no ser que se oculte tras la niebla.
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